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Estas hojillas, que podéis bajaros, nacieron en la Parroquia de San Pablo (Fuentepiña, barriada obrera de Huelva) y la siguen varios grupos desde hace años en su reflexión semanal. Queremos ofrecerlas desde la sencillez y el compromiso de seguir a Jesús de Nazaret.
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EL PRIMER PUESTO (Lc 14,7-14)
Eran sus adversarios desde el punto de vista religioso, pero como lo cortés no quita lo valiente, Jesús comía con los fariseos, como lo hacía con los pecadores y gente de mal vivir, por aquello de que las diferencias en los planteamientos no restan importancia a la educación y los buenos modales. Pero no era hombre de perder el tiempo en cumplidos y, por eso, aprovecha para decir lo que piensa sobre eso de buscar los primeros puestos en la sociedad.
A muchos les ocurre como a los fariseos: que van por la vida con su importancia colgada de la cara y no consienten que nada ni nadie venga a rebajar lo que consideran signos de reconocimiento. Creen ingenuamente que una mejor posición social redunda en mayor dignidad y grandeza. Y puede que así sea en asuntos del mundo, pero no a los ojos del profeta de Nazaret que lo considera un gran error y grave engaño. Por eso da consejos de prudencia y sentido común: “No corras demasiado –viene a decir– buscando honores, que puedes terminar haciendo el ridículo. Ve despacio y lograrás ocupar el sitio que te corresponde”. En otro lugar, otro personaje –su madre– viene a decir lo mismo: Dios derriba a los grandes y exalta a los sencillos.
Eso de buscar la gloria de este mundo es asunto de todos los días y muchos parecen vivir para eso. Son esclavos de la imagen que se han creado y se pasan la vida alimentándola y retocándola para que no se deteriore. Se han identificado de tal manera con esa imagen que terminan siendo personajes, pero no personas. Son como esos actores cuyo arte les permite interpretar cualquier papel. Pero eso –que está muy bien en el teatro– es una forma de engañarse a sí mismo en la vida y, a la larga, cuando el telón baja, sólo deja vacío e insatisfacción. Más vale ser persona que ser importante. Lo otro son añadiduras.
Se debe esto a que todo lo humano termina envejeciendo y los grandes hombres, como los pequeños, terminan olvidados. Todo pasa, incluso la apariencia. Sólo Dios permanece para siempre. Por eso Jesús insistía tanto en que había que buscar antes que nada el reino de Dios y su justicia. Y a Pablo le traía sin cuidado la gloria que dan los hombres. Según él, la única gloria que merece la pena es la que viene de Dios porque ésa sí es eterna.
Las últimas palabras de Jesús vienen a completar su pensamiento: “Cuando hagas el bien, hazlo generosamente”, es decir, sin buscar reciprocidad ni agradecimientos. Esto también es gloria vana que no lleva a nada. Haz el bien a quienes realmente lo necesiten, aunque no puedan compensar tu generosidad. Esa es la verdadera gloria del corazón humano. Todo se reduce a una cosa: si buscas la verdadera grandeza, sé humilde y generoso. No corras tras la fama ni anheles la gratitud, si quieres vivir en paz. Una y otra son como la huella de un pie en la arena.
Esta semana la Palabra de Dios nos vuelve a traer la preferencia del Señor por los sencillos, los humildes, los excluidos, todo ello derramado en las lecturas que se propone para este Domingo.
La humildad se le exhorta a los hijos en El Eclesiástico, el salmo es un canto al acogido por Dios para el que preparó casa, siendo Padre de los desvalidos de la sociedad, la carta a los Hebreos nos dice que nos hemos acercado a Dios Padre y al mediador de la nueva alianza Jesús.
El Evangelio nos presenta un tríptico, primero la comida en casa de un fariseo importante, lo observado en esa comida que da pie a la enseñanza de como debemos de comportarnos en sociedad y la advertencia al fariseo.
En todas ellas vemos la prevalencia de lo sencillo, lo humilde, y cómo debemos de proceder.
Una vez más tenemos que reflexionar sobre nuestra actitud en las relaciones con otros y en las relaciones con Dios.
Con otros porque debe de partir de la humildad, de lo que somos, sin “”enaltecernos” para nada ni por nada, porque todo en nuestra vida es un regalo de Dios, todo lo hemos recibido gratis, todo sin pedirlo y diría más aún sin darnos cuenta de de ello, somos diríamos, insensibles a la ternura de Dios con nosotros.
Estamos en las manos de Dios y no nos damos cuenta, estamos llenos de su Amor y no lo sentimos, tenemos sus enseñanzas y tomamos las nuestras, lo importante, el poder, la influencia, mi sitio, lo que me corresponde, no hombre/mujer, bajate, mira tu realidad y desde ahí implora el auxilio de Dios para ti y para los hermanos, tratálos dándote sin esperar correspondencia y serás bienaventurado.
Reza el salmo que se propone y te sentirás mimado por el Señor.
Pidamos esa lluvia copiosa, que tanto necesitamos los vivientes y la tierra reseca que nos sacia las necesidades, agradezcamos la protección del Señor y cuanto nos regala.
Santa María, Madre de Dios y Madre nuestra, ayúdanos en nuestro caminar y en nuestro asimilar las enseñanzas de tu Hijo, ¡AMEN!
Las enseñanzas de Jesús se refieren a todo un abanico de actitudes en la vida que abarcan muchas circunstancias. Y dibujan un talante, diseñan un perfil bien delimitado, unos rasgos que retratan al seguidor de Jesús, a un hijo/hija de Dios, alguien con una misión bien definida en la vida, una vocación clara.
Nos encontramos con la invitación a una boda y con la organización de una comida o cena. En el primer caso, el evangelista advierte que Jesús ya se había percatado de la afición de la mayoría por los primeros puestos en la mesa. Ante esta tendencia “natural” y espontánea, Jesús opone la de buscar el último puesto, ceder los mejores asientos sin que se note, renunciando a ellos de entrada. Solo hace falta un poco de perspicacia para averiguar en qué circunstancias y momentos de cada día podemos darnos por invitados a más de una mesa, y en qué puede consistir ceder entonces los primeros puestos e ir en busca del último.
A la hora de organizar la comida o cena somos nosotros los anfitriones. Y aquí la cuestión está en las invitaciones. ¿De verdad se piensa en invitar a los últimos a una mesa y celebración de postín, de gala? También aquí basta con meditar un poco para saber quiénes son los últimos, entre los más cercanos, a quienes ofrecer el banquete de mi compañía y amistad, mi cercanía, perdón o reconciliación, mi sonrisa o mi saludo, simplemente; mi escucha o mi empatía.
Actuar en todo con humildad y mansedumbre, ante Dios y ante los demás, ya era un valor para el autor del Eclesiástico. Precisamente, porque son virtudes que sitúan a cada cual en su lugar, en su verdad. Dulcifican la convivencia y facilitan que la sabiduría del Señor haga asiento en el corazón.
Hasta el salmista, al hablar de Dios como hospedero, cuenta que prepara su casa para los pobres, haciendo de ellos sus invitados de honor.
Y Pablo nos hace conscientes de nuestra dignidad de hijos; dignidad que nada ni nadie nos podrá quitar. Por eso, orgullosos, nos la reconocemos unos a otros y, ya seamos invitados, ya invitemos, sabemos bien qué sitio ocupar y a quién convidar.
EL PRIMER PUESTO
Hay días en que una, irremediablemente y contra todo pronóstico, se levanta deseando el primer puesto. Y ello a pesar de haber creído entender y descifrar las parábolas de Jesús, cuyas palabras se ordenan y desordenan una y otra vez en mi corazón para encontrar siempre un nuevo significado.
¿Qué quiere decir eso del primer puesto? Como seres humanos, llegamos a este mundo provistos de una carga genética y biológica, que se va definiendo y construyendo en la interacción con los otros, en el seno de una familia, de un grupo, de una sociedad. Los otros, con los que nos vamos relacionando, colaboran en la imagen que nos vamos formando de nosotros mismos.
Mi fe me dice que hay también una dimensión espiritual, es la historia de mi relación con Dios, que es la primera que existía antes que cualquier otra. Y tomar conciencia de ello es reconocer que estoy hecha a imagen y semejanza de Él, que me amó primero y me dio la capacidad de buscarlo y seguirlo y reconocerlo en su Hijo, y ver su rostro en los demás y sobre todo en los más desfavorecidos. Ese amor permanecerá siempre, aunque todo lo demás se tambalee. Ser consciente de esto, de este regalo, es vivir en la esperanza y es también una responsabilidad. Y entonces se entiende un poco mejor que es eso del primer puesto.
¿A quién te pareces? Es la pregunta que resuena hoy en mi interior. Posiblemente la respuesta apunte hacia algún parecido familiar, y está bien. Pero si he puesto a Dios en el lugar que le corresponde, surge en mi interior un deseo de parecerme a Él, de hacerme pequeña en mi caminar, de dar gratis lo que gratis he recibido, sin esperar nada a cambio, de acoger a quien más lo necesita, de buscar su rostro en todo y en todos.
Y entonces, saber reconocer con humildad, que hay días en que irremediablemente, he deseado el primer puesto.
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