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Estas hojillas, que podéis bajaros, nacieron en la Parroquia de San Pablo (Fuentepiña, barriada obrera de Huelva) y la siguen varios grupos desde hace años en su reflexión semanal. Queremos ofrecerlas desde la sencillez y el compromiso de seguir a Jesús de Nazaret.
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4 comentarios:
SERVIR A DOS SEÑORES (Lc 16,1-13)
Las riquezas –junto con el poder y la gloria de este mundo– le han disputado siempre a Dios el lugar preferente en el corazón humano. Jesús previene contra el engaño que ello significa. Creen los hombres que con dinero y bienes tienen segura la vida, pero es falso porque la riqueza no cumple sus promesas. Tarde o temprano llega el dueño y hay que rendirle cuentas de la administración de unos bienes que sólo eran prestados. El administrador de la parábola hace algo que nos suena a desvergüenza. Reduce drásticamente la deuda de los acreedores para tener amigos cuando se vea en la calle. Y Jesús alaba su postura.
Todo arranca de algo que dice a continuación: la riqueza es injusta porque pervierte de tal manera el corazón que en él no caben ni Dios ni los demás. Lo único que puede hacerse con ella es ganarse amigos para que, cuando llegue el momento de la verdad, tengamos quien nos avale. Al final todo se resuelve en el uso que se hace de la misma. Un corazón generoso se sirve de la riqueza para repartir generosidad; el avaro salpica por todas partes la acidez de su avaricia.
El cristiano no por serlo está libre de esta tentación y por eso Jesús, de camino a Jerusalén, advierte a sus discípulos que el corazón no puede estar dividido sin romperse: o Dios es el centro y todo lo demás es secundario; o lo es el dinero y todo lo demás pasa a un segundo lugar. Pero esto sólo lo entiende el que se sabe administrador de lo que ha recibido y no pierde de vista que algún día ha de rendir cuentas de la fortuna que se le ha confiado. La parábola es una llamada a la prudencia: sé prevenido y haz todo el bien que puedas con la riqueza que has logrado porque llegará un momento en el que el valor de la vida será tasado no en monedas sino en bondades. Esa es la verdadera sagacidad. Los bienes de la tierra no son el don supremo que Dios nos confía. Sólo es un pequeño asunto que muestra la medida de nuestro corazón.
Una vez más, al escuchar las palabras de Jesús, nos salta un cierto escepticismo y la sensación de que el maestro es poco realista. Pero ¿podéis imaginar cómo sería un mundo en el que el ser humano fuera realmente lo primero y lo más importante? ¿Un mundo de corazones sin avaricia? Pero no. Vivimos en un mundo en el que pocos tienen mucho y muchos tienen poco; en el que unos tiran la comida y otros la buscan en la basura. Si el dinero tuviera caducidad –como los alimentos–, nos daríamos cuenta de su verdadero valor. La verdad es que la tiene, pues llega un día en el que no vale nada. Pero nosotros preferimos creer que estamos seguros bajo su protección. Jesús advierte que es una falsa seguridad en la que viven incluso aquellos que intentan casar a Dios con la fortuna. No es posible hacer una genuflexión al sagrario y otra a la cartera.
Las lecturas de este domingo veinte y cinco del tiempo ordinario, nos trae interpelaciones de toda clase, nos llega a lo más hondo de la persona humana, no nos deja tranquilos, al revés nos escuece.
Amós se hace perfectamente actual, porque después de tantos siglos seguimos destruyendo a los débiles en esta sociedad tan injusta y para ello basta mirar por nuestras calles, basta mirar en las puertas de nuestros templos, basta con no esconder nuestra cabeza, sino empaparnos de cuanto nos rodea.
Qué hacemos los cristianos, qué hago yo, qué hace la Iglesia?
El Evangelio nos da una parábola desconcertante pero que está ahí y nos llama la atención, “los hijos de este mundo son más astutos con su gente que los hijos de la luz”
Qué nos quiere decir esta sentencia de Jesús?
Es difícil en el contexto del relato, pero para mi entender, entender de un profano, Jesús nos quiere llamar la atención de que tenemos que despertar en nuestra vida de cristiano, tenemos que dejar nuestras comodidades, nuestras rutinas y estar listo siempre, como nos dice el apóstol Pedro, para dar razón de nuestra esperanza y ello exige de nosotros una constante puesta al día en el contenido de nuestra fe, del estilo de Vida de Jesús que tengo, tenemos que hacer nuestro.
Termina el evangelio con dos sentencias similares, de la que sobresale la que hace referencia a Dios y al dinero.
La hoja nos dice que si el evangelio está tan claro como ha llegado la Iglesia adonde está: pues sencillamente porque se ha predicado el evangelio pero nunca lo hemos hecho nuestro, pues todo lo que se dice que tenemos no está en función del Reino de Dios y por ello hoy no llegamos pues como decía S. Pablo VI, convence, llega a los demás quien practica lo que dice y parece, según la hoja y la realidad, hemos hecho y hacemos lo contrario.
Cuando nos vamos a enterar que tenemos que desprendernos de todo (semana 23) y no porque sí, sino porque tenemos que devolver la dignidad a los que la perdieron, porque ya no es solo dar de comer, es rehabilitar una vida de familia, un trabajo, un empleo……. una persona, un hijo de Dios.
Que hace los cristianos, qué hace la Iglesia me preguntaba antes, pues entiendo que visto lo visto………...tenemos muchas cosas superfluas y aquí cada cual analice que cosas nos sobran a los cristianos como discípulo y como comunidad, como Iglesia y dando al dinero su justo valor en nuestra vida, nos abramos a los demás haciendo vida esas cosas no necesarias para el Reino de Dios, dejemos al dios dinero que queramos o no lo tenemos metido hasta el fondo de nuestro ser
No oímos los gritos de Dios y están ahí: cuándo vamos a ser Iglesia pobre entre los pobres o nos vamos a quedar en una frase bonita y atesorar cosas inútiles?.
Los hijos de este mundo nos llevan la delantera en la solución de sus vidas y nosotros, los que nos llamamos cristianos, seguimos sin enterarnos de nada o de muy poquito.
Por último como S. Pablo nos pide hagamos, “”oraciones, plegarias y suplicas por todos los hombres, por los reyes y por los que ocupan cargos para que podamos llevar una vida tranquila y apacible, con toda piedad y decoro”, y esto no en balde, pues de los que nos gobiernan dependen las situaciones tan preocupantes que vivimos a todo los niveles, situaciones de guerras en todo el mundo, conflictos económicos, políticos, financieros…. ¿vamos a la extinción del ser humano y cuanto le rodea?
Recemos, recemos y que nuestras oraciones toque el corazón de Dios para que toque el corazón de los hombres y entendamos de una vez que todos somos hermanos.
El salmista nos dice: ¿Quién como el Señor, Dios nuestro, que se eleva sobre su trono y se abaja para mirar al cielo y a la tierra?
Santa María, Madre de Dios y Madre nuestra, ten compasión de todos tus hijos, ¡AMEN!
La enseñanza de Jesús en el evangelio de este domingo es clara, y está magníficamente explicada y desarrollada en la hojilla: no podemos servir a Dios y al dinero. No admite medias tintas ni interpretaciones. ¿Qué nos ha pasado, entonces? ¿No tendríamos que dar testimonio, como cristianos, de otra manera de administrar los bienes, de solidaridad, de compromiso con quienes padecen la injusticia, de otra forma de compartir? ¿Por qué no somos, precisamente nosotros, los abanderados de otras gestiones de lo común, de los bienes que pertenecen a todos? ¿Cómo es posible que, desde tiempo inmemorial, hayamos asimilado sin parpadear, como tantos, como todos, las formas económicas más brutales, que están deshumanizando nuestra sociedad a marchas forzadas?
El profeta Amós ya pintaba, con trazos resueltos, el retrato de un Dios que se compromete con los pobres oprimidos; que rechaza con fuerza a quienes atropellan, en nombre del dinero, a sus semejantes más desfavorecidos, que llegan a esta situación a consecuencia de las prácticas rastreras y delictivas de los especuladores sin escrúpulos. No han pasado pocos años y ninguna es desconocida para nosotros y en nuestro entorno. Todas esas prácticas son antiguas y modernas, arcaicas y rabiosamente actuales.
Total, que ahí andamos nosotros, buscando encumbrarnos sobre los demás a fuerza de amasar más dinero que ellos. Y ahí está Dios, abajándose, a los ojos del salmista, desde las alturas donde se halla, para ensalzar y encumbrar, precisamente, a los que están más abajo. Qué cosas… Un Dios, que está por encima de todo, que se abaja para ver mejor, cuando nosotros, en nuestra ascensión, estamos encantados de perder de vista todo lo de abajo. Y va a fijarse en el polvo y la basura, ¡desde ahí arriba!, donde encuentra más de un pobre enfangado. Pues, no se le ocurre otra cosa más que sentarlo a la altura de un príncipe. No es extraña la contundencia de Jesús en el tema del dinero. Él conoce bien a Dios y su pasión por cada ser humano. Y sabe adónde conduce, a qué extremos de inhumanidad, la pasión por el dinero.
Siempre es buena y oportuna la recomendación de Pablo a Timoteo. Solo se puede orar con unas manos limpias, sin ira ni divisiones, cuando no hay ídolos por medio que obstaculicen la comunión y comunicación con Dios. El peor de ellos es el dinero.
Al leer el Evangelio de hoy, una no puede evitar echar cuentas, hacer cálculos… y no sé por qué, me viene a la memoria cuando antes de que lo cambiaran, al rezar el Padrenuestro decíamos:
...“y perdónanos nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores”…
Pienso en cuantas deudas, sobre todo emocionales, va una acumulando casi sin darse cuenta. Porque de una manera más o menos consciente, a veces vivimos nuestras relaciones como si fueran transacciones económicas. No desde la gratuidad, sino “a cambio de…” Por amor propio. Y esa forma de relacionarnos con los demás desde la falta de amor verdadero, nos lleva a buscar la seguridad en lo material. Y entonces, difícilmente seremos generosos en lo económico, si no lo somos antes en las pequeñas acciones y gestos de cada día.
Si entendiéramos como dice la parábola de hoy, que no somos propietarios de nada, que sólo estamos “de paso”, transitando por un espacio y un tiempo en el que sólo somos, lo que Dios quiera que seamos, porque de Él viene todo… Si entendiéramos eso, nuestro mundo sería un poco mejor. Dios ocuparía el centro de nuestras vidas, el único al que deberíamos servir y rendir cuentas. Y al que pedir perdón, cuando rezamos el Padrenuestro, por tanta falta de amor, por tanta deuda convertida en ofensa, al apropiarnos de aquello que no nos pertenece, y que a otros arrebatamos.
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