DOMINGO 23-A

sábado, 2 de septiembre de 2023
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2 comentarios:

Paco Echevarría at: 02 septiembre, 2023 08:54 dijo...

SI TU HERMANO PECA (Mt 18,15-20)

La condición histórica del ser humano hace que éste, aún estando llamado a realizarse plenamente y, por tanto, a alcanzar la perfección, con frecuencia deje que desear en su conducta y se enrede en las trampas del mal. Vivir es caminar y caminar supone cansancio, suciedad, equivocaciones y tropiezos. Jesucristo, cuando crea el grupo de los discípulos, les pone como ideal la perfección, pero sabe que la imperfección les rondará en todo momento. Por eso establece un modo de actuar con el pecador según criterios bien precisos.

En primer lugar -dice- hay que acercarse a él. El libro del Levítico estableció que no se debe aborrecer a nadie, sino que hay que corregirle para no ser cómplice de su pecado. Muchos, ante la falta ajena, optan por el desprecio y la murmuración -que es cosa más propia de espíritus mezquinos que de corazones nobles-. Jesús establece una norma que brota de la fraternidad: quien conoce la falta y no hace nada, incurre en culpa y es responsable, en cierta medida, del pecado del otro. La corrección ha de hacerse a solas y en privado porque el objetivo no es humillar a nadie sino salvar al hermano y hacerle retornar al buen camino. El primer paso, por tanto, lo da la caridad.

Pero puede ocurrir que el otro no atienda razones ni advertencias y se empecine en su pecado. En ese caso hay que darle una nueva oportunidad. Según la ley, sólo era válido el testimonio coincidente de dos testigos. Si la llamada del amor no ha sido oída, entonces hay que recurrir a la razón jurídica. La corrección se hace por exigencia de la justicia. Es así como se estrecha el cerco en torno al pecador.

Si la anterior medida no surte efecto y el pecador no se corrige, entonces ya es un asunto público y debe ser la comunidad en pleno, reunida en asamblea, la que trate el asunto y haga una amonestación abierta y firme. Si tampoco atiende esa voz, debe ser considerado un extraño porque quien rechaza la mano que ofrece ayuda se sitúa fuera de la comunión y de la fraternidad. Resulta dura la medida con el pecador impenitente, pero no lo es tanto si se tiene en cuenta que ha ido precedida por acciones emanadas del amor y de la justicia y que, a la postre, sólo es reconocer y hacer pública una decisión personal.


De todas formas -y esta es la segunda norma- la decisión no es definitiva. Las palabras que siguen reconocen a la Iglesia el poder de atar y desatar indicando con ello que las puertas -las de la Iglesia y las del cielo- siempre están abiertas al pecador arrepentido. En el curso de la vida nada es definitivo. Mientras es de día, las puertas permanecen abiertas -para entrar y para salir-. Sólo se cierran cuando llega la noche. La última norma recoge el espíritu de donde brota lo anterior: la unidad de los hombres es garantía de la presencia de Dios en medio de ellos.

Maite at: 08 septiembre, 2023 22:48 dijo...

Es propio de la infancia bucear en la propia individualidad para la autoafirmación de la personalidad. En la adolescencia aún no está fijada del todo la propia identidad, tarea que nos llevará un tiempo todavía. Y llegados a la edad adulta es el caminar en fraternidad y comunión lo que nos llevará a la plenitud como personas, y donde daremos la talla en humanidad que se requiere de nosotros para hacer un mundo mejor.

Uno de los mandamientos de la fraternidad es la corrección a los demás. Se trata de hacer de “centinela”, como dice Ezequiel, y advertir al hermano. Solo puede llevarse a cabo por y desde el amor, a lo San Pablo. Es decir, cuando a tu hermano no le debes más que eso: un amor verdadero e incondicional que solo busca su bien y el de la comunidad de hermanos.

Cuando amamos, no podemos ver caído a quien queremos; y menos ver que hace daño a su alrededor. Solo desde ahí la corrección es válida y puede ser eficaz. De otra manera, puede fácilmente degenerar en venganza, revanchismo o algo peor: un ataque en toda regla.

Pocas veces practicamos la corrección como Jesús aconseja, respetando la privacidad, los tiempos, las maneras. Nos erigimos en jueces y emitimos sentencia, siempre condenatoria, sin presunción de inocencia, ni abogados defensores y, muchas veces, sin diálogo siquiera con el “culpable”.

Para Jesús, se trata de salvar, de hacer el bien, incluso al que te hiere; de darle una oportunidad de cambio. Eso sí, tampoco hay que ir a degüello contra uno mismo y ponerse voluntariamente en la picota si el otro no cambia de conducta. Hay que tomar medidas. Y habrá que aprender a contar con la comunidad en los conflictos. Porque donde dos o más están reunidos en nombre del Señor, allí en medio está él.