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Estas hojillas, que podéis bajaros, nacieron en la Parroquia de San Pablo (Fuentepiña, barriada obrera de Huelva) y la siguen varios grupos desde hace años en su reflexión semanal. Queremos ofrecerlas desde la sencillez y el compromiso de seguir a Jesús de Nazaret.
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VALOR Y SENSATEZ (Lc 14,25-33)
Al contrario de lo que suele hacerse, Jesús no habla a quienes le siguen de las ventajas, sino de los inconvenientes del seguimiento. Es consciente de que muchos de sus acompañantes no saben realmente dónde se están metiendo. Sus palabras suenan a exageración y máxima exigencia: no puede ser discípulo suyo quien no pospone lo más querido de este mundo. Quien se vincula a Jesús no puede tener otras ataduras. Él tiene que ser lo primero. Es verdad que no dice que haya que abandonar a la familia. Pero deja claro que hay que estar dispuesto a hacerlo.
El mundo en el que vivimos es un mundo de arreglos, pactos y compromisos. Lo cual no tiene por qué ser malo, siempre que no exija renunciar a los propios principios. Irenismo se llama eso de transigir en aras de la tranquilidad. Significa paz falsa y, tarde o temprano, como todo lo falso, se quiebra. Pero tal vez, hoy día, el problema peor no sea que se dejen de lado los propios principios –lo cual supone que se tienen–, sino no tener principios. La cultura actual ha hecho de la utilidad uno de los valores fundamentales y no parece que entren en esa categoría los valores éticos y morales que son la fuente de la que brotan los principios que luego se concretan en normas de conducta. Hoy muchos van a lo que salga. Actúan en cada momento según se les antoja, según su conveniencia, beneficio o disfrute, sin importarle las consecuencias que de ello se deriven para sí o para los demás.
En este contexto, las palabras exigentes y radicales de Jesús suenan a exageración. Pero ¿no ocurre con harta frecuencia que reaccionamos de la misma manera cada vez que alguien hace una opción que compromete radicalmente su vida? Cada vez que alguien abraza la vida religiosa o contrae matrimonio o forma una familia numerosa aparece el chistoso de turno que expresa en voz alta lo que muchos piensan en voz baja: que es una barbaridad en estos tiempos asumir compromisos semejantes. Olvida la sociedad pragmática y utilitarista que los grandes hombres lo son gracias a sus grandes decisiones. La falta de compromiso y de decisión sólo crea espíritus mediocres.
Esto no quiere decir que una gran decisión no deba ser sopesada. Sería insensatez y grave error decidir sin medir las propias fuerzas. Por eso Jesús, después de exigir renuncia a todo, invita a pensar en la propia capacidad. Es una necedad empezar a construir una casa sin tener los medios necesarios o emprender una guerra sin conocer el poder del enemigo. Los lanzados terminan o haciendo el ridículo o derrotados. A quienes le siguen, Jesús pide renuncia y prudencia porque la recta conducta se edifica sobre la reflexión y el valor. No todos tienen capacidad para cargar con la cruz y subir con el Nazareno hasta el calvario. Muchos sólo pueden mirar y lamentarse. Quienes se sientan llamados y capaces pueden considerarse unos elegidos. Pero la elección, más que un honor, es una carga.
Francisco Echevarría
CRISTO NUESTRO CENTRO
Esta semana el evangelio nos trae la centralidad de Jesús en nuestras vidas, o somos sus seguidores o no lo somos, no impone, propone, llama como nos dice el evangelio de hoy jueves, ”serás pescador de hombres y dejándolo todo, le siguieron”.
Hoy nos propone las condiciones de ese seguimiento, tres para ser más exacto: Jesús por delante de todo incluso de las relaciones y afectos familiares, tomar nuestra cruz, la que nos trae ese seguimiento o también la del sufrimiento como seres frágiles y débiles en comunión con Él y la renuncia a nuestros bienes.
A estas alturas de mi vida y cada cual de la suya, debo, debemos someternos a un sincero discernimiento sobre nuestra vida y la que en su día aceptamos como creyente, como seguidor de Jesús, qué nos falta, qué nos sobra, qué tengo de más o de menos.
Y para ello debemos ser sensatos, párate, siéntate y ve tus fuerzas, piensa y reza, pide como nos dice el salmista “enséñanos a calcular nuestros años, para que adquiramos un corazón sensato”” enséñanos a ver nuestra vida.
Pero todo ello con la ayuda de Dios, como nos dice el libro de la Sabiduría, “”¿quien conocerá tu designio si no le das sabiduría enviando tu santo espíritu desde el cielo?
Encontramos esas disposiciones en mi, en todos los cristianos, en la Iglesia como Iglesia?
Sería un camino muy largo a recorrer en ese discernimiento porque la verdad tenemos muchas cosas que se nos ha ido adhiriendo en el camino recorrido y no hemos aprendido a dejar, le hemos tomado cariño y no las hemos pospuestos, no hemos vivido tu cruz como seguidor tuyo o lo hemos hecho a medias porque no sabemos defender nuestra fe y no da un miedo terrible perder nuestras seguridades, las mías y las de todos, puestas en esas miserias de nuestros bienes.
¡Cuantas cosas nos faltan y cuantas cosas nos sobran!
Señor, tú nos quiere ligero de equipaje, libre de toda atadura, ayúdanos en la tarea, ayúdanos en nuestro caminar, te lo pedimos con el salmista:
“””Por la mañana sácianos de tu misericordia y toda nuestra vida será alegría y jubilo””
Esta es la dicha del que todo lo ha dejado en las manos del Señor, del que vive preguntándose cual es el designio de Dios, cual es la voluntad de Dios en mi vida, en cada momento para hacerla realidad por amor a Dios y a los hermanos.
Santa María, Madre de Dios y Madre nuestra, ayúdanos a decir ¡AMEN!
Hoy le enmendamos la plana al libro de la Sabiduría, nada menos, porque nosotros sí sabemos quién es el hombre que conoce el designio de Dios, el que rastrea las cosas del cielo y posee la sabiduría del Santo Espíritu que le ha sido dado. Por eso, nuestros caminos pueden ser rectos, y nosotros podemos aprender lo que le agrada al Padre. Nosotros conocemos a Jesús, escuchamos su palabra y queremos seguirle.
La enseñanza de este domingo también es conocida, tal vez demasiado. Por eso, no suena nueva, ni rompedora, ni polémica casi… Y, sin embargo, lo es. Porque diseña un estilo de vida propio de quien pospone lo más importante por alguien que lo es todavía más. Porque el seguimiento que Jesús pide, exige una renuncia al propio yo total, y una entrega de la vida cotidiana, día a día, sin pausa ni tregua, sin vacaciones. Renunciar a todos los bienes propios, además, no quiere decir vivir sin nada, pero sí sin la seguridad que proporcionan. No hay que pensar solo en bienes económicos, también los hay culturales, intelectuales, todo lo que fortalece y hace crecer y desarrollarse a nuestro yo. Poner todo lo que somos y tenemos al servicio de los demás, anteponer a los demás en todo, ceder nuestros derechos para que ellos pasen por delante… forma parte de una tabla de ejercicios de renuncia al propio yo. Cuanto más mengüe él, más crecerán los demás a nuestro alrededor y nuestro yo auténtico, el mejor.
Jesús nos exhorta, también, a calcular nuestras fuerzas antes de decidirnos por el seguimiento. Hasta el salmista pide en su oración, al hacerse consciente de la fugacidad del tiempo y de las cosas, sabiduría para calcular sus años con el fin de adquirir un corazón sensato.
Para seguir a Jesús, además de arrojo y un corazón enamorado, pedimos también, como el salmista, uno sensato.
La Cruz que nos salva
La Cruz que nos salva, no puede ser una carga que nos atormenta. Algo dentro de mí siempre se ha rebelado cuando escuchaba hablar de cruces y cargas, con pesadumbre y connotaciones negativas. No podía entender cómo el signo más grande del Amor, fuera algo que hubiera que sobrellevar y aceptar con resignación. Pero sería una insensata si no reconociera además la parte de sufrimiento que lleva la Cruz, y también que no podemos pretender vivir “anestesiados” evitando el dolor y la tristeza, sentimientos que nos hacen más humanos y nos acercan a los demás.
Nunca antes me había parado a pensar realmente qué significa para mí la señal de la Cruz que tantas veces hacemos sobre nuestro cuerpo, al entrar en el templo, al celebrar la Eucaristía, al comenzar un rato de oración… o también la que el sacerdote hace sobre nosotros. Y pienso que al hacer esa señal sobre mi cuerpo, estoy aceptando la Cruz y todo lo que significa. Yo misma me hago ofrenda a Dios (“...haz de mí lo que quieras…”), y acepto seguir los pasos de Jesús, con Él siempre por delante.
Con esa señal hacemos presente a Dios en nuestras vidas y manifestamos nuestro deseo de adherirnos a su Plan en nuestro día a día: pero con alegría, esperanza y generosidad. Es una Cruz de Amor, que nos sostiene, nos salva y nos reconcilia una y otra vez. Pero si la cogemos, hay que hacerlo con fuerza. No podemos cogerla “sólo un poquito”, o ahora sí y luego no. Y para hacerlo tenemos que soltar, renunciar y desapegarnos de ciertos bienes y falsas seguridades. Porque todo aquello que no nos acerca a Dios, nos separa de Él.
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