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Estas hojillas, que podéis bajaros, nacieron en la Parroquia de San Pablo (Fuentepiña, barriada obrera de Huelva) y la siguen varios grupos desde hace años en su reflexión semanal. Queremos ofrecerlas desde la sencillez y el compromiso de seguir a Jesús de Nazaret.
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EL TESORO Y LA PERLA (Mt 13,44-52)
En la vida hay búsquedas y descubrimientos. La búsqueda es interesada, está centrada en algo que se aprecia y requiere esfuerzo y disciplina. El descubrimiento es casual, un golpe de suerte, una sorpresa. Jesús, para hablar de los valores del Reino, recurre a lo segundo. Y lo hace porque no se alcanza el Reino de los Cielos con el esfuerzo humano, sino con el beneplácito divino, pues nadie puede merecer bienes eternos. Esto es lo que Jesús explica en estas parábolas.
La primera habla de un tesoro oculto. Arranca de un género literario frecuente en la antigüedad. En tiempos de falta de garantías, era habitual que un hombre, para asegurar su futuro, enterrara en un lugar secreto los ahorros de su vida. Si moría de modo imprevisto -cosa no rara-, se llevaba el secreto a la tumba. Esta costumbre dio origen a leyendas de fabulosos tesoros descubiertos por gente humilde. Jesús se sirve de ellas para explicar que encontrarse con el Reino de Dios es como si un asalariado, trabajando la tierra, halla un tesoro. Lleno de alegría, vende todo lo que tiene para comprar la tierra y quedarse con el tesoro. La primera reacción del hombre es la alegría, el gozo por la suerte que ha tenido; la segunda es el desprendimiento, la renuncia a todo, el abandono de todo aquello que hasta ahora parecía importante en su vida. No es renuncia a medias, sino completa. Los bienes efímeros sólo tienen valor si con ellos se consiguen bienes imperecederos. Lo que uno tiene, por mucho que sea, se vuelve insignificante en comparación con aquello que tiene verdadero valor y por lo que merece la pena vivir. Lo otro es necedad y engaño de sí mismo.
La segunda parábola -la de la perla- viene a significar lo mismo, sólo que en este caso, el hombre está dedicado al quehacer de comprar y vender piedras preciosas. Cuando se encuentra con una verdadera joya, se da cuenta de que aquello que él valoraba no era sino bisutería y baratijas. No se trata ya de un hombre que, enfrascado en sus tareas, encuentra un día la verdad y se deja seducir por ella. Estamos ante un hombre que busca la verdad, pero sólo ha encontrado verdades a medias. La reacción es la misma que el anterior: da todo lo que tiene a cambio de lo que encuentra.
Unos acceden a la verdad desde el quehacer ordinario; otros, desde la búsqueda. Cuando la encuentran, los primeros se llenan de alegría por la sorpresa que produce el bien descubierto, mientras que los segundos, se llenan de satisfacción por la seguridad de haber logrado al fin su meta. Unos y otros toman la decisión de su vida: darlo todo para alcanzar el Todo. Cuando Jesús dice al joven rico: “Vende lo que tienes y dalo a los pobres para tener un tesoro en el cielo” está hablando de lo mismo. El pueblo lo dice de otra manera: “No se puede nadar y guardar la ropa”. El que no renuncia a lo que tiene no puede nadar en la libertad.
Dm. 17 TO 30.7.23
Señor, como Salomón te pido discernimiento, no para gobernar, pero sí para discernir sobre mi, sobre mi vida, sobre mi comportamiento y sobre mi seguimiento como discípulo.
El discernimiento entraña humildad para ver y verse, para reconocer nuestra realidad y ponerla al servicio de los demás, pues si “te amamos, todos es para bien” y bien de los demás a los que debemos amar como a nosotros mismos.
Discernimiento, para saber buscarte en mi, campo y mercado, para saber de que Tu estas esperando nuestro encuentro, nuestro hallazgo de Ti, buscarte, hacer el negocio más grande de mi vida, vaciándome de mi y llenándome de Ti, porque lo demás es vaciedad.
Dame, Señor discernimiento, dame capacidad para saber lo que vales para mi y lo que valgo para Ti, para poder desprenderme de todo lo impida dar el paso y darlo todo por Ti, porque has hecho posible que te encontrara, porque Tú siempre has estado ahí, en lo hondo de mí y te he buscado fuera, en otras cosas, en otras ocupaciones, lejos de Ti y de los hermanos.
Señor, como nos dice la hoja, tenemos que captar tu presencia viva y liberadora, pero humilde y eficaz, al servicio del Reino, al servicio en definitiva de todos los que, sin nada, confían en Tí, los anawin, los que todo lo tenían en las manos de Dios, los humildes, como Moisés, de quien nos dice el libro de los Números (12,3) que era el hombre más humilde del mundo y era Moisés, el amigo intimo de Dios y digo que algo o mucho de su relación se le quedaría, de aquí la importancia de la relación con Dios en nuestra oración, sencilla, como nuestra vida contada a Dios día a día.
Con esa humildad quiero pedirte discernimiento, para sacar del arca de nuestra alma lo antiguo y ponerla al día, con tu Palabra y tu Pan, nuestro seguimiento.
Que no te pida riquezas ni poder, influencia ni cosas superfluas, sino sabiduría para “amándote, hacer el bien a todos” y hablando de cosas superfluas, libera a tu Iglesia de todo lo que le sobra y que tu sabes ……..
Señor, gracias por todo.
Santa María, Madre de Dios y Madre nuestra, enséñanos a decir !AMEN!
Jesús eligió con buen tino las hermosas imágenes del tesoro escondido y la perla preciosa para comparar con ellas el reino de los cielos. Se entiende fácilmente que cualquiera, ante hallazgo semejante, dé todo lo que posee. No se trata de renunciar, sino de conseguir, dándolo todo, eso sí, un bien mucho mayor y más valioso que lo que se entrega a cambio.
En realidad, a cambio de lo que posee nuestro yo, inflado y fatuo, posesivo y tramposo, que es él mismo, se nos ofrece ese tesoro, esa magnífica perla. Y basta dejarlo atrás, sin componendas, para abrazar, con la fuerza y el corazón de los pequeños, ese bien inmenso y bello que es el reino.
Salomón tuvo el acierto de salir de sí para pedir a Dios un corazón sabio para gobernar a su pueblo, en vez de riquezas y poder. Y obtuvo lo que pidió. El salmista encuentra su tesoro en el Señor y sus mandatos; y ahí, su felicidad y su dicha. Y Pablo está convencido de que a los que amamos a Dios todo nos sirve para el bien, porque ahí está nuestro corazón y desde él nos lanzamos hacia adelante y caminamos.
Siempre priorizamos y elegimos lo que amamos, lo que encontramos más valioso; lo que nos fascina y enamora. O así debería ser. Lo que vemos y entendemos como un tesoro que ejerce sobre nosotros la atracción suficiente para sacarnos de nosotros mismos y salir, arriesgar, jugarnos todo a una sola carta. El reino de los cielos fue la gran pasión de Jesús. Tiene que merecer la pena.
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