16 FEBRERO 2020
DOM-06-A
Estas hojillas, que podéis bajaros, nacieron en la Parroquia de San Pablo (Fuentepiña, barriada obrera de Huelva) y la siguen varios grupos desde hace años en su reflexión semanal. Queremos ofrecerlas desde la sencillez y el compromiso de seguir a Jesús de Nazaret.
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3 comentarios:
LA LEY Y EL ESPÍRITU (Mt 5, 17-37)
Tras presentar de modo programático la nueva justicia en las bienaventuranzas y explicarles a los discípulos que están destinados a ser luz en medio del mundo con sus buenas obras, Jesús pasa a exponer los rasgos de esa nueva justicia. Había un debate en la iglesia primitiva: si la ley antigua –la propuesta por medio de Moisés– seguía teniendo valor o, por el contrario, el cristiano no estaba sometido a ella. Algunos pensaban lo primero y trataron de imponer su opinión a los que venían del paganismo. Pablo y otros pensaban lo segundo y defendieron la libertad frente a la ley mosaica. El asunto se resolvió en la asamblea de Jerusalén. El evangelio de Mateo, escrito para los cristianos procedentes del judaísmo, se mantiene en una postura intermedia. Viene a decir que las exigencias morales del Antiguo Testamento son válidas, pero insuficientes. Sólo el nuevo modo de ser justo es completo y definitivo.
La primera parte del sermón de la montaña es una cuidada exposición de las exigencias morales que han de guiar al buen discípulo. No ha de ajustarse éste a lo que manda la ley. Si su corazón es morada del Espíritu, irá más allá. La ley, por ejemplo, prohíbe matar. El cristiano ha de saber vivir una relación basada en el amor y la fraternidad que evita, no sólo la muerte, sino también todo lo que ofenda la dignidad del otro o le haga desdichado. Quien se limita a no hacer daño es un hombre bueno, pero no es un buen discípulo de Jesús.
En realidad el asunto es más importante de lo que a primera vista puede parecer porque lo que se debate es el origen de la vida moral. Unos –como hacían los fariseos en tiempos de Jesús– defienden que la fuente de la moral es la ley. El hombre encuentra al nacer dos caminos: el del bien y el del mal. El primero es el camino estrecho de la justicia; el segundo es la senda ancha de la maldad. La ley tan sólo es un indicador en las encrucijadas que señala el camino mejor. El hombre –creado libre– decide y, por eso, la responsabilidad es toda suya. Otros –como Pablo– piensan que la ley deja al hombre solo ante esa gran decisión y, dado que es débil, corre el riesgo de equivocarse. Necesita una fuerza interior que le guíe y le sostenga en la lucha. Esa fuerza es el Espíritu. Pero, cuando el Espíritu está presente, ya no cuenta la ley, porque el Espíritu es la luz que guía las decisiones del hombre.
Aunque el debate viene de antiguo, muchos no se han enterado todavía. Son los cristianos que examinan su vida y modelan su conciencia a la luz del Decálogo. Y no es que esté mal hacerlo. Pero es insuficiente. Si el vivir cristiano está regido por los preceptos entregados a Moisés en el Sinaí, ¿qué necesidad había de Cristo? Si los mandamientos son suficientes, ¿para qué queremos el Evangelio? Parecen leer las palabras de Jesús oyendo sólo “sabéis que se dijo” e ignorando “pero yo os digo”.
No es éste un debate estrictamente moral o religioso. También en el ámbito social está presente. Si los ciudadanos se quedan en el estricto cumplimiento de las leyes, la sociedad nunca irá a más aunque mantendrá el orden establecido, que no es poco. Pero sólo avanzará, si los ciudadanos comprenden que, más allá de las leyes, existe un mundo de valores que las sobrepasan.
Esta semana podríamos decir que la Palabra nos trae, las tres lecturas, la contradicción, aparente, claro está, pues la Palabra de Dios no puede contradecirse, la contradicción está en nosotros que no alcanzamos el mensaje que nos quiere dar.
En la primera ante el hombre se presenta el bien y el mal y nuestra libertad, el gran regalo de Dios; Pablo nos habla de la locura de la Cruz y el Evangelio empieza a desarrollar el sermón del monte.
Es el Evangelio donde puede que nos decepcione esa contradicción, aparente, por una parte guardar la Ley y los Profetas y por otra donde se dijo, yo digo.
Hay que guardar la Ley y no saltarse nada de ella ni de los Profetas, por la sencilla razón de que la Ley y los Profetas con Jesús deja de tener vigencia, se ha cumplido el tiempo, se ha cumplido cuanto en ella se decía del Mesías, del Cristo y con Él empezamos nuevos tiempos de los que no podemos dejar de cumplir ninguna de sus enseñanzas, que es lo que nos quiere decir Jesús, por lo que esa contradicción es solamente aparente y hay que llegar a su fin, como nos dice un autor.
Tenemos que empezar a sentir la alegría del Reino con las enseñanzas de Jesús, empezando por las Bienaventuranzas, que no vimos, con ser sal y la luz y ahora nos pide que cambiemos conforme a sus enseñanzas, superando de esa manera la vida vacía que enseñaban y experimentaban los maestros de la Ley.
Jesús nos pide iniciar el Reino, aprender los comportamientos del Reino que nos llevará a lo largo del Evangelio, a ese único mandamiento, AMAOS y así seremos dichosos caminando en la voluntad del Señor, como nos dice el salmista.
Santa María Madre de Dios y Madre nuestra, enséñanos a seguir a tu Hijo, preguntándonos y haciendo la voluntad del Señor, AMEN
Magnífico el comentario de Paco sobre el evangelio del domingo, y muy buenas las explicaciones de la hojilla. Me quedo, a modo de resumen, con una frase de Pagola: En estas personas reina la ley, pero no reina Dios; son observantes pero no se parecen al Padre.
Porque de eso va el evangelio: del camino a seguir para que Dios reine y para ser hijos semejantes a nuestro Padre. Mucho más que guardar la ley, que hacer lo correcto, aunque no es poco…
Podemos orar con el salmista: Enséñame a cumplir tu ley y a guardarla de todo corazón, sabiendo que solo el Espíritu puede guiarnos y grabar el amor y la compasión en lo más profundo de nuestro interior. De modo que nuestra libertad quede configurada por él. Es el famoso “Ama y haz lo que quieras” de San Agustín, que trasciende y supera, con mucho, toda ley.
¿Acaso no se encuentra aquí la mayor realización personal, la felicidad de una vida plena? En ir más allá en el amor, en seguir el camino de Jesús e identificarnos con él.
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