26 MAYO 2019
6º DOM-PASCUA-C
Estas hojillas, que podéis bajaros, nacieron en la Parroquia de San Pablo (Fuentepiña, barriada obrera de Huelva) y la siguen varios grupos desde hace años en su reflexión semanal. Queremos ofrecerlas desde la sencillez y el compromiso de seguir a Jesús de Nazaret.
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HABITAREMOS EN ÉL (Jn 14,23-29)
Dice el Génesis que el ser humano -en su doble condición de hombre y mujer- ha sido creado a imagen de Dios. Venía esto a desmentir el pensamiento egipcio según el cual esa dignidad sólo se le reconocía al faraón, mientras que el resto de los mortales sólo eran vistos como sombra del mismo. Sometidos a servidumbre por ser extranjeros, los hijos de Israel sufrieron y rechazaron esta visión de las cosas que pretendía justificar un sistema político-religioso a todas luces injusto. Por otra parte, había que sumir la fragilidad del ser humano, sujeto a grandes limitaciones, la principal de las cuales es la muerte. Puestos a buscar una metáfora capaz de expresar gráficamente este aspecto de la condición humana, no encontraron otra mejor que la usada por las mitologías orientales: la arcilla.
Decía la mitología mesopotámica que los seres humanos habían sido creados, para comodidad y descanso de los dioses, de esta manera: sacrificaron a un dios rebelde y mezclaron su sangre con arcilla. Israel aceptaba la condición mortal del hombre -la arcilla-, pero negaba que hubiera en él un componente divino -la sangre-. En su lugar pone el aliento divino para indicar así que la vida del hombre es un don de Dios. De esta manera, elabora un pensamiento que supera los planteamientos de las mitologías de su tiempo: todo hombre -viene a decir- es imagen de Dios, pero ningún hombre es divino, si bien la vida que posee es un don del cielo.
Viene todo esto a propósito de lo dicho por Jesús -“Haremos morada en él”-, ya que su pensamiento representa un importante avance con relación al Génesis, ya que, al ver la hombre como templo de la divinidad, va más allá de ver a Dios como modelo del hombre. Dios no es una realidad exterior y distante, sino que está profunda e íntimamente unido a su obra.
Las consecuencias de esto pueden verse en diversos órdenes: la dignidad humana encuentra en Dios su fundamento último; la religión pasa de tener el eje en algo exterior -el templo- a ser una vivencia interior -el corazón-; la vida humana es un valor indiscutible; todos los seres humanos son iguales...
El complemento de esta enseñanza viene expresado por las tres palabras que Jesús añade: amor, verdad y paz. No un amor cualquiera, sino el amor de Dios, que es fuente de amor auténtico porque él mismo es amor; no una verdad cualquiera, sino la verdad completa que sólo el Espíritu de Dios puede comunicar; no una paz cualquiera, sino la que permite una vida sin inquietudes ni miedos.
Tal vez alguno crea que el mensaje evangélico está fuera de lugar por anacrónico y poco realista. Sin embargo, sigue siendo la mejor garantía del respeto a la dignidad humana ya que, para Jesucristo, el hombre no es sólo la imagen de Dios, sino que -gracias a la fe- es además su hijo.
Francisco Echevarría
Escucha las palabras de Jesús. Contémplalas con calma en el silencio de la oración. Acógelas como una carta de amor dirigida a ti. Es el Maestro, el Señor, quien te dice que eres morada de Dios, templo suyo.
Nunca estás solo. Lo más grande de ti es que estás habitado y puedes vivir, a diario y en cada momento, una relación de intimidad, de amistad. Siempre te acompaña quien más te ama, te ampara y te guarda.
Jesús te pone en relación con el Padre y el Espíritu, esa presencia fuerte y delicada que se mueve en ti, te empuja e inspira tanto como tú le dejes. Él será quien haga viva en ti la palabra de Jesús, dinámica y potente, de forma que todo tu vivir y actuar sea el de Jesús en ti. Es el único que puede darte la paz y el valor en medio de todas las dificultades y el dolor, en la oscuridad y la incertidumbre. Te dará la luz necesaria para discernir qué es lo importante, lo esencial que salvaguardar cuando arrecien las dudas acerca del camino a seguir en pos de Jesús.
Y recuerda: también tus hermanos, esos que comparten contigo la fe, son templos de Dios, morada del Espíritu, por muy defectuosos que los encuentres a veces. Y hay otros hermanos, los alejados, los escandalizados, los rebeldes, que esperan y necesitan que tú, con tu vida y tu palabra, les muestres el gozo de vivir como hijos del Padre, discípulos misioneros de Jesús y hombres y mujeres llenos del Espíritu.
Desde el Domingo de Resurrección estamos viendo en clima ascendente el amor de Dios a la humanidad y en esta semana llega a lo más, a plantearnos tres temas de intima intimidad, podíamos decir si los señores de la Academia nos lo permite.
Por una parte somos moradas de Dios, aceptando su Palabra, su vida y sus hechos, aceptándole a Él, en el Hijo que vino, vivió como nosotros, murió en un patíbulo, donde cabe que nos preguntemos como hace Ignacio Ellacuría, “porque murió y porqué mataron a Jesús” (os lo recomiendo, está en internet), resucitó y VIVE EN NOSTROS: que grandeza la del hombre que es morada, sagrario de Dios, en las buenas y en las moradas, que de estas entiende un rato y no estarás solo nunca, lo digo por experiencia en los percances pasados de salud y en cada momento de la vida
¡Qué grandeza la del hombre! y todavía nos quejamos y le echamos a Dios la culpa de nuestras vicisitudes, cuando está en nostros para decirnos qué hacer y como estar.
Nos promete el Espíritu Santo, soplo de vida, soplo creador, soplo santificador, el que renueva todas las cosas, es con sus dones y sus frutos quien nos conforma en santidad según el Evangelio y qué olvidado le tenemos y siempre debe ser el que inicie nuestra oración para que sigamos su impulso.
Nos promete su paz, no como la da el mundo, sino como la da Dios: el mundo da una paz horizontal, es decir una paz de tener, poseer, de poder, influencia, de todo eso que nos llena la casa, pero que sobra porque es la paz de la comodidad y vaciedad, la de aquel pasaje del evangelio del rico y su gran cosecha “come, descansa y baquetea”.
Pero la paz de Dios es la vertical, la que mira a Dios y nos dice que nos pongamos en sus manos, que confiemos en Él, que no nos fallará, que estará a nuestro lado en este mundo convulso, decimos ahora, pero siempre lo fue y en esa paz el alma descansa conforme a las palabras de Jesús en Mt 11” venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados…..”
Miremos a Dios, busquemos a Dios en todo lo que hacemos y lo encontraremos en todo lo que sucede, no tengamos la menor duda y no tengamos miedo que es lo último que también nos dice en esta semana y si Dios lo dice, a quien vamos a temer? A los que matan el cuerpo? No, a los que nos pueden hacer daño en el alma apartándonos de Él.
Estamos en el mes de María, que quizás olvidemos con tanta zarabanda de romerías en su honor, quedándonos en lo exterior y sin mirarle la cara a su imagen que todos llevamos gravada en nuestro corazón, como la mujer del sí a Dios, meditando esa entrega a un proyecto que puede que no comprendiera aquella joven, pero se puso en las manos de Dios, ¡de esto cuanto nos puede enseñar las mujeres, por su propia naturaleza!.
Santa María, Madre de Dios y Madre nuestra, ayúdanos a decir sí, a decir AMEN.
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