17 FEBRERO
2019
6ºDOM-C
Estas hojillas, que podéis bajaros, nacieron en la Parroquia de San Pablo (Fuentepiña, barriada obrera de Huelva) y la siguen varios grupos desde hace años en su reflexión semanal. Queremos ofrecerlas desde la sencillez y el compromiso de seguir a Jesús de Nazaret.
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POBRES Y RICOS (Lc 6,17.20-26)
Dos lógicas se enfrentan en las bienaventuranzas en la presentación que hace san Lucas: la de Dios y la de los hombres. La lógica de lo humano afirma que la felicidad está en la posesión de la riqueza, en la satisfacción de las ambiciones personales, en el placer y la diversión y en el prestigio y la gloria. La pobreza, el hambre, el llanto y el desprecio son la expresión de la desdicha. La lógica de lo divino afirma, por el contrario, que todo esto es efímero porque es el final lo que cuenta y que de nada sirven riquezas, saciedad, risas y honores si, al final del camino, acecha la miseria, el ansia insatisfecha, las lágrimas amargas y el desprecio.
Hablar de la lógica de lo divino en un mundo como el nuestro resulta cuanto menos chocante y más de uno -creyente o no-, desde el pragmatismo que nos caracteriza, piensa que es una fantasía propia más de espíritus poco realistas que de hombres con los pies en la tierra. Creen éstos que debemos ocuparnos de la vida sin pensar en la muerte porque ésta -cuando llegue el momento- se ocupará de nosotros sin dar avisos ni pedir permisos. Más aún: afirman que sólo tenemos el presente ya que el pasado se nos ha ido de las manos y el futuro a nadie pertenece. Entienden el vivir como el arte de apurar la copa que la vida ofrece en cada instante sin dejar que los recuerdos o los proyectos nos la vuelquen.
El problema es saber si funciona este modo de entender la vida. Hay en el ser humano un deseo legítimo y universal -ser feliz- que es como el motor de la vida y que condiciona todas las decisiones que éste toma. El problema es acertar en la elección del camino que hay que recorrer para satisfacerlo. La pregunta a la que nos enfrentamos -y la opción que, según sea la respuesta, hemos de hacer- tiene que ver con las dos lógicas de las que hablamos: la lógica de lo inmediato y la lógica de lo último. Es el final lo que hace muestro si el camino recorrido ha es el acertado o no.
Jesús es afirma que el río de la riqueza y los honores y cosas semejantes, al final, desemboca en el mar de la desdicha y que, por tanto, es un camino equivocado. No pretende negar el derecho a poseer los bienes necesarios para vivir o a realizar los propios deseos y proyectos; tampoco presenta el sufrimiento como un ideal ni defiende la humillación. Sus palabras advierten del error no infrecuente que es perder de vista la meta en el viaje de la vida. Sólo quien conoce el destino elige el camino adecuado, sólo quien tiene en cuenta lo definitivo comprende el verdadero valor de las cosas. ¿Merece la pena gastar la vida en construir un castillo de arena pudiendo hacerlo de piedra? Ver las consecuen¬cias últimas de lo que hacemos no nos priva del placer de vivir, sino que -por el contrario- nos permite discernir con acierto entre lo que nos hacer verdaderamente felices y lo que sólo sacia un instante.
Francisco Echevarría
SOMOS FELICES?
El Evangelio de esta semana nos trae la locura de Dios sobre el hombre, y es nada más y nada menos que lo declara DICHOSO, FELIZ y esto lo aplica a aquellos que sobre la faz de la tierra no son nada, a los que eligen ser pobres, lloran, pasan hambre y persecución por el nombre de Jesús y podríamos decir, Jesús está loco, fuera de sí, pero no, su cordura rebosa la tierra, lo que ocurre es que no la sabemos ver.
Vemos con los ojos de la sociedad de hoy y la de siempre, donde el mejor de los hombres y mujeres son los que tienen, ríen, insultan, no saben ni quieren ver nada desagradable pues se creen que no son débiles ni frágiles mortales, sino algo así como que eso es para los demás y en su lógica pisotean, denigran, maltratan, roban, matan y……..
Y viene Jesús, el más loco de los locos del universo, pues su locura lo llevó hasta la Cruz, por desearles a los pobres la felicidad, a los hambrientos la hartura y a los que sufren el consuelo así como que lo pasarán bien cuando los insulten por su nombre, pues el Reino de los Cielos, el reino de Dios, el AMOR grande de Dios está con ellos.
Podríamos decir que estamos en la meditación de las dos banderas de los Ejercicios de S. Ignacio, pues ante el escándalo del mundo y su programa de vida invitando a la felicidad, Jesús nos dice, sí, SOIS FELICES, pero por el camino del desprendimiento, de la superación de los sufrimientos y por el camino que lleva a la justicia social devolviendo la dignidad a los despreciados de esa sociedad y liberando a todos en el seguimiento de sus creencias.
Jesús sigue desgranando, domingo tras domingo, los hitos de su camino al Padre, camino que marca para nosotros pues Él ya lo conoce pues del Padre vino y al Padre va, delante de nosotros y cada día da un paso hacía la Cruz porque el plan de ese caminar no le gusta a la sociedad y sobra, sobramos cuando le seguimos, pues la verdad, siempre se ha dicho, estorba, nos hace incómodos a todos los que la seguimos pues la Verdad es Jesús, Hijo del Padre y Unido por el Espíritu.
Recemos con el salmista, dichoso el hombre que ha puesto su confianza en Dios, pues de estos es el Reino de los Cielos, estos serán los consolados, los que reciban misericordia, los mansos comunicarán su fortaleza, los que vean colmadas sus ansias de justicia, los de intenciones rectas gozarán de vida plena y en el insulto y el maltrato por seguirle, verán el consuelo, porque Dios es, sobre todo, un Padre.
Y ahora solo cabe preguntarnos, ¿somos felices o la buscamos en otros caminos?
Santa María, Madre de Dios y Madre nuestra, ayúdanos a decir AMEN al plan de Dios, como Tú lo hiciste.
Dios nos quiere y nos sueña bienaventurados, dichosos, felices, santos. Y el seguimiento de Jesús es un camino de dicha, vida plena y alegría. ¿Es esto lo que los demás ven en nosotros cuando nos miran o escuchan, cuando se relacionan con nosotros?
Es verdad que la dicha y la alegría, verdaderas y profundas, no las encontramos en fuentes al uso y consumo. Nuestro programa de vida para hallarlas está en las bienaventuranzas, que ni han estado ni estarán jamás de moda. Un programa para gente que habita y trabaja en los límites de sí, para y por los más desfavorecidos, a su servicio, a su cuidado y a su lado.
Los que creemos en las bienaventuranzas hemos puesto, como el salmista, nuestra confianza en el Señor, en Cristo resucitado. No seguimos el consejo de los impíos ni entramos por la senda de los pecadores, no nos sentamos en la reunión de los cínicos, que alientan estructuras que multiplican los pobres, los hambrientos, los enfermos, los que lloran. Porque creemos en las bienaventuranzas sus causas son las nuestras.
Nosotros no buscamos el consuelo, la riqueza, la saciedad y la fama aquí y ahora, a costa de quien sea, olvidando y despreciando al prójimo. Nuestro gozo es la ley del Señor y ponemos en él nuestra confianza. Por eso hace nuestra vida semejante a la suya y pone sus sentimientos en nosotros. Nos da hambre y sed de justicia, y hace de nosotros buenos samaritanos que cuidan y curan a los heridos del camino. Porque no podemos verlos llorar sin llorar con ellos.
Quiero compartir con vosotros estas hermosas palabras del Papa en su homilía en Abu Dhabi, durante su reciente viaje allí. Os gustarán.
Queridos hermanos y hermanas, en la alegría de encontraros, esta es la palabra que he venido a deciros: bienaventurados.
Ahora bien, vivir como bienaventurados y seguir el camino de Jesús no significa estar siempre contentos. Quien está afligido, quien sufre injusticias, quien se entrega para ser artífice de la paz sabe lo que significa sufrir. Pero el Señor es fiel y no abandona a los suyos.
Quisiera deciros también que para vivir las Bienaventuranzas no se necesitan gestos espectaculares. Miremos a Jesús: no dejó nada escrito, no construyó nada imponente. Y cuando nos dijo cómo hemos de vivir no nos ha pedido que levantemos grandes obras o que nos destaquemos realizando hazañas extraordinarias.
Nos ha pedido que llevemos a cabo una sola obra de arte, al alcance de todos: la de nuestra vida. Las Bienaventuranzas son una ruta de vida: no nos exigen acciones sobrehumanas, sino que imitemos a Jesús cada día. Invitan a tener limpio el corazón, a practicar la mansedumbre y la justicia a pesar de todo, a ser misericordiosos con todos, a vivir la aflicción unidos a Dios.
Es la santidad de la vida cotidiana, que no tiene necesidad de milagros ni de signos extraordinarios. Las Bienaventuranzas no son para súper-hombres, sino para quien afronta los desafíos y las pruebas de cada día. Quien las vive al modo de Jesús purifica el mundo. Es como un árbol que, aun en la tierra árida, absorbe cada día el aire contaminado y devuelve oxígeno. Os deseo que estéis así, arraigados en Jesús y dispuestos a hacer el bien a todo el que está cerca de vosotros. Que vuestras comunidades sean oasis de paz.
Por último, quisiera detenerme brevemente en dos Bienaventuranzas. La primera: «Bienaventurados los mansos» (Mt 5,4). No es bienaventurado quien agrede o somete, sino quien tiene la actitud de Jesús que nos ha salvado: manso, incluso ante sus acusadores. Me gusta citar a san Francisco, cuando da instrucciones a sus hermanos sobre el modo como han de presentarse ante los sarracenos y los no cristianos. Escribe: «No entablen litigios ni contiendas, sino que estén sometidos a toda humana criatura por Dios y confiesen que son cristianos» (Regla no bulada, XVI). No entablen litigios ni contiendas: en ese tiempo, mientras tantos marchaban revestidos de pesadas armaduras, san Francisco recordó que el cristiano va armado solo de su fe humilde y su amor concreto. Es importante la mansedumbre: si vivimos en el mundo al modo de Dios, nos convertiremos en canales de su presencia; de lo contrario, no daremos frutos.
La segunda Bienaventuranza: «Bienaventurados los que trabajan por la paz» (v. 9). El cristiano promueve la paz, comenzando por la comunidad en la que vive. En el libro del Apocalipsis, hay una comunidad a la que Jesús se dirige, la de Filadelfia, que creo se parece a la vuestra. Es una Iglesia a la que el Señor, a diferencia de casi todas las demás, no le reprocha nada.
En efecto, ella ha conservado la palabra de Jesús, sin renegar de su nombre, y ha perseverado, es decir que, a pesar de las dificultades, ha seguido adelante. Y hay un aspecto importante: el nombre Filadelfia significa amor entre hermanos. El amor fraterno. Una Iglesia que persevera en la palabra de Jesús y en el amor fraterno es agradable a Dios y da fruto.
Jesús, que os llama bienaventurados, os da la gracia de seguir siempre adelante sin desanimaros, creciendo en el amor mutuo y en el amor a todos (cf. 1 Ts 3,12).
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