Hechos: Lo vieron levantarse.
Efesios: Lo sentó a su derecha, en el cielo.
Mateo: Se me ha dado pleno poder en el cielo y en la tierra.
Efesios: Lo sentó a su derecha, en el cielo.
Mateo: Se me ha dado pleno poder en el cielo y en la tierra.
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Juan García Muñoz.
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EL MÁS ALTO PODER (Mt 28,16-20)
En el último domingo de la Pascua -el que precede a Pentecostés- se nos habla del envío misionero de Jesús. Antes de desaparecer, encarga a los suyos recorrer el mundo y hacer discípulos de todos los pueblos. No dice Jesús que formen un solo pueblo, bajo un solo poder, con una sola cultura y regido por las mismas leyes, sino que hagan discípulos sin que importe el pueblo al que pertenezcan. El evangelio encierra dentro de sí una dimensión de universalidad más allá de razas, culturas, lenguas, filosofías... Más allá de todo lo que los hombres utilizamos para establecer diferencias y vallas entre nosotros.
En estos tiempos en que soplan fuerte los vientos nacionalistas y las minorías reclaman -no digo que sin derecho- el respeto a sus características propias, el Evangelio aparece como una propuesta de unidad desde la diversidad. Los hombres de mente y corazón estrecho temen todo lo que es diferente y entienden la unidad como uniformidad, por eso excluyen lo que no es conforme a sus criterios y luchan contra todo lo que no encaja en su visión de la realidad. Cuando logran seducir a los pueblos, los conducen hacia un abismo de soledad y pobreza.
El pensamiento cristiano -aunque haya cristianos que no tengan este pensamiento- entiende que la unidad de los hombres se construye sobre la diversidad de los mismos y, por ello, valora, potencia y asume los elementos que caracterizan a un pueblo o a una cultura. La diversidad es fuente de enriquecimiento muto. La uniformidad conduce al empobrecimiento de todos, como el pensamiento único, a la debilidad de pensamiento. Aparece en la Biblia un pasaje que puede ser considerado -al menos a mí así me lo parece- una de las más antiguas y duras críticas del totalitarismo subyacente en el discurso de quienes, so pretexto de defender lo propio, no dudan en excluir lo diferente: el relato de Babel. El autor sagrado se refiere a Babilonia: un sólo pueblo, una sola lengua (cultura), un solo poder para gloria de sus dirigentes autoerigidos en dioses. Frente a este modo de entender el mundo, la Biblia, con el Evangelio a la cabeza, predica la igualdad esencial de todos los seres humanos -imágenes de Dios por nacimiento e hijos suyos por adopción- y su universal vocación a la unidad.
Jesucristo dice a los suyos: “Se me ha dado pleno poder en el cielo y en la tierra”. El suyo es el más alto poder y, por ello, el único poder legítimo y auténtico. Y lo es porque es el único poder justo. En el mundo de los hombres el poder, primero, endiosa -y, dado que un hombre convertido en dios es un tirano, a más poder más injusticia y más crueldad- y, luego, entontece -porque, al creerse divinos, nadie, ni ellos ni sus adoradores, critican sus ideas-. Tal vez por eso no sea voluntad del cielo que todos los hombres formen un solo pueblo, pero sí que todos los corazones sean uno. El más alto poder sólo es el poder de Dios. Los otros poderes sólo son el espejismo de la vanidad de los hombres.
Este es un día marcado por la tensión, como nuestra historia y nuestro tiempo. Tensión entre la tierra y el cielo, la acción y la contemplación, la ausencia y la presencia, entre el ya sí pero todavía no. Se palpan la tristeza y el vacío que embargan a los discípulos ante la desaparición física - ¿hasta cuando? - del Maestro, el amigo, el compañero de camino. Se respiran en el aire el desconcierto y la nostalgia.
Había sido tan hermoso gozar de la visión y compañía del Resucitado, de la alegría del reencuentro, de la sorpresa y el asombro de sus apariciones... Y ahora se va. Por eso los discípulos están ahí plantados mirando al cielo y hace falta sacarlos de su ensimismamiento, sacudir sus almas y empujarlos.
Ahora empieza todo: es el tiempo de anunciar y proclamar por todo el mundo lo que han visto y oído. Y es el tiempo de la espera: necesitan ser revestidos de la fuerza de lo alto, del Espíritu Santo.
Jesús bendice a todos y se aleja subiendo al cielo. Ellos permanecen juntos. Ya no les domina el estupor sino la alegría y les brota desde dentro bendecir a Dios. Porque no se han quedado solos, y con Él tienen mucha tarea por delante.
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