DESCARGAR
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
Estas hojillas, que podéis bajaros, nacieron en la Parroquia de San Pablo (Fuentepiña, barriada obrera de Huelva) y la siguen varios grupos desde hace años en su reflexión semanal. Queremos ofrecerlas desde la sencillez y el compromiso de seguir a Jesús de Nazaret.
Copyright © 2010 Escucha de la Palabra Design by Dzignine
Released by New Designer Finder
3 comentarios:
SOBRE UN ASNO
Una de las veces que subió a Jerusalén, Jesús entró en la ciudad montando un asno mientras era aclamado por la gente que enarbolaba ramas de olivo. No fue un gesto casual, fruto de la improvisación, sino perfectamente calculado, como lo prueba el hecho de que, previamente, mandara a sus discípulos a buscar el animal. La razón está en la profecía de Zacarías que había dicho: “¡Alégrate, Jerusalén! Mira a tu rey que llega justo, victorioso y humilde, sobre un burro... Destruirá los carros, los caballos y los arcos de la guerra y dictará la paz a las naciones”. El caballo era el animal de la guerra, el asno era el animal de la paz. Quien entra así en Jerusalén es el rey de la paz. El pueblo entendió el signo y por eso lo acompaño con ramas de olivo, también símbolo de paz.
Contemplar a Jesús entrando así en Jerusalén, en estos momentos en que el caballo rojo de la guerra cabalga por el desierto dejando una estela de muerte y destrucción, resulta sobrecogedor porque despierta en uno sentimientos contrapuestos de nostalgia y esperanza: nostalgia porque el deseo de paz, siempre presente entre los hombres, nunca se ha visto plenamente cumplido; y esperanza porque, a pesar de todo, no renunciamos a la utopía de un mundo justo y fraterno.
Pero hasta en esto podemos engañarnos y llamar paz a cualquier cosa para conformarnos y acallar nuestra insatisfacción, olvidando que la paz no es sólo ausencia de guerra, sino que es, sobre todo, plenitud de dicha. El árbol de la paz tiene muchas ramas y todas son necesarias: la paz es sentirse seguro sin miedos ni temores; es vivir la concordia de una vida fraterna basada en la confianza mutua; es la suma de todos los bienes que otorga la justicia; es la unión de las voluntades y de los esfuerzos para construir un mundo más humano en el que nadie sobre, en el que todos quepan y se sientan respetados.
Pero la auténtica paz es frágil como la arcilla y los golpes de la soberbia o el egoísmo la rompen, primero en el interior de las personas, luego en la relaciones interpersonales; de ahí salta a la convivencia en el seno de los pueblos y termina cortando los lazos que unen a las naciones. La violencia es como una sombra que va invadiendo el espacio humano y dejando tras de sí un reguero de muerte, destrucción, sufrimiento y tristeza. A medida que avanza, arrincona la paz.
Sólo cabe esperar que todos los hombres de buena voluntad, sin distinción de credo, raza, lengua, cultura o nacionalidad entonen el canto de la paz y que su voz suene tan fuerte que ahogue el ruido de la guerra y los gritos de los violentos. Que el Príncipe de la Paz bendiga a la humanidad y, como dice el profeta Isaías, derive hacia ella la paz como un río, como un torrente en crecida que inunde el valle de la muerte y lo convierta en el valle de la vida.
FRANCISCO ECHEVARRÍA
El Maestro ha caído en desgracia. Se veía venir...
¿Cómo explicaré a mis hijos que quien hace el bien, acaba mal; que pretenden dar muerte a la vida?. ¿Crees que su Padre, del que tanto habla, lo librará?.
¿Será posible apagar el sol?. ¿Se puede querer detener un amanecer; apagar la llama más clara que empieza a prender; matar el sueño de un niño pequeño nada más nacer?.
Yo estaba allí, cuando hablaba de los que son felices. Apenas le veía, allá a lo lejos. Pero la gente transmitía sus palabras a los que estábamos detrás, y algo llegaba... No pude entender mucho, pero sí memoricé algunas cosas. Decía que son felices los perseguidos...
Hoy no consigo entrar en calor. Ni siquiera aprieto a mi hijo contra mi pecho. Tengo tanto frío, tanto hielo por dentro, que temo enfriar lo que toco.
He oído que hasta sus discípulos le han dejado solo. ¿Crees que podrá soportarlo?. Si yo pudiera estar a su lado...
Casi te oigo burlarte. Decir que ya estoy con mis sueños de tonta. ¿Qué quieres?. No puedo poner puertas a lo que siento; es más fuerte que yo.
No me atrevo a decir más. Casi temo blasfemar. Hoy es un mal día. Un día oscuro, y huele a muerte en el aire. Por eso, todo lo que tengo dentro... se me está muriendo.
Esta carta va de la mano de mi primo, el mercader. Espero que a ti te la lea tu hermano. El afecto, siempre, es mío.
La carta a los filipenses, nos trae el comienzo de todo, podíamos decir, o al menos creo yo, pues nos presenta a Cristo, la identidad que tomo Cristo, como se presentó ante nosotros, y S. Pablo nos dice sencillamente, “”pasando por uno de tantos””.
Esta fue su vida entre nosotros, desde aquel primer llanto en Belén, pasar desapercibido durante tanto tiempo hasta el Bautismo en el Jordán por Juan y empezar con la llamada de los primeros discípulos, Cristo Jesús no fue más que un judío más, uno de tanto, uno de tanto rechazado, odiado, perseguido por la cúpula del pueblo y amado por los marginados de ese pueblo y esos jefes.
Fue carne de nuestra carne, fue tan hombre, que por eso nos entendió a los de arriba y a los de abajo, por eso se hizo amigo de los necesitados y denunciante de las tropelías de los que no debían cometerlas.
Su Amor, no fue más que el hombre/mujer, la humanidad errante, como rebaño sin pastor.
Nos trajo el rostro del Padre, empezado por el nombre, “Padre nuestro” y nos fue desgranando el Amor en sus enseñanzas, en su acompañamiento, en su estar con los hombre/mujeres, en devolver la dignidad a los desposeídos de la tierra, supo atender a todos, no condenó a los ricos porque amara a los pobres, condenó la injusticia, la explotación y la humillación.
La carta es un canto a Cristo Jesús, a su divinidad y a su humanidad, a su divinidad escondida en un cuerpo, “de esclavo”, renunció a toda su divinidad, de la que dejó constancia en la Transfiguración, y se hizo uno de tantos.
Esta lección de Cristo Jesús, empezó en la Encarnación, cuya fiesta celebramos mañana, “”y el verbo se hizo carne””, carne de nuestra carne.
Vino a los suyos y los suyos no le recibieron, pero a los que le recibieron, les hizo hijos de Dios, ¡qué grandeza!
Pero los hombres aún no hemos terminado de comprender hasta donde llegó por ser fiel a la voluntad del Padre, porque si Él murió por su fidelidad, aún siguen muriendo otros inocentes por nuestra infidelidad, por nuestra indiferencia, nuestro pasotismo, nuestro dejar estar, no nos enteramos, las noticias vuelan y pasan de nosotros en segundos y en segundos hemos olvidado el sufrimiento de los humildes, siguen los crucificados.
Porqué murió y porqué lo mataron: meditemos la Pasión de nuestro Señor y veamos qué nos afecta, qué nos interpela, qué falta en nuestro vivir que se aleje del suyo y contemplemos nuestra salvación, nuestro modo de vivir nuevo, contemplemos en qué creemos, en quien creemos, ¿un muerto o un vivo?
Santa María Madre de Dios y Madre nuestra, ayúdanos a decir AMEN
Publicar un comentario