DOM-15A

sábado, 4 de julio de 2020
12 JULIO 2020
DOM-15A

3 comentarios:

Paco Echevarría at: 04 julio, 2020 16:19 dijo...

EL ÉXITO Y EL FRACASO (Mt 13,1-23)

Durante tres domingos se leerán las parábolas sobre el Reino pronunciadas por Jesús. La primera de ellas -la de la semilla- va seguida de su explicación. Y, al margen del sentido de la misma, hay un hecho que sorprende tratándose de la obra de Dios, porque él es el sembrador. El hecho a que me refiero es que la siembra se pierde en tres ocasiones. Sólo una vez fructifica y con un resultado desigual. Este dato sólo se entiende desde el modo de sembrar de aquel tiempo. Abandonada la tierra tras la cosecha, era atravesada por los caminantes que la endurecían con sus pisadas, creando caminos temporales; en otros lugares crecían malas hiervas -ya se sabe lo persistentes que son-; y siempre había un sitio hacia el que el labrador arrojaba las piedras que encontraba. Cuando llegaba la época de la sementera, el campesino arrojaba la semilla sobre la tierra y luego la araba para así enterrarla. La que caía sobre el camino servía de alimento a los pájaros; el grano que caía entre las malas hierbas quedaba ahogado y el que caía en la parte pedregosa no llegaba a consolidarse. El resto fructificaba según la riqueza de la tierra.

Tal vez el sentido primero de la parábola no sean las diferentes actitudes ante el anuncio, ni siquiera las diversas respuestas. Tal vez sea cómo se dan juntos el fracaso y el éxito. Más aún: cómo el fracaso supera al éxito, porque tres veces se pierde la semilla y sólo una fructifica. Siendo así que hemos montado la vida sobre la necesidad del éxito en sus tres manifestaciones -dinero, prestigio y poder-, es bueno meditar sobre este asunto para reconducir las cosas y evitar así no pocas frustraciones y desengaños. Hace 24 siglos, un sabio israelita, meditando sobre la lucha del hombre por lograr todas sus aspiraciones, llegaba a esta conclusión: “¡Todo es vanidad!”.

Desde este punto de vista la parábola es iluminadora del momento presente. Hay quienes entienden la vida como una lucha sin tregua para lograr todas las metas y satisfacer todos los deseos. Son personas sin interior. Han endurecido sus sentimientos como la tierra del camino. Jamás llegan a acoger una palabra distinta de sus intereses. Otros conservan algo de interioridad, pero su corazón es demasiado débil e inconstante y se cansan. No soportan la dificultad ni entienden la exigencia. Luego están los que no tienen tiempo para ocuparse de su vacío interior porque viven absortos con lo que ocurre a su alrededor. Algunos incluso se han comprometido en la transformación del mundo, si bien, a veces, esa lucha responde más a la necesidad de escapar de sí mismos que de mejorar la realidad. Todo esto es vanidad. Los únicos que fructifican y dan grano para alimentar a los hombres son aquellos que tienen una gran riqueza interior -son buena tierra- y, con pocos medios, proporcionan a los demás grandes remedios. En otro lugar Jesús lo dice de esta manera: “El árbol bueno da buen fruto; el dañado, frutos malos”.

Maite at: 07 julio, 2020 21:54 dijo...

¿No es verdad que todos deseamos que nuestra tierra sea buena? Nos gustaría que el sembrador, al sembrar su semilla en ella, no lo hiciera al borde del camino, ni en terreno pedregoso, ni entre abrojos; y que los pájaros, el sol y las malas hierbas no hicieran estragos en la siembra. Pero el sembrador es así, generoso hasta el exceso con la semilla, en todo terreno y circunstancia, en cualquier momento, confiado en que encuentre, de algún modo, su lugar para crecer hasta dar fruto.

Ser buena tierra para la Palabra no está en nuestra mano. No somos nosotros quienes la cuidamos y regamos, quienes la preparamos e igualamos los terrones. No podemos hacer caer sobre ella una suave llovizna cuando lo necesita. Es el Señor quien lo hace, y el que da fecundidad a su Palabra para que no vuelva a él vacía.

Entre tanto nosotros gemimos en nuestro interior, al decir de Pablo, aguardando que la siembra dé su mejor fruto: ser hijos de Dios.

Cuando pienso en tierra buena y en cómo recibir la semilla de modo que pueda germinar y dar fruto, pienso en María. La que se dejó hacer, se mantuvo abierta, creyó y confió. Sabía que Dios hace maravillas y que su mirada se fija en los pequeños, en los limpios de corazón, en los pobres. Nada es imposible para él cuando la tierra en que siembra recibe la semilla en la humildad de su barro, y acoge el agua de su lluvia con la sencillez de un niño en brazos de su madre.

juan antonio at: 08 julio, 2020 10:16 dijo...

Creo que del Evangelio de esta semana podemos tomar, tres puntos de referencia para llevarlo a nuestra vida, porque si se queda en el papel, por muy bonito que sea el libro, bonito se queda, como cuando nos dicen “que bien ha estado el cura”, si de una homilía sacamos eso, no hemos entendido nada, pues ni el cura puede o debe de estar bien, sino hacer cercana la Palabra de Dios, ni ésta es bonita, es exigente e interpelante.

La primera reflexión del Evangelio me, nos, lleva a que todos recibimos la semilla, la semilla es esparcida sobre “toda la tierra”, no se distingue, se explica, pero llega a todos, para la Palabra de Dios no hay acepción de personas, ni malos ni buenos, todos hijos de Dios, salvo que unos lo viven conscientemente y otros no reparan en ello o simplemente la rechaza, como nos dice el prologo del Evangelio de Juan, “ ….. a cuanto la aceptaron, les ha hecho capaces de ser hijos de Dios”: leemos o no leemos el Evangelio, pues nos llenaríamos de gozo viviendo su Palabra.
En cuanto a la segunda reflexión, es la escucha, “ el que tenga oídos que oiga”, pues si cerramos nuestro corazón, por más que oigamos ruido, no escucharemos, tenemos que estar dispuesto a recibir la siembra del Padre, tenemos que estar con los oídos atentos, tenemos que estar en vela, como tantas veces nos dirá Jesús, pues no todo el que diga Señor, Señor, tiene asegurada la entrada al banquete del Reino, una escucha en vela.
Por último tenemos que desbrozar nuestro corazón de todo aquello que impida el crecimiento de la Palabra en nosotros, de que nuestra vida sea conformada a ella, de que nuestras relaciones con Dios y los hermanos sean de Amor, de entrega, de darnos, no de dar que eso no es, démonos y no miremos el fruto que éste dependerá, en definitiva de Dios, lo importante es limpiar nuestra tierra, que ya dará su frito.
Santa María, Madre de Dios y Madre nuestra, enséñanos a decir AMEN