DOM-26A

sábado, 19 de septiembre de 2020
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3 comentarios:

Paco Echevarría at: 19 septiembre, 2020 11:56 dijo...

DECIR Y HACER

La entrada de Jesús en Jerusalén y la purificación del templo fue el comienzo de una confrontación abierta con las autoridades religiosas de Israel. Mt 21-23 explica el alcance de la misma y, de alguna manera, prepara el desenlace final de Jesús. La parábola que se lee este domingo está dirigida contra los sacerdotes y los escribas y pone al descubierto la diferencia entre lo que se dice y lo que se hace. Jesús, siguiendo la tradición de los grandes maestros, enseña que, en los asuntos de Dios, no deciden las palabras, sino las acciones. Ya anteriormente había dicho que no entra en el reino el que invoca a Dios, sino el que cumple su voluntad (Mt 7,21).

La palabra es importante, pero se convierte en una trampa para aquellos que se limitan a ella. Simeón, un discípulo del gran rabino Gamaliel, decía: “Me he pasado la vida entre los sabios y no he encontrado nada mejor que el silencio. Lo importante no es hablar, sino actuar, pues, el mucho hablar conduce al pecado”. La aplicación que hace Jesús de la parábola resulta realmente dura: dice a los personajes religiosos de su tiempo que los pecadores y las prostitutas -los que al oír a Juan preguntaban: ¿Qué tenemos que hacer? (Lc 3,10)- entrarán antes que ellos en el reino de los cielos.

Pero la cosa no queda ahí. Jesús intercala la parábola entre dos preguntas. La primera -¿Qué opináis de este caso?- es una invitación a juzgar el hecho según los principios de la época. En este sentido el juicio no daba lugar a dudas: el hijo mejor es el segundo porque, aunque no cumple su palabra, reconoce la autoridad del padre, no le falta al respeto. El otro, si bien es verdad que al final cumple, sin embargo ha faltado al respeto a su padre por negarse a obedecerle. Éste ha puesto en entredicho la honorabilidad de su padre, mientras que el otro sólo pone en entredicho su propia honorabilidad. La segunda -¿Quién cumplió la voluntad del padre?- les obliga a ver las cosas de otra manera: lo importante no es actuar de acuerdo con las costumbres, sino obrar según la voluntad de Dios. La perspectiva evangélica es bien clara: ¿De qué sirven las palabras, si después la vida no responde a ellas? A Jesús se le acusó de relacionarse con gente de mala vida y él se defendió proponiendo un modo nuevo de afrontar la vida: lo que realmente importa no son las convenciones externas, sino la actitud interior; lo que cuenta no es lo que un hombre dice, sino lo que hace. Es su vida la que da legitimidad a sus palabras y no al revés.

El texto tiene un profundo sentido cuando se trata de la vida religiosa, pero tiene aplicaciones a la vida social, política y económica. Hoy sufrimos una inflación de palabras y de promesas en muchos campos y esto hace que la palabra haya perdido valor. Por eso para ver lo que un hombre guarda en su interior miramos su vida. La palabra fácilmente encierra mentira; la vida, difícilmente. Lo triste es que muchos no lo ven y se dejan seducir por cantos de sirenas que les llevan a estrellarse contra las rocas.

juan antonio at: 22 septiembre, 2020 20:36 dijo...

Hoy voy a hacer la reflexión, sobre todo, con la carta de Pablo a los Filipenses, que se nos da como segunda lectura, pues entiendo que en ella se da uno comportamientos propios de los seguidores de Jesús o para los seguidores de Jesús.
Pablo pedía que le dieran los filipenses la alegría de que se mantuvieran “”unánimes y concordes con un mismo amor y un mismo sentir””.
En esta sociedad y en aquella, las individualidades, es lo que resalta en nuestra convivencia, no pensamos más que en nosotros, pues si pensáramos en los demás, como nos dice el apóstol en el párrafo siguiente, con ese mismo sentir, pues sería que habría triunfado el Reino de Dios en la humanidad y por ejemplo no habría pobres, ni necesitado, sin techo, sin….., y como he dicho otras veces, “siempre tendréis a los pobres” porque nosotros no estamos con los pobres.
La Iglesia atiende a los pobres, pero entiendo yo y puedo estar muy muy equivocado, nosotros no estamos con los pobres, no tenemos ““entre nosotros los sentimientos propios de Cristo Jesús””, sentimientos que nos debe de llevar a amar a todos, a todos, a toda la humanidad, como nos amamos nosotros; tener esos sentimientos de Cristo Jesús como nos dice los Evangelios, de atención a la clase marginada, pobre y desvalida, “están como ovejas sin pastor” y esos sentimientos no solo son la ayuda material, pues ésta es muy fácil, no requiere nada personal, por eso lo que cuesta y nos obliga es el acompañamiento, la atención, el cuidado, el hablar con todos…. que nos llevará a devolverle la dignidad perdida y ello pasa porque todos nos sintamos acogidos, hermanos e hijos de Dios, lo demás, no vale, “es platillo que retumba”: pero nuestra fragilidad no nos hace llegar a sentir como Cristo, el barro del camino nos impide la alegría de amar.
Por eso porque no llegamos a tener esos sentimientos no llegamos a una conversión total, de darnos la vuelta nosotros mismos como se la damos a un calcetín, como aquellas personas marginadas que acudieron a Juan y le preguntaban ““Qué he de hacer?””, y lo hacían y enderezaban sus caminos con sinceridad, razón de que nos precederán en el Reino, no es otra cosa, simplemente amaron y aman: con ello hacemos la voluntad de nuestro Padre, aunque tengamos nuestras improntas.
Señor recuerda que tu misericordia es eterna, no te acuerdes de nuestros pecados, acuérdate de mí con misericordia, por tu bondad, Señor, reza el salmista y tenemos que rezar, desde la humildad, con sus palabras.
Santa María, Madre de Dios y Madre nuestra, ayúdanos a decir AMEN

Maite at: 22 septiembre, 2020 22:03 dijo...

La hojilla, al hilo del evangelio del domingo, nos recuerda esa conocida expresión que bien podía ser el título del pasaje: obras son amores… Y apuntala la reflexión, en las preguntas, con esas hermosas palabras de Pagola dirigidas a nuestros marginados, los de hoy y nuestro entorno.

Jesús deja bien claro que en el reino de Dios el amor verdadero se prueba en las obras, no basta con buenas palabras e intenciones sin ellas. Incluso se puede empezar mal, diciendo que no, y se cumple la voluntad de Dios si se lleva a cabo lo que él quiere. En cambio se puede decir sí con los labios y mantener una voluntad muy alejada de la suya.

Ezequiel no habla de dos hijos sino de un inocente y un malvado. El primero es quien dice sí hasta que cambia de conducta y obra el mal. El malvado, en cambio, recapacita, se convierte y practica el derecho y la justicia. Ha emprendido el camino de la vida.

Pablo describe bien cuáles son las obras que se esperan de un seguidor de Jesús, de un cristiano: trabajar la unidad, la humildad, la búsqueda del bien de todos y asumir los sentimientos de Cristo. Para ilustrarlos recurre a ese hermoso himno que canta el abajamiento, hecho de despojo total, del Hijo de Dios; su obediencia hasta la muerte y su muerte de cruz.

Todo ello nos llama a la conversión en nuestras palabras y obras, a la coherencia entre nuestra vida y nuestra fe, nuestra piedad y sus expresiones tomando siempre, como modelo, a Jesús que se despoja de su condición divina.

Hacer nuestra la hermosa oración del salmista puede ser la mejor manera de empezar y concluir nuestra meditación sobre todas estas cosas.