3 MAYO 2020
4º DOM-PASCUA-A
Estas hojillas, que podéis bajaros, nacieron en la Parroquia de San Pablo (Fuentepiña, barriada obrera de Huelva) y la siguen varios grupos desde hace años en su reflexión semanal. Queremos ofrecerlas desde la sencillez y el compromiso de seguir a Jesús de Nazaret.
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PASTOR Y PUERTA (Jn 10,1-10)
La metáfora de la puerta con la que se abre el evangelio de este domingo tiene un antecedente clarificador en el salmo 118: “Ésta es la puerta para llegar al Señor... sólo los justos pueden entrar por ella”; y un complemento necesario en el Apocalipsis “Miré y vi una puerta abierta en el cielo” (4,1). Uniendo ambos textos tenemos el significado de la parábola: Jesús se presenta a sí mismo como la única puerta por la que se puede entrar en el mundo celestial donde se encuentran los justos; o -lo que es lo mismo-: él es la conexión entre lo humano y lo divino, el paso a la salvación, el acceso a Dios. Lo contrario a la puerta de la vida es la puerta del abismo, que conduce a la destrucción.
Otra metáfora, unida a ésta, es la del pastor que conoce y guía a las ovejas caminando delante de ellas para mostrarles el camino. La figura contraria es la del ladrón y salteador; a éste no le siguen, sino que huyen de él porque no lo conocen. Hay, por tanto, una relación de conocimiento y confianza mutua entre el pastor y el rebaño.
En el contexto de la Pascua, el texto de Juan se refiere a la función de Jesús Mesías. Él representa el eslabón que uno lo divino y lo humano, el camino, la puerta, el paso obligado por el que los hombres llegan a Dios y Dios a los hombres. Son dos mundos diferentes y llegan a ser dos mundos incomunicados cuando Cristo falta. Viene esto a tocar una característica del mundo actual: la inmanencia, que no es sino el repliegue del mundo sobre sí mismo, eliminando todo lo que está más allá del horizonte humano. Para nuestro mundo, el mundo material es el único mundo real y la razón, el único medio de conocimiento. Lo sobrenatural es relegado al terreno de la fantasía, de los mundos imaginarios, inexistentes, que sólo sirven para distraer al hombre de las dificultades que encuentra en el mundo real. Viene a decir esta filosofía que el cielo no es sino una manera de escapar -temporalmente- del infierno en el que vivimos.
El problema es si esta postura soluciona algo. Ciertamente es equivocado vivir lo sobrenatural desentendiéndose del mundo en que vivimos, ilusionados con el mundo que esperamos. Pero ¿es correcta la postura contraria? Jesucristo muestra que no es humano vivir en mundos enfrentados, que lo propio es conectar ambos mundos. De esa manera lo humano se magnifica y lo divino se humaniza. Tal vez sea éste el mejor servicio que el cristianismo puede hacer al hombre de hoy: abrirle el horizonte y mostrarle que Dios no es amenaza sino plenitud, que no invita a huir sino a comprometerse, que no es ilusión sino futuro. Tal vez la unidad del mundo sólo sea posible cuando los hombres acepten la unidad de los mundos. Creo que fue éste uno de los mensaje que el Papa difunto nos dejó cuando afirmó: ¡Abrid la puertas a Cristo! ¡No tengáis miedo!
Pedro en su Carta nos habla del sufrimiento por obrar mal y aún obrando bien, cosa ésta que agrada a Dios y concreta: “Precisamente a eso habéis sido llamados a seguir las huellas de Cristo, que padeciendo por vosotros OS DEJÓ UN MODELO QUE IMITAR”
Esto es lo que nos dejó Jesús un modelo que imitar, un estilo de vida que llevar a cabo por sus seguidores en su relación con Dios y con los demás hermanos, sin distinción alguna.
Este modelo de viva, yo diría de VIDA, se relata en los Evangelios y el resto del Nuevo Testamento por referirse todo él a Jesús y sus enseñanzas y modo de actuar, sus palabras y su vida.
A este estilo de Vida, esto se refiere los Hechos de los Apóstoles (Hc 5,20) cuando el Ángel libera de la cárcel a los Apóstoles y les envía a predicar en el templo “este estilo de vida”
Es la Vida que Jesús nos ofrece, la que tenemos que llevar, es el cambio radical, nuestra conversión, al igual que aquellos oyentes de Pedro en Pentecostés preguntaban a los Apóstoles, ¿qué tenemos que hacer, hermanos?
O como preguntan los judíos en el Evangelio de hoy ( día 27) “”Qué tenemos que hacer y cuáles son las obras que Dios quiere? Y Jesús les contesta “que creáis en su enviado”” aceptar a Jesús sencillamente, convertirnos que no es más que vaciarnos de nosotros y llenarnos de Dios, ¿Cómo? Con la Palabra de Dios y no hay más, todo lo demás será ayuda, guía para nuestra vida, pero la Vida, en La Palabra de Dios y sobre todo en los Evangelios y siguiéndolos en nuestro caminar, en nuestro día a día, será señal de que conocemos su voz, la del Buen Pastor, aunque ese versículo once no entre en la liturgia de esta semana, no podemos descartarlo porque en los versículos anteriores, a pesar de que Jesús nos dice que es la puerta del aprisco, nos deja la pauta del Buen Pastor que conoce y lo conocen ¿Conozco yo, conocemos nosotros a Jesús?
Pues este conocimiento no es más ni menos que la vida eterna, “Que te reconozcan a ti como único Dios y Jesucristo como tu enviado” (Jn 17,3). Alcancémosla desde ya, mediante nuestra infinita confianza en Dios nuestro Padre
Y este seguimiento donde nos lleva?, “Yo he venido para que tengan Vida y la tengan abundante”
Vida con mayúsculas, Vida llena de Dios que nos haga ser persona que crecen, en el ambiente en que vivimos, en los valores humanos y en los valores divinos: hace muchos años leí un libro que se titulaba así ”el valor divino de lo humano”, es decir no tenemos que irnos lejos ni estar en arrobos de éxtasis para llevar una vida “santa”, sino hacer extraordinariamente, lo ordinario: dejar las caras largas y tener una sonrisa, una ayuda, un trabajo bien hecho sin que nos mire, ocuparnos de los menores y de los mayores, ….
Oremos con la Palabra de Dios en nuestras manos,
--qué personas intervienen, qué dicen, qué hacen…..
--que me dice Dios meditándola,
--qué digo a Dios orando
--y qué pauta me da para el día, en definitiva la Lectio Divina.
Y cuando tengamos días que nada nos diga nada, que parece que la tormenta no se va de nosotros, acudamos a la oración oral, recemos, aún sin ganas, cualquier jaculatoria repetidamente o el santo Rosario, que dicen que nació de un monje que siendo ciego no podía rezar los ciento cuenta salmos y rezaba otras tantas Avemarías
Recemos el salmo que nos propone la liturgia, con sentido de consagrados por el bautismo, sintiendo la bondad y la misericordia de Dios que me acompaña todos los días de mi vida, que por muy oscura que sea la noche no me abandona, siempre está con nosotros, conmigo y contigo, “soy yo, no tengáis miedo”, proclamábamos ayer.
Y en este rezo del salmo, acordémonos de nuestros pastores, de nuestro Párroco, nuestro Obispo, el Papa, para que oyendo su voz le sigamos y nos cuide.
Santa María, ¡Alégrate! ¡Aleluya!, porque tu Hijo, al que mereciste llevar, ¡ha RESUCITADO!, ¡Aleluya, aleluya!
La diferencia entre Jesús y los dirigentes religiosos de su tiempo es que él es pastor de sus ovejas: las conoce por su nombre, a cada una, y ellas conocen su voz. Busca que todas ellas tengan vida abundante, y da su propia vida por ello.
Los dirigentes religiosos no pastorean ovejas sino rebaños. Buscan someter, no amparar, a la masa, no a las personas. Ni las conocen ni se interesan por ellas. Solo las necesitan para perpetuarse en el poder. Por eso, aunque se tienen por pastores son, en realidad, ladrones y bandidos.
Pedro nos recuerda que andamos errantes sin Jesús y que él se ha ganado por derecho propio ser nuestro pastor de una manera muy concreta: nos ha curado con sus propias heridas. Nunca profundizaremos lo bastante en que cada uno de nosotros hemos costado toda la sangre de Cristo. ¿Qué dudas, entonces, qué temes? ¿Crees que te dejará el que tanto dio por ti? Ninguna pandemia con su bagaje de muerte, enfermedad, incertidumbre, angustia, ruina económica podrá separarnos de su amor ni de la Vida que él nos da.
Juan recuerda en su hojilla que muchos oramos a diario con el hermoso salmo 22. Hazlo tú también. Verás que celebra la dulzura de la confianza en Dios con bellísimas imágenes que serenan y calman. Y que el salmista experimenta todo eso en medio de los avatares de una vida: hay cañadas oscuras, miedo y desesperanza; hay enemigos, de tantas clases y condiciones… Pero, en medio de todo, penetrándolo todo, la bondad y la misericordia de Dios andan entretejidas en esa trama vital, coloreando y dando tono; aportando la música de fondo, la sintonía amada.
Y hay una promesa que se empieza a cumplir ahora, en tu presente, sin esperar al más allá: Habitaré en la casa del Señor por años sin término. Porque tú puedes ser, si quieres, el hijo que se queda en casa y escucha de labios de su padre: Hijo, tú siempre estás conmigo, y todo lo mío es tuyo.
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