10 MARZO
2019
1ºDOM-CUARESMA
Estas hojillas, que podéis bajaros, nacieron en la Parroquia de San Pablo (Fuentepiña, barriada obrera de Huelva) y la siguen varios grupos desde hace años en su reflexión semanal. Queremos ofrecerlas desde la sencillez y el compromiso de seguir a Jesús de Nazaret.
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LA TENTACIÓN (Lc 4,1-13)
La tradición decía que Israel, en el desierto, había sufrido tres grandes tentaciones: el hambre, la idolatría y la desconfianza en Dios. En los tres casos sucumbió. El Mesías, en el desierto, sufre las mismas tentaciones, pero sale airoso de ellas. Así comienza el tiempo de Cuaresma. Se nos recuerda que la tentación es parte de la vida, que ningún nacido de mujer se libra de ella y que no es humillante la experiencia de sentir la propia debilidad, si bien es importante estar alerta para no dejarse engañar con buenos argumentos -el tentador utiliza incluso la Palabra de Dios para seducir-.
La primera tentación es la de convertir las piedras en pan. La dureza del camino, las necesidades legítimas, la conveniencia puede ser un buen argumento para olvidar que la Palabra de Dios es el primer alimento. Jesús es tentado de ignorar la Palabra -el mensaje que tenía que anunciar- y acomodarla a sus intereses y conveniencia. Sucumbe el hombre a esta tentación cuando sacrifica la verdad para satisfacer intereses personales. Es la tentación de quienes sacrifican la verdad en el altar de la riqueza.
La segunda tentación es un espejismo: se le promete todo el poder mundo. El tentador reconoce que ese poder le ha sido dado y miente cuando afirma que puede disponer de él a su antojo. Engañado y engañando reclama ser tratado como un Dios. Es el espejismo de los poderosos. Sucumbe a esta tentación todo el que gasta su vida en escalar el primer sitio -el que le sitúa por encima de todos los demás-. Es un espejismo estúpido y ya Daniel puso de relieve su inutilidad con la imagen del ídolo con pies de barro. Es la tentación de quienes lo sacrifican todo al dios-poder.
La tercera tentación tiene lugar en el templo. Jesús siente la necesidad de pedir una prueba del favor del Padre. Es la tentación que brota de la desconfianza, de la duda. Israel, en desierto, llegó a preguntarse: ¿Está o no está Dios con nosotros? Es la tentación más peligrosa y afecta de modo especial a los que sacrifican su vida por los demás. La sufren quienes dudan de la eficacia o utilidad de su entrega. Es la tentación de sacrificarlo todo en bien del éxito.
Las tres tentaciones reflejan tres situaciones genuinamente humanas y reflejan tres modos de entender la existencia: el de aquellos que ven en la riqueza el sentido de la vida y no dudan en sacrificar a ella todos los valores; el de quienes lo centran todo en el poder -del tipo que sea- y viven permanentemente en el espejismo de creerse dioses; y el de quienes no soportan la idea de haberse equivocado y viven en la ansiedad de alcanzar el reconocimiento y el éxito. Riqueza, poder y prestigio. El Mesías, guiado por el Espíritu, tenía que soportar la prueba para mostrar el error que supone sucumbir ante el ídolo del poder económico, político o social que, como Saturno, es un dios cruel que termina devorando a sus propios siervos.
Francisco Echevarría
Esta semana comienza un tiempo de gracia, un tiempo en que Dios estará pendiente de nosotros si nosotros anhelamos su cercanía, su presencia en nuestras vidas, si en la revisión de nuestros comportamientos, somos humildes y reconocemos nuestra debilidad y las consecuencia de la misma, es tiempo de llegar a llenarnos de Dios porque nos hemos vaciado de lo que nos sobraba, como esos trasteros a los que vamos llevando cachivaches y de cuando en vez tenemos que hacer limpieza.
Y la liturgia nos propone a nuestra consideración, las tentaciones de Jesús, la de convertir las piedras en pan, la del poder y la ostentación, en definitiva todas llevan a la infidelidad con el Padre y la misión encomendada.
Jesús se deja “llevar por el Espíritu por el desierto, mientras el diablo lo tentaba”
Era corriente en Jesús que pasase las noches en sitios apartados en oración, como nos relata los cuatro Evangelios y en esa soledad es buscado: con esto lo primero que debemos sacar esta semana es que a pesar de todo el ruido exterior e interior en que estamos inmerso, debemos buscar, dejarnos llevar por el Espíritu a tener esos ratos necesarios de silencio, de soledad, de oración, más de lo habitual, estando a los pies de Jesús Sacramentado, como María en Betania, sin necesidad de hacer cosa alguna, como decía Santa Teresa de Jesús “estabame yo allí con Él” y nada más.
Después vendrá momentos de reflexión, de vaciar nuestro trastero, para no caer en esos paraísos que nuestro entorno nos va ofreciendo, desde la misma convivencia, donde todo se permite, donde todo es relativo y asi…. hemos llegado, digo yo, a perder la conciencia de pecado, ya no hay pecado, ya todo vale y las colas de comulgar son enormes y confesar vemos a muy pocos o a nadie, quizás porque nadie te puede confesar, ¿A caso ha perdido la Confesión su valor o qué?. Ahí lo dejo.
Yo me atrevo a decir, que ya ni siquiera somos tentados o somos tentados negativamente al darle valor precisamente a lo negativo y nuestras conciencias se adormecen y nos contentamos con ir tirando, llenos de prácticas piadosas que no nos interpelan, que no nos grita al corazón para que despertemos de la modorra espiritual en que pasamos nuestra vida sin mirar a Dios en nuestros hermanos que “están gritando en su tribulación”.
Tiempo de gracia, tiempo de reflexión, de mirarnos, de vernos, como decía hoy el Obispo que presidía la Eucaristía en la tele, “quitate el traje de carnaval y sé tú mismo” y cuando recibamos la ceniza, no sea un rito más, sea de verdad, “”convertirnos y creer en el Evangelio””. Pues para otra cosa, quedémonos en casa.
Se nos propone el Miércoles de Ceniza la oración, el ayuno y la limosna, pero en la soledad, la discreción y la alegría, y sin que se note más que en nuestro modo de actuar, en el testimonio.
Recemos con el salmista “acompáñame, Señor, en la tribulación”
Santa María, Madre de Dios y Madre nuestra, ayúdanos en nuestra conversión, AMEN
Si te sientes tentado o acosado por las dudas y la incertidumbre en tu camino, será reconfortante para ti mirar a Jesús en la misma situación. Ahí se ve también otra luz en el rostro del Padre: no deja de mirarnos en el momento de la tentación, ni de amarnos, pero no resuelve nuestras dudas de un plumazo, ni nos libra del combate, no nos ahorra la angustia en la batalla ni acorta el tiempo de la prueba. Respeta demasiado nuestro proceso, la búsqueda de nuestro propio camino, de su voluntad. Y sobre todo respeta nuestras decisiones, el ejercicio de nuestra libertad. Sabe que para crecer y dar lo mejor de nosotros mismos hemos de aprender a cargar con las consecuencias de nuestras opciones. Con todas.
Tampoco nos deja solos. Contamos, si queremos, con su Espíritu, que se desenvuelve extraordinariamente bien en el silencio y la soledad, no solo del cuerpo sino también del alma y la mente.
Por eso en este tiempo cuaresmal marcha al desierto, o créalo a tu alrededor, o mejor, dentro de ti. Observa qué te aleja del Señor y su seguimiento y toma tus decisiones. Mira qué te impide vivir las bienaventuranzas en tu casa, en tu trabajo, en tu ocio; o la misericordia y la compasión con tus allegados, con tus enemigos; qué te aparta del Padre y su Reino. Servir y dar la vida.
Y cuando te sientas tentado, desanimado o acosado por tus demonios internos o externos, haz de la Palabra de Dios tu espada, tu guía y tu luz. Encontrarás en ella el alimento que necesita tu alma y da vigor a tu espíritu. Te ayudará a hacer camino al andar.
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