7 JUNIO 2020
TRINIDAD-A
Estas hojillas, que podéis bajaros, nacieron en la Parroquia de San Pablo (Fuentepiña, barriada obrera de Huelva) y la siguen varios grupos desde hace años en su reflexión semanal. Queremos ofrecerlas desde la sencillez y el compromiso de seguir a Jesús de Nazaret.
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DIOS Y EL HOMBRE (Jn 3,16-18)
Hay un saber, un conocimiento de la realidad, que parte de los datos ofrecidos por los sentidos y sacados de la experiencia. Se le suele llamar saber científico y, para muchos, es el único saber auténtico y fiable. Todo lo demás, según ellos, es o filosofía o fantasía. Sin negar el valor del saber científico, pienso yo, y es una opinión tan legítima como las demás, que hay otras fuentes de conocimiento que no podemos ignorar ni despreciar. La historia de la ciencia es la historia de una continua rectificación. Cuando se niega a rectificar en base a nuevos datos se convierte en dogmática. La astrofísica está revolucionando la idea que teníamos del origen y la estructura del universo; la paleontología nos obliga a revisar la historia de la evolución humana; la arqueología, la genética, etc. con cada nuevo descubrimiento corrigen al saber científico. El cambio es inherente a la ciencia. Hablar de pensamiento científico es hablar necesariamente de la visión de la realidad propia de un tiempo determinado, distinta de lo que fue en el pasado y distinta de lo que nos depara el futuro. Decir que el único saber fiable y legítimo es el saber científico es, en el fondo, una contradicción.
Todo esto me viene al pensamiento al hilo de la idea de Dios. El científico piensa, y no es equivocado, que no puede recurrir a él a la hora de explicar la realidad, por ser eso más propio de la mitología y de la religión. Lo cual no significa que, desde la ciencia, se pueda negar su existencia. La idea de Dios pertenece a otra esfera del saber, tan legítima y necesaria como la del saber científico: la que busca más allá del dato que ofrecen los sentidos. Es cierto que la realidad de Dios siempre será mayor que la idea de Dios que el hombre tiene y que, por tanto, nadie puede pretender conocerlo absolutamente. Por eso es el Innombrable. Y el cristianismo no es una excepción.
Lo cierto es que la Biblia nos dice de Dios, no lo que necesitamos saber de él, sino lo que necesitamos saber de él para conocernos a nosotros mismos. Cuando dice que el hombre ha sido creado a su imagen y semejanza, se establece un principio: el hombre sólo puede comprenderse a sí mismo si se mira en Dios. Y cuando dice que Dios es amor, no está definiendo la esencia de Dios, sino la esencia del hombre: sólo llegará a ser él mismo cuando descubra que su ser más profundo es el amor.
“Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que todos los que creen en él tengan vida eterna”. Esta es la clave del pensamiento cristiano sobre Dios y la clave de la antropología cristiana. Dios es amor que ama y, por ello, salva. El hombre sólo se salva siendo amor y amando. La ciencia puede no entender este lenguaje, pero eso no significa que éste sea un lenguaje superfluo.
FIESTA DEL AMOR
Mi pequeña reflexión no quiere emular lo que se dice de S. Agustín y el niño en la playa, pero sí que resulta difícil reflexionar sobre lo que creemos, o nos resulta difícil porque no creemos demasiado, porque nuestra fe es débil y sí es débil, pedimos que el Señor nos aumente nuestra fe, nuestra confianza.
Hoy celebramos a Dios uno y trino, Dios único y tres personas distintas, pero quizás olvidemos que hoy celebramos la fiesta del AMOR, aunque meditaremos otro rasgo de Amor el próximo Domingo, Dios Eucaristía.
S. Juan en sus cartas nos dice que Dios es Amor, pero en la primera lectura Dios se nos revela como Amor, “Dios compasivo, misericordioso, clemente, lento a la ira…”
La segunda lectura, además de enunciar la Trinidad en la despedida, nos dice que “”El Dios del amor y de la paz estará con vosotros””.
El Evangelio no es menos, y así el evangelista pone en boca de Jesús, en ese dialogo con Nicodemo lleno de enseñanzas, “que tanto amó Dios al mundo que le dio su único Hijo para que todo el que crea en él se salve”.
Esta es la fiesta del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, fiesta del Amor, porque el Amor, Dios, no puede ser más que comunión, familia, comunidad, pues el Amor se da, se entrega, el amor no se queda encerrado, desborda y ahí tenemos, en mi pobre opinión, la realidad de la Trinidad, vista con los ojos de la fe, únicos que nos da el tener esa experiencia de Dios, Padre de todos, Hijo revelador del Padre y Espíritu, fuerza de Dios, sino tenemos esa experiencia tendremos la teoría, nos sabremos de memoria cuanto se dice de Dios, pero necesitamos un encuentro con el Resucitado que nos llene del Padre Común y de la fuerza de ambos, el Espíritu, es lo único que nos dará vida, mejor dicho la única Vida.
Hemos terminado el ciclo Pascual, iniciamos el tiempo extraordinario para seguir saboreando la intimidad con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, porque lo importante no es discurrir, qué o porqué, sino saborear a Dios: misterio que nos desborda, sí, pero que no es extraño a nuestra experiencia.
Virgen Santísima, Madre de Dios y Madre nuestra, enséñanos a decir AMEN
Otra hermosa celebración de nuestra fe que nos regala el mes de Junio: la Trinidad. Y hermosa también la imagen que ilustra nuestra hojilla: el Padre, el Hijo, el Espíritu y nosotros, todos en estrecha y profunda comunión de amor.
Hermoso también el retrato de Dios que nos ofrecen las lecturas de este día: Dios compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia y lealtad; Dios que acompaña, que perdona y nos guarda como suyos. Dios de amor y de paz, de gracia y comunión, que está siempre con nosotros.
Viene bien recordar, o mejor, contemplar y rumiar, ese “Tanto amó Dios al mundo” y que el paso de su Hijo entre nosotros no tuvo ni tiene otra finalidad que la de darnos vida verdadera. Pero eso nos exige optar por él en libertad: aceptarlo o rechazarlo, así como su proyecto del Reino y seguirle o no.
En la celebración de la Trinidad contemplamos también la llamada a vivir en comunión con el Padre, el Hijo y el Espíritu; entre nosotros y con todos. En medio de las dificultades del camino de cada día, las penas y los sufrimientos, podemos encontrar la fuerza y la luz en la meditación de las palabras con que termina la hojilla: En la Trinidad todo es fiesta de amor, coreografía divina de belleza y júbilo transparente, comunicación gozosa de vida.
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