3º DOM-CUARESMA-B

domingo, 25 de febrero de 2024
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3 comentarios:

Paco Echevarría at: 25 febrero, 2024 18:18 dijo...

LIMPIAR EL TEMPLO (Jn 2,13-25)

En la mentalidad judía del momento en que vivió Jesús, el templo de Jerusalén -en cuanto morada de Dios en medio de su pueblo- era el símbolo sagrado por antonomasia, hasta el punto de que cualquier pronunciamiento contra el mismo era considerado una blasfemia. Pero el templo, a la vez que un símbolo religioso, era un centro de poder político y económico. Una de las veces que Jesús entró en él, hizo un gesto de rechazo de estos dos últimos aspectos y acusó a los responsables de haber convertido en cueva de ladrones lo que era casa de oración. Este enfrentamiento debió ser tan fuerte que se le considera una de las razones históricas de su muerte.

Pero Jesús no hacía gestos inútiles ni se dejaba llevar por impulsos incontrolables. La naturaleza y el significado de este enfrentamiento sólo los podemos entender si se enmarca en el contexto de su enseñanza sobre el templo. Es san Juan el que nos da la clave cuando, en el discurso de la cena, pone en su boca estas palabras: “Si alguien me ama cumplirá mi palabra, mi Padre lo amará, vendremos a él y habitaremos en él”. Aunque el tema es abordado directamente cuando, a la pregunta de la samaritana sobre el verdadero lugar para dar culto a Dios, responde que “los que dan culto auténtico darán culto al Padre en espíritu y en verdad”. Es también Juan el que dice que, en alguna ocasión, habló de sí mismo como templo. Y San Pablo, hablando a los de Corinto, les dice que son templos del Espíritu.

Todo esto significa que, para el cristianismo, el verdadero templo en el que Dios habita gustosamente es el corazón humano. Quiere decir esto que, para encontrarse con Dios, hacia donde hay que caminar es hacia el interior de uno mismo y hacia el corazón del otro. Es de aquí de donde arranca la visión cristiana del cuerpo humano al que se reconoce la máxima dignidad y respeto, aunque históricamente haya habido espiritualidades que veían en él un enemigo al que había que destruir. Se entiende así que Jesús, contra la mentalidad de su tiempo, no tenga inconveniente en acariciar y dejarse acariciar y en tocar a las personas, sobre todo a los enfermos.

A la luz de su enseñanza, los templos para nosotros no son sino lugares de reunión, necesariamente amplios para albergar grandes grupos y, en la medida de lo posible, dignos. Pero no podemos tener una visión del templo ya superada que nos lleve a engrandecer un lugar pensando que, por ello, damos gloria a Dios. Tal vez alguno responda utilizando las palabras de Jesús, cuando Judas criticó el despilfarro de aquella mujer que derramó un caro perfume en sus pies: “Los pobres siempre estarán con vosotros. Ahora convenía que ella preparara mi cuerpo para la muerte”. Pero esas palabras tiene otra lectura: “Los pobres siempre estarán con vosotros y vosotros tendréis que emplear vuestra riqueza en ayudar a aquellos en los que yo sigo muriendo”.

FRANCISCO ECHEVARRÍA

Maite at: 28 febrero, 2024 21:03 dijo...

Hace poco, comentábamos las que constituimos el coro parroquial que, seguramente, este año vamos a celebrar la Vigilia Pascual a otra parroquia que forma parte de nuestra unidad pastoral. Así se nos dijo el año pasado: que teníamos que acostumbrarnos a que una vez fuera en un templo y otra vez en otro. El caso es que las mujeres del coro arrugaron la nariz, el entrecejo y todo lo que tenían en la cara. No, no les parecía bien, y a pesar de nuestras explicaciones encaminadas a hacerles comprender que somos comunidad y todo eso, no estaban dispuestas a ir a celebrar la Vigilia a “la otra” parroquia. Aquello parecía una conversación acerca de equipos de fútbol donde el mío, desde luego, es el mejor.

Hace un par de años se cerró, por falta de religiosos, un santuario muy conocido en una región cercana. Tampoco la diócesis podía hacerse cargo por falta de sacerdotes (la escasez empieza a hacerse sentir de forma notable). Un grupo de feligreses se organizó para protestar contra el superior religioso y enviar el caso a Roma, a pesar de que el santuario apenas tenía ya actividad pastoral y la ciudad cuenta con muchas iglesias, muy próximas unas de otras, a las que acudir (un número cada vez más exiguo de personas de edad cada vez más avanzada).

Hace unos años tuvimos una novicia que sufría, y no poco, porque el capellán de la comunidad celebraba, a veces durante casi el mes entero, la eucaristía por los difuntos de las familias de algunas de las hermanas. Dichas familias habían pagado religiosamente por ello, claro, cosa que la familia de la novicia no se podía permitir (y la mía jamás lo hubiera hecho). Yo intentaba consolarla repitiéndole que eso no tenía importancia; que no por ello aquellos difuntos eran más tenidos en cuenta por Dios que los suyos, pero eso no le quitaba su congoja en absoluto. A mí me parecía que, lo más que podía pasar, es que en el cielo estuvieran hasta las narices (con perdón) de tanto oír repetir, un día sí y otro también, el nombrecito de marras de la familia en cuestión; yo, por lo menos, lo estaba.

Todo esto viene al caso de que no estoy muy segura de que hayamos superado la idea del templo que tenían los contemporáneos de Jesús, judíos ellos, ni el mercadeo que hacían de Dios. Y es algo que, por lo que hoy contemplamos en el evangelio, a Jesús no le gustaba en absoluto.

Evidentemente, al templo se va a lo que se va, pero es la casa de todos, como bien insiste el Papa Francisco; y todos son todos. Una casa abierta y de acogida; una tienda plantada, más bien, con capacidad para ser ensanchada según vaya siendo menester, para que entre más y más gente que quiera. Sería bueno que encontraran en ella acogida, de modo especial, los heridos de la vida, los más solos, los tristes, los que necesitan abrazos y sonrisas para encontrarlos en nosotros. Y una tienda móvil, que se pueda desplazar, cuya propiedad no se pueda arrogar nadie. Que luego pasa lo que pasa.

Pero, como lugar sagrado, tampoco hay que absolutizarlo, ni darle un valor que no tiene. Para templo cristiano, el propio cuerpo, como bien apunta Jesús. Y si mi cuerpo es templo, el de mi hermano, también; y el del prójimo, además del cuerpo del que está lejos. También estos son lugares sagrados, morada de Dios vivo. Soy responsable del trato que doy a todos ellos, y no nos engañemos: mi relación con Dios en su templo es la misma que tengo con él en el mío y en el del hermano. Si me maltrato a mí mismo/a o al prójimo, maltrato a Dios en su templo. No caben aquí distintas varas de medir; solo hay una.

Y aún nos queda el templo de Dios que habitamos, nuestra casa común, hecha de tierra, mar y aire. Cuánto se podría decir del trato que le damos. También la tierra, la hermana madre tierra, es lugar sagrado.

juan antonio at: 01 marzo, 2024 09:19 dijo...

3º Dm Cuaresma 03,03.24

LA EXPULSIÓN DE LOS MERCADERES DEL TEMPLO Jn. 2,13-25

El pasaje de la expulsión de los mercaderes del templo aparece en los cuatro evangelios, con la diferencia del lugar en que se pone la presente narración, Juan al principio y los tres sinópticos en torno a la Pascua final.
Podíamos ver en el pasaje que se nos propone, varias enseñanzas, la expulsión, la declaración de Jesús sobre el mismo y los que se le adhieren, pero no.
Es la única vez que Jesús usa la violencia en su actuación como Mesías, como Ungido de Dios, él es el que se proclama “”….. humilde y sencillo de corazón” y así es tanto los dichos como los hechos de Jesús en la proclamación del Reino de Dios, de ahí lo raro de esta actitud.
Los vendedores no ejercía una actividad ilegal, pues todo era necesario para el culto, pero el lugar era el equivocado: vendan animales y cambien monedas, pero no en el templo, entonces que nos quiere decir Jesús, pues que esta forma de culto a Dios ya no tiene lugar, se ha terminado, vienen los tiempos de que adoremos al Padre en “espíritu y verdad”, con el corazón, con nuestra vida y no con exterior a la persona.
Jesús sin signo espectacular como en la Transfiguración, viene a decirnos quien es, el Resucitado, el que vive y vivirá entre nosotros y para nosotros, el que nos muestra el rostro del Padre con su Palabra y su Vida, el que nos da un Camino, un estilo de Vida que le cuesta la vida y que posiblemente no hacemos Vida, nos contentamos con signos externos, con muestras externas, pero Jesús me quiere a mí, a tí, a nosotros y que dejemos lo externo, que veamos al Padre en su rostro y en el rostro de nuestro hermanos, pues todo lo demás, se terminó o no lo hemos dejado aún?
Cada cual vea que estamos haciendo….
Nos lo dijo de muchas formas … no todo el que diga Señor Señor…., sino que cumpla la voluntad de mi Padre que desea que no pierda ninguno de los que me ha confiado y que lo resucite en el último día y nosotros estamos confiados a nuestro Señor desde el Bautismo y esto lo tenemos allá en la lejanía de nuestra existencia y lo vivimos poco o nada, lo damos por hecho y nos perdemos vivir la filiación divina ¡que pena! Pero en nosotros está hacerlo Vida
Juan termina este pasaje diciéndonos que muchos se le adhirieron, pero él no se fiaba porque conocía su interior, es decir, esa fidelidad que mostraba no era de corazón, era atraída por lo espectacular que podía resultar los signos de Jesús y al amparo de ello debemos examinar nuestra conducta, nuestra adhesión a Jesús, nuestra fe, qué creemos, en quien creemos, más que lo que creemos y como creemos, pues ya lo hemos dicho, no todo el que diga….., no, en espíritu y en verdad, amando al Padre y amando a nuestros hermanos, creyendo en Dios y creyendo en Jesús, construyendo el Reino, en definitiva dándonos, entregándonos sin reserva, abramos nuestros corazones y nuestras manos y dejémonos de cualquier otra cosa y ello alejándote al desierto de cuando en vez, a recargar las pilas y la Cuaresma es el momento propicio:
¿Has incrementado ese rato o ratito de intimidad, oración, has incrementado tu revisión de vida, has aumentado tu cercanía a los hermanos, has…… has…?
Parate y mira.
Señor, tu tienes palabras de vida eterna, nos dice el salmista, recemoslo hasta la saciedad para que lo hagamos carne de nuestra carne.
Santa María, Madre de Dios y Madre nuestra, enséñanos a decir ¡AMEN!