28 MAYO 2017
ASCENSION
Estas hojillas, que podéis bajaros, nacieron en la Parroquia de San Pablo (Fuentepiña, barriada obrera de Huelva) y la siguen varios grupos desde hace años en su reflexión semanal. Queremos ofrecerlas desde la sencillez y el compromiso de seguir a Jesús de Nazaret.
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EL MÁS ALTO PODER (Mt 28,16-20)
En el último domingo de la Pascua -el que precede a Pentecostés- se nos habla del envío misionero de Jesús. Antes de desaparecer, encarga a los suyos recorrer el mundo y hacer discípulos de todos los pueblos. No dice Jesús que formen un solo pueblo, bajo un solo poder, con una sola cultura y regido por las mismas leyes, sino que hagan discípulos sin que importe el pueblo al que pertenezcan. El evangelio encierra dentro de sí una dimensión de universalidad más allá de razas, culturas, lenguas, filosofías... Más allá de todo lo que los hombres utilizamos para establecer diferencias y vallas entre nosotros.
En estos tiempos en que soplan fuerte los vientos nacionalistas y las minorías reclaman -no digo que sin derecho- el respeto a sus características propias, el Evangelio aparece como una propuesta de unidad desde la diversidad. Los hombres de mente y corazón estrecho temen todo lo que es diferente y entienden la unidad como uniformidad, por eso excluyen lo que no es conforme a sus criterios y luchan contra todo lo que no encaja en su visión de la realidad. Cuando logran seducir a los pueblos, los conducen hacia un abismo de soledad y pobreza.
El pensamiento cristiano -aunque haya cristianos que no tengan este pensamiento- entiende que la unidad de los hombres se construye sobre la diversidad de los mismos y, por ello, valora, potencia y asume los elementos que caracterizan a un pueblo o a una cultura. La diversidad es fuente de enriquecimiento muto. La uniformidad conduce al empobrecimiento de todos, como el pensamiento único, a la debilidad de pensamiento. Aparece en la Biblia un pasaje que puede ser considerado -al menos a mí así me lo parece- una de las más antiguas y duras críticas del totalitarismo subyacente en el discurso de quienes, so pretexto de defender lo propio, no dudan en excluir lo diferente: el relato de Babel. El autor sagrado se refiere a Babilonia: un sólo pueblo, una sola lengua (cultura), un solo poder para gloria de sus dirigentes autoerigidos en dioses. Frente a este modo de entender el mundo, la Biblia, con el Evangelio a la cabeza, predica la igualdad esencial de todos los seres humanos -imágenes de Dios por nacimiento e hijos suyos por adopción- y su universal vocación a la unidad.
Jesucristo dice a los suyos: “Se me ha dado pleno poder en el cielo y en la tierra”. El suyo es el más alto poder y, por ello, el único poder legítimo y auténtico. Y lo es porque es el único poder justo. En el mundo de los hombres el poder, primero, endiosa -y, dado que un hombre convertido en dios es un tirano, a más poder más injusticia y más crueldad- y, luego, entontece -porque, al creerse divinos, nadie, ni ellos ni sus adoradores, critican sus ideas-. Tal vez por eso no sea voluntad del cielo que todos los hombres formen un solo pueblo, pero sí que todos los corazones sean uno. El más alto poder sólo es el poder de Dios. Los otros poderes sólo son el espejismo de la vanidad de los hombres.
El Papa Francisco nos pide ser una iglesia en salida. Hoy, como en el día de la Ascensión del Señor, y más que nunca, no podemos quedarnos plantados mirando al cielo. Tampoco podemos alimentar un sentimiento de orfandad.
Como bautizados y discípulos y seguidores de Jesús tenemos una tarea: ser testigos suyos y enseñar su estilo de vida, su mandamiento del amor a todos. Pasar haciendo el bien, como él, siendo una bendición para los demás, curando heridas y liberando de demonios. Siendo otros Cristos.
No estamos solos. Jesús está con nosotros todos los días hasta el fin del mundo. Y nos da su Espíritu para recibir la fuerza y la luz necesarias; para hacer de Jesús nuestro camino, verdad y vida.
No, no podemos quedarnos plantados mirando al cielo cuando hay tanto que renovar, reconstruir, anunciar, sanar, resucitar... No podemos culpar a Dios por la maldad, la injusticia, las guerras, la opresión de nuestro mundo cuando es tarea nuestra hacer de la casa común el hogar de todos.
Tenemos mucha vida que compartir, mucha alegría que testimoniar, mucho para dar.
Mirar al cielo nos tiene que recordar que tenemos una tarea por delante, una responsabilidad, pero no podemos quedarnos plantados. Hay que empeñar la vida en que todos seamos hermanos, hijos de un mismo Padre que tiene, en el cielo, moradas para todos.
COMIENZOS DE LA IGLESIA
Tanto el Libro de los Hechos de los Apóstoles como el Evangelio de Mateo, nos trae hoy, en mi modesto entender, el comienzo de la Iglesia.
Los discípulos y me imagino que las mujeres que le acompañaban, entre ellas María, como nos dice Hch. en versículos siguientes, volvieron a Jerusalén al sitio donde se alojaban y estaban en constante oración, oración que el mismo Lucas en el Evangelio nos los sitúa en el templo.
Sea donde fuere, lo que no hay duda de que los discípulos de Jesús están en oración, esperando aquel bautismo del Espíritu que les haría lanzar al mundo: era una Iglesia en camino, empezaron con la contemplación e inundaron el mundo de la Palabra de Dios, recibida de Jesús.
Por ello de aquí mi reflexión se hace sobre la Primitiva Comunidad con Pedro a la cabeza (Lc. 22,32, Pedro………… confirma en la fe a tus hermanos) y la misión que Jesús les encomienda, “id y haced discípulos de todos los pueblos……..”
Tenemos que sentirnos Iglesia, tenemos que hacer nuestra la misión encomendada por Jesús, ahí radica la cuestión central del cristiano, del seguidor de Cristo Jesús.
No podemos quedarnos en la oración y no podemos ser solo activos en la difusión del mensaje de Jesús, pues la oración nos llevará a lo segundo y lo segundo será la realización de ese mensaje que cada día nos da Cristo con su Palabra hecha vida desde la oración.
Podemos preguntarnos si nos consideramos Iglesia o somos un grupo de personas, casi siempre las mismas, que se reúnen, sentados uno al lado del otro y cada cual por su cuenta o sentimos la voz de nuestros pastores, empezando por el Obispo y los Sacerdotes, los ordenandos y consagrados que nos asisten, cada uno en la acción del Espíritu que debemos sentir en nuestros corazones?
Por ello, ¿Qué hacemos ahí plantados, pasivos, mirándonos nuestro ombligo, y no sintiendo los latidos del Espíritu en los demás?
Santa María, Madre de la Iglesia, haz que llevemos la misión encomendada por tu Hijo a los confines de nuestro entorno, con el testimonio de que lo que decimos creer es verdad, de lo que decimos con nuestros labios es verdad, porque nuestra fe es fuerte en la Persona de tu Hijo Jesucristo, AMEN
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