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Estas hojillas, que podéis bajaros, nacieron en la Parroquia de San Pablo (Fuentepiña, barriada obrera de Huelva) y la siguen varios grupos desde hace años en su reflexión semanal. Queremos ofrecerlas desde la sencillez y el compromiso de seguir a Jesús de Nazaret.
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DE LA MUERTE A LA VIDA (Jn 11,1-45)
En el Evangelio de san Juan, la resurrección de Lázaro es el preludio de la historia de la pasión, porque fue ese hecho el que -según este evangelista- motivó su condena a muerte. Se trata, sin lugar a dudas, del más importante de los signos mostrados por Jesús. No es ya de la curación de un enfermo, sino una victoria sobre la muerte. Así lo interpreta cuando se presenta a sí mismo como la resurrección y la vida. Esto significa que el de Jesús no es un camino de muerte, sino un camino que, a través de la muerte, conduce a la resurrección, a la vida, a la glorificación. La luz de la Pascua brilla desde el principio sobre el camino de Jesús que pasa inevitablemente por la oscuridad incomprensible del sufrimiento humano.
Estamos ante una de las claves de la mística cristiana. Ante el sufrimiento, caben diversas posturas: rebeldía contra Dios porque no lo evita, fatalismo frente a un destino inevitable, huida hacia paraísos artificiales... El cristianismo trata de encontrarle sentido para poderlo soportar sin que ese mal sea causa de un mal mayor: la pérdida total del sentido de la existencia. No se trata de aguantar estoicamente los golpes de la vida y esperar que pase la tormenta, sino de comprender que es el único camino hacia la dicha. Si el grano de trigo no muere, no puede convertirse en espiga. La renuncia no es fin en sí mismo, sino condición necesaria del crecimiento. Cuando las cosas se ven de esta manera, la vida y sus golpes se afronta con un nuevo espíritu: el de los hombres cargados de esperanza.
Tal vez uno de los males de nuestro tiempo -y una de las causas de la pérdida de los valores y del retroceso del orden ético y moral- sea el apego a la dicha barata e inmediata que nos priva de la dicha definitiva. Nos hemos creído que vale más lo imperfecto conocido que lo perfecto por conocer y no es verdad. Un pequeño placer de hoy no vale más que la felicidad completa de mañana, aunque el pensamiento de muchos sea conformarse con ello.
Estamos en tiempo de crisis de valores y de ocultamiento del sentido de la vida que eso conlleva. Vivimos en una sociedad espiritualmente enferma. Pero quiero pensar que, como la de Lázaro, la nuestra no es una enfermedad de muerte. Aún es posible encontrar el sendero de la vida. Basta que aceptemos el cambio de las cosas y renunciemos a aquello que nos impide avanzar: soberbia, avaricia, violencia, hedonismo, envidia, dejadez, superficialidad... Estas son las losas que nos cubren y nos impiden salir de nuestros sepulcros. Jesús de Nazaret sigue gritando: “Salid fuera! ¡Asomaros a la vida!”.
5º Dm Cuaresma 26.3.23
Esta semana llegamos al final de nuestro caminar hacia la Cruz y la Resurrección, iniciamos el camino en el desierto con las tentaciones de Jesús y las nuestras, vimos la gloria del Hijo con el Padre en lo alto del monte, el agua Viva en dialogo con la samaritana, la luz del mundo dando luz “al ciego que VIO al pasar” y terminamos viviendo la Vida en la resurrección de Lázaro.
La Palabra ha pasado por nosotros para que nosotros aceptáramos cada mensaje y con él revisar, reflexionar, ver qué cambiar en estos cuarenta días.
Hoy el pasaje evangélico nos trae la resurrección de Lázaro, amigo de Jesús y empieza con el aviso de la enfermedad , “”Señor tu amigo está enfermo””.
Y Jesús se deja estar, no corre, no tiene prisa, sabe lo que va a suceder y lo manifiesta:
“”esta enfermedad no acabará en muerte sino en gloria de Dios”” y mantiene ese dialogo con los discípulos sobre la vida y la muerte, la gloria del Padre y la advertencia sobre el peligro de ir a Judea.
Los diálogos con las hermanas y por ambas se repiten la misma expresión, con cierta desilusión porque no llegó el amigo:
“Señor, si hubieras estado aquí no hubiera muerto mi hermano”: creían, pero...
Siempre poniendo peros y reparos a la acción de Dios, ¿donde está nuestra confianza, donde está nuestra amistad, nuestra fe, nuestra entrega, estamos o no en las manos del Señor?
Hay un mensaje para nosotros, para todos los momentos, momentos difíciles, momentos de amargura y momentos extremos y para los momentos de gloria: Dios sabe de lo que estamos necesitados, lo que ocurre es que nosotros no lo sabemos discernir, vemos lo superficial, nos quedamos con lo que nos atañe…. Señor si hubieras estado aquí…., Señor te pedí… Señor te grité……., Señor……, Señor….. no has hecho lo que queríamos…….. ¿Dios a nuestra medida?
En el relato hay una catequesis sobre el centro, el meollo de nuestra fe:
“Marta tu hermano resucitará……. Yo soy la Resurrección y la Vida….. ¿crees esto?
Las hermanas respondieron y creyeron y... yo?
Aquí está el problema, ¿tenemos confianza en Jesús, creemos en el Jesús Resucitado, en Jesús que VIVE y es Vida para nuestras vidas o en qué creemos? ¿Cuál es mi fe, mi creencia? Esto es fundamental y, entiendo, es el mensaje del evangelio, mi fe.
Y así, soy seguidor de Jesús con el Evangelio en la mano o con mis devocionarios que me he fabricado, cosa que se daba en tiempos de Jesús también,(Lc. 7,8) “Vosotros os apartáis de los mandamientos de Dios por seguir las tradiciones humanas”” Ahí lo dejo.
A la samaritana le dice Jesús que el culto que hemos de dar, mi religión, no es de templos ni de montes, es de corazón, es desde dentro de mí, es la relación entre dos, entre la humanidad y Dios, pues nuestra oración no es sola tuya o mía, es de la comunidad de los seguidores, oramos siempre en “racimo” y con la acción del Espíritu Santo (Rm. 8,26) que ora por y con nosotros.
En la cercanía de la Pasión y la Resurrección debemos preguntarnos qué misterio vivimos, el de la pasión y muerte, nos quedamos en el viernes santo y no vivimos la alegría del “”primer día de la semana, muy de mañana, incluso antes de amanecer…”?
Aún nos queda esta semana, aún tenemos tiempo de ver, de discernir, y tomar esa decisión que nos falta, “”aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad “” y quitar de mi vida, de nuestras vidas, esas cosillas, grandes o pequeñas, pero FIJATE SOLO EN UNA y así iremos limpiando nuestra fe de adherencias extrañas y pongamos nuestro empeño en ello a lo largo de nuestra vida en permanente discernimiento y con alegría llegaremos ligeros de cosas a la Cruz de la Resurrección.
Recemos con el salmo de la semana “.. desde lo hondo a Tí grito….. porque del Señor viene la misericordia, la salvación copiosa”
Santa María, Madre de Dios y Madre nuestra, enséñanos a ser seguidores de tu Hijo Jesús, ¡AMEN!
LA MUERTE… ¿FINAL O COMIENZO?
Muchas personas presentan lo que hacen como acciones benefactoras y después se descubre que buscaban otros objetivos. Hasta el último momento intentan confundirnos pronunciando de manera interesada las palabras que más les ayudan: El prójimo, la amistad, el amor, la generosidad, el compartir, creer en los proyectos… Ese formato de engaño suele funcionar hasta que la mentira flota, entonces se visualiza y ya se descubre que aquel comportamiento que parecía una acción loable sólo era un acto mezquino que buscaba obtener beneficios personales.
En el evangelio de Juan, también se habla de amistad, amor, confianza, fe en Jesús y Dios, acompañamiento en los momentos difíciles…
Si nos detenemos y enfrentamos ambas realidades comprobamos que generalizar es malo pero la propuesta de Jesús sí es buena porque nos enseña a caminar y no a confundirnos, es decir, con Él todo cambia porque su amistad con María, Marta y Lázaro era verdadera y se confirma en las lágrimas sinceras que derramó pues mostraron el amor que sentía por aquellos hermanos, eran tan buenos que otros amigos también los acompañaron en aquellos momentos de dolor, la confianza y la fe que las hermanas tenían en Jesús quedaron reflejadas en el recibimiento que le hicieron a pesar de no haber venido antes.
¿Por qué no acudió Jesús en el momento de recibir la noticia de la gravedad de Lázaro?
Es posible que algunas personas, si hubiera curado la enfermedad de inmediato, después creyeran y otros no, recordemos la curación del ciego, pero al devolverle la vida después de estar enterrado cuatro días y en fase de descomposición ya hizo más creíble que Jesús era Hijo de Dios, sobre todo para quienes lo presenciaron, y de eso se trataba, que hubiera testigos para que la divulgación de la presencia de Dios en lo que hizo Jesús no ofreciera dudas.
No debemos olvidar que Jesús no hizo aquella acción portentosa para alcanzar fama personal, lo que hacen las personas, sino para enseñarnos que debemos dirigir nuestras peticiones de ayuda al Padre, lo que hizo Él para que la vida retornara a Lázaro; mostrarnos así la grandeza de Dios; ayudarnos a reconocer que Él era el Mesías anunciado por los profetas y enseñar a los asustados discípulos, y a nosotros, que la muerte es un acto físico cuya huella queda en el sepulcro y un acto final con resurrección.
Ezequiel también habló de la muerte al pueblo, cuando éste estaba cautivo en Babilonia y lo hizo para anunciarles que Dios los sacaría de sus sepulcros. Con este lenguaje simbólico intentó hacerles comprender que si los difuntos estaban encerrados en las tumbas ellos también lo estaban al vivir cautivos. Lo hizo así para anunciarles que serían liberados por Dios y que regresarían a Israel.
Hoy, las palabras de Ezequiel cobran vigencia porque las guerras, las consecuencias físicas de la pandemia, los terremotos y la crisis económica están ocasionando a la población mundial hambre, desplazamientos humanos y sufrimientos, otras formas de esclavitud que también ocasionan miedo y muerte.
Para Pablo, quienes viven apegados a las cosas materiales se alejan de Dios, y eso le debe desagradar, mientras que quienes no están apegados a las prohibiciones y sí al Espíritu, por lógica, Él los protegerá pues si Jesús está en nosotros, aunque nuestro cuerpo muera, no deberemos preocuparnos porque el mismo Espíritu que lo resucitó a Él también dará vida a nuestros cuerpos.
Este domingo, con el hermoso relato de la resurrección de Lázaro, la Iglesia nos recuerda que Jesús es la Vida, la que tanto anhela todo ser humano y tanto busca, por tantos vericuetos equivocados, muchas veces.
Vivimos unos tiempos difíciles, como todos, en los que la vida, en tantos lugares, y muchas veces muy cerca de nosotros, parece valer tan poco… Tantos afanes para cuidarla, en ocasiones, y tan pocos, otras, para hacerlo. En un mundo, el nuestro, donde no todas las vidas parecen tener el mismo valor.
La Palabra nos recuerda, nos invita a contemplar hoy, al Dios de la Vida, que no quiere dejarla enterrada en nuestros sepulcros; que nos llama, por medio de su Espíritu, a una vida más allá de la muerte, que trasciende la vida biológica. Por eso llevamos todos, muy adentro, ese grito que sale desde lo hondo, como el del salmista; esa esperanza del alma, a la manera del centinela, insomne, que vela aguardando la aurora; que despunte en el horizonte la luz del nuevo día.
Todos y cada uno de nosotros habremos de ser apóstoles de la vida; verdaderos testigos de la vida, e irradiarla allá donde vayamos. No puede ser menos, pues seguimos al Señor de la Vida. Y lo menos que se puede hacer por la vida es amarla, cuidarla, dignificarla, darle sentido, servirla y, como Jesús, entregarla.
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