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Estas hojillas, que podéis bajaros, nacieron en la Parroquia de San Pablo (Fuentepiña, barriada obrera de Huelva) y la siguen varios grupos desde hace años en su reflexión semanal. Queremos ofrecerlas desde la sencillez y el compromiso de seguir a Jesús de Nazaret.
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3 comentarios:
EL OLVIDO DE DIOS (Jn 1,1-18)
Como una pausa entre la Navidad y la Epifanía, este domingo nos sumerge en la contemplación del misterio de la Palabra hecha carne. El prólogo de Juan sirve de guía. Según el evangelista, la Palabra -que es la vida y la luz- viene al mundo -como un don, como una bendición- y los hombres responden a ella con la aceptación o con el rechazo. Los primeros llegan a ser hijos de Dios. Los segundos permanecen en la oscuridad. A pesar de esta doble postura, la Palabra se hizo carne y vivió en medio de los hombres.
Al mirar nuestro mundo y contemplar el olvido de Dios y hasta su rechazo por parte de algunos, es inevitable preguntarse qué le ocurre al hombre de nuestro tiempo para que prefiera ponerse de espaldas a la luz; qué encuentra en el olvido de Dios más ventajoso para él que la fe en un Dios que es amor, vida y luz. Se responde a esto, con demasiada ligereza, que el hombre es pecador, que es materialista, que se ha dejado seducir por los filósofos ateos... Pero la pregunta sigue sin responder. Porque no hablamos de un dios terrible o caprichoso, injusto, amenazante y celoso de la felicidad humana como lo entendían las mitologías más antiguas. Hablamos de un dios amigo de la vida, creador, padre, salvador, que es puro amor.
Tal vez la parábola del hijo pródigo sea la respuesta más cercana a la realidad. El joven vive feliz en la casa paterna, pero se cansa de ser hijo y, seducido por un espejismo de libertad, piensa que es hora de vivir a su aire. Al final de su aventura comprende que no es ni más libre ni más feliz. Tal vez sea ese el trasfondo del olvido de Dios en nuestra sociedad y en nuestro mundo. Seducidos por nuestra capacidad -hemos llegado a las estrellas y estamos a punto de llegar a las fuentes de la vida-, pensamos que Dios es una suposición innecesaria. Lo que es cierto como opción metodológica en el campo de la ciencia -no podemos explicar el rayo como una manifestación de la ira de Dios-, es un terrible error como postura existencial porque deja sin contenido el sentido de la vida. Si vivir es una pausa entre la nada y la nada ¿para qué vivir? Si ello es así, hay que dar la razón al Enuma Elis -la cosmogonía babilónica- cuando afirma que el ser humano fue creado por los dioses para ser desdichado.
Cuando el no creyente dice “¡Dios, no te necesito!”, Dios responde “Tampoco yo a ti, pero te amo”. Volver el corazón a Dios viene a ser lo mismo que ponerse de cara al amor. En el alba del milenio que estamos viviendo, es necesario repensar la postura ante Dios. La aventura del alejamiento -que para muchos no ha terminado- no ha conducido a un mundo más feliz y más humano, sino al contrario. Necesitamos a Dios, aunque él no nos necesite a nosotros.
La Carta a los Hebreros en su principio nos dice que Dios habló en otro tiempo por medio de los profetas y de múltiples manera, pero ahora llegada la etapa final nos ha hablado por medio de su Hijo.
Este podía ser el anuncio de los Evangelios.
¡Cuánto encierra el evangelio de de esta semana!, cuanto encierra las demás lecturas, pues, creo, todas van dirigida a lo mismo, la presencia de Dios en nosotros, “” y la Palabra de Dios se hizo carne y acampó entre nosotros”” y nuestra vida debe ser un continuo ver y mirar, tratar de saber, como nos dice la hoja, qué Dios se encarna y se revela en Jesús.
Y sigue la hoja, hay que rumiar más el evangelio, cosa que nos falta y tenemos que tener en cuenta que el evangelio no se aprende ni se vive de una sentada, pues por pequeño que sea y pueda ser leído de un tirón, así no llega al corazón, no sentimos los latidos del corazón de Jesús que palpita en sus páginas, no sentimos el ritmo de la Vida que nos transmite, no sentimos el Amor que se nos da para que a su vez lo demos: el evangelio es Vida y la Vida tiene su ritmo, para que se desarrolle plenamente en nosotros, no necesita que corramos, pero sí de ser continuo en el esfuerzo de mascar día a día su mensaje y encarnarlo.
Vino a los suyos y los suyos no le recibieron…… y podremos estar en estos, en los que rechazaron su venida, esa venida que con tantas fantasías celebramos o mejor dicho celebramos esas fantásticas fiestas pero no celebramos la Navidad, su llegada, nos quedamos en el festejo, fuera.
“”….pero a los que lo recibieron los hizo hijos de Dios”, qué grandeza se nos da, que inmensa la generosidad de Dios para con nosotros, pobres personas, y sin embargo Dios se acuerda de nosotros ¿Qué es el hombre para Dios se acuerde de él….? canta el salmista en el número ocho, leámoslo en unión de la carta a los Efesios, con detenimiento y veremos la vocación, la esperanza a la hemos sido llamado, “”….estoy a la puerta y llamo, nos pide permiso para entrar en nuestra vida, nos deja la libertad de seguirle o no, y aún nos quejamos?
Vino a los suyos y a los que lo recibieron los hizo hijos de Dios.
Hay muchos que se quedaron fuera y tendremos que preguntarnos, hoy veinte siglos después, pero hoy, también hoy si no lo reciben será porque nadie les habló, porque nadie le enseñó cómo vivir coherentemente su Buena noticia, qué testimonio ven, que hemos sido para los que hoy dicen no creer o creo pero no en la Iglesia, qué estamos haciendo, qué Iglesia somos, cuantas preguntas, pero que se resume en qué testimonio doy y qué disposición ven en mi, en mi vida, me detengo y cargo con sus miserias o paso de largo, como en la parábola del buen samaritano.
Todos tenemos que hacer balance de un año que termina, aunque para los creyentes el balance nos toco hacerlo en Adviento, cual fue el resultado y qué debíamos enmendar: no lo dejemos para más adelante que lo olvidamos aún más.
La Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros, recemos el Angelus y haremos presente este misterio de Dios cada día.
Santa maría, Madre de Dios y Madre nuestra, enseñamos a escuchar y hacer según la Palabra de Dios, ¡AMEN!
El evangelio de este domingo es un verdadero regalo para la contemplación. Este año he tomado conciencia, de una u otra manera, desde una u otra ladera, de esta frase: “El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros”.
A Dios, entonces, se le encuentra encarnado, y no en otro sitio; revestido de carne, envuelto en ella, con toda su fragilidad; por mucho que nos empeñemos en vestirlo de divinidad y alejarlo de nosotros. Y habita a nuestro lado, camina con nosotros, aunque nos resistamos a recibirle y acoger su luz.
Qué paradoja la nuestra: que estando llamados a ser testigos de la luz seamos plenamente libres para optar por las tinieblas y estas, incluso, ejerzan una atracción fatal sobre nosotros. Que pudiendo vivir por encima de la carne y la sangre, como nacidos de Dios, dejemos de lado la gracia y vivamos como esclavos.
Comenzar un año nuevo es una ocasión privilegiada para anhelar y pedir una sabiduría nueva, como la que nos desea Pablo. No una destinada a hacernos eruditos y entendidos en conceptos, sino aquella que ilumina los ojos del corazón y lleva a comprender a qué estamos destinados, llamados, invitados. Hasta qué punto somos amados por el Amor, no por nuestros méritos, sino por quien es él.
Comprender, en fin, que en él está la vida; que su vida es nuestra luz que brilla en la tiniebla, y que así esta no puede prosperar de ninguna manera. Nuestra elección está hecha, y somos, por gracia, hijos de Dios.
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