12 AGOSTO 2018
DOM-19B
Estas hojillas, que podéis bajaros, nacieron en la Parroquia de San Pablo (Fuentepiña, barriada obrera de Huelva) y la siguen varios grupos desde hace años en su reflexión semanal. Queremos ofrecerlas desde la sencillez y el compromiso de seguir a Jesús de Nazaret.
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UN DIOS DE CARNE Y HUESO (Jn 6,41-52)
Seguimos pendientes del diálogo sobre el pan de vida. Jesús había dicho que sólo el pan que baja del cielo da vida eterna, aludiendo al Espíritu que se comunica continuamente al hombre, cuando ÉSTE abre su vida y su corazón a la fe. Los judíos, por su parte, plantean el problema del origen de Jesús: "¿Cómo puede decir que viene del cielo si sabemos quiénes son sus padres?". Es la pregunta de la incredulidad: ¿Cómo puede un hombre tener un origen divino? Habían entendido perfectamente lo dicho por Jesús: que Dios se estaba mostrando a modo humano, revestido de humanidad. Fue el misterio de la encarnación lo que escandalizó a aquellos hombres. No podían aceptar que se hubieran roto las barreras entre lo divino y lo humano. Los judíos querían cada cosa en su sitio: Dios en el cielo y el hombre en la tierra. Nada de mescolanzas ni familiarida¬des. Jesús de Nazaret rompió ese esquema porque se empieza poniendo a Dios en su sitio y se termina poniendo a cada persona en el lugar que creemos que debe ocupar. Así es como surgen la discriminación, la marginación y la idolatría de las diferencias.
San Pablo escribe a los gálatas que, en la plenitud de los tiempos, Dios envió a su hijo, nacido de mujer. El hijo de una mujer es el hijo de Dios. Jesucristo es para los cristianos aquel en quien se realiza plenamente la reconciliación entre Dios y los hombres, de tal manera que -en adelante- sólo será posible llegar a Dios a través del hombre y al hombre a través de Dios. Dentro de esta lógica tiene sentido que luego diga: "Lo que hagáis a uno de mis hermanos menores me lo hacéis a mí".
No resulta fácil, ni siquiera a los seguidores de Jesús de Nazaret, aceptar que el encuentro con Dios sólo sea posible en el encuentro con el otro. Eso explica el agnosticismo -la versión laica de la postura farisea-, que no es sino la separación absoluta de los dos mundos; el ateísmo, que niega el mundo sobrenatural; y el espiritualismo, que menosprecia el mundo material. La historia enseña, sin embargo, que cuando se niega a Dios, se termina negando al hombre; y cuando se niega al hombre, se termina negando a Dios. Jesús de Nazaret representa la unidad de ambos mundos: todo él es hombre y todo él es Dios. Sólo quien come su carne -sólo quien acepta el misterio que él representa- alcanza la vida definitiva.
La fe en la encarnación tiene profundas implicaciones existenciales ya que cambia completamente el modo de vivir y de sentir la vida. Porque es cierto que la vida cambia cuando uno deja de fijarse en lo que el otro hace para centrarse en lo que el otro es: en su humanidad -que es tanto como decir en sus limitaciones y miserias- es Dios que nos sale al encuentro. Quien ve al Hijo de Dios en Jesús de Nazaret -quien ve al hijo de Dios en sus semejantes- ha conocido la vida verdadera y no podrá seguir siendo el mismo porque, cada vez que dé a alguien la mano, sabrá que está tocando el misterio.
Francisco Echevarría
CANSANCIO Y FUERZA
Como todo hombre y mujer de este y de cualquier tiempo, tenemos nuestros miedos, éste nos proporciona una huida y el cansancio, como el profeta con Jezabel, huye después de que matara a los profetas del Baal, faso éste y falsos aquellos, pero como humano tenía miedo y se deseó la muerte al amparo de una retama.
Nosotros quizás no nos salvemos de esos miedos y cansancios, pero al contrario que el profeta, nuestros miedos son a las exigencias del Evangelio, a que no hacemos vida la vida de Jesús, a que nuestro testimonio no es el suficiente de un seguidor de Jesús y nos encogemos, nos arrugamos y tenemos miedo y nos deseamos lo peor y no oímos la Palabra de Dios, come y sigue adelante, come y no te pares, nuestra meta sabemos cuál es pero no sabemos su fin, ese encuentro definitivo, donde “guastaremos y veremos qué bueno es el Señor”.
Y por eso ponemos “peros”, cuando nos da la vida eterna en su carne y en su vida entregada, “no es el hijo de José……..”, nuestras trabas, nuestras excusas para no acogerlo en nuestro corazón, cuando nos lo está dando todo ponemos, al revés, exigencias a Jesús, y por ello debemos pensar en nuestra fe, ¿aceptamos plenamente a Jesús? Y en su comida ¿qué significado le damos a nuestra participación en la Eucaristía?
“Yo soy el pan bajado del cielo. Quien coma de este pan vivirá para siempre”
Hemos profundizado en esa Vida, en esa fuerza que se nos regala cada vez que comulgamos, para llenarnos de Dios y derramarnos en los hermanos?
Hagamos caso a S. Pablo, no entristezcamos al Espíritu Santo de Dios con el que fuimos sellados para el día de la redención y por ello desechemos toda esa basura que nos mancha aquella vestidura blanca de nuestro Bautismo, siendo entrañables unos con otros, en el perdón, en la comprensión……, “siendo imitadores de Dios”
Recemos con el salmista “bendigo al Señor en todo momento, su alabanza esta siempre en mi boca”, sea en la vicisitudes que sean, de alegrías, de sombras, de dolor y de bienestar, la que sea, siempre dad gracias y alabanza Dios nuestro Padre, a su Hijo Jesucristo y al Espíritu de ambos que se nos ha dado, porque siempre está a nuestro lado, siempre nos acompña.
“”No entristezcáis al Espíritu Santo de Dios””, que no sea como dice el autor de la Hoja, “ese Dios desconocido” para nosotros.
Santa María, Madre de Dios y Madre nuestra, ayúdanos a decir AMEN
Jesús es el pan de vida que sostiene y alimenta cuando tu camino, como el de Elías, es largo y superior a tus fuerzas; cuando el desánimo te embarga y oscurece tu horizonte, cuando pierdes la esperanza.
Asimilar el cuerpo y la sangre de Jesús te llevará a vivir como él, en el amor y la entrega a todos, desterrando la ira y la amargura en tu relación con ellos, con Dios y contigo mismo, porque te sabes hijo, perdonado y liberado, habitado por el Espíritu.
Gusta y ve, como el salmista, qué bueno es el Señor. Contémplalo, descúbrelo en todo y en todos, y quedarás radiante. Alaba a Dios en el júbilo y el gozo e invócalo en la aflicción. Confía en Jesús y el don de su carne y su sangre hará que tú también seas pan partido y sangre derramada en tu día a día.
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