MATEO 25,1-13: Vírgenes necias y vírgenes sensatas.
Descargar 32º Domingo Ordinario - A.Juan García Muñoz.
Estas hojillas, que podéis bajaros, nacieron en la Parroquia de San Pablo (Fuentepiña, barriada obrera de Huelva) y la siguen varios grupos desde hace años en su reflexión semanal. Queremos ofrecerlas desde la sencillez y el compromiso de seguir a Jesús de Nazaret.
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NECEDAD Y SENSATEZ
Domingo 32 del Tiempo Ordinario (Mt 25,1-13)
La parábola de las diez doncellas pertenece al discurso sobre el fin de los tiempos, todo él centrado en la necesidad de vigilar para estar a punto cuando llegue el momento de rendir cuentas. Entonces -como hoy- las ideas apocalípticas y la convicción de estar ante un final cercano inquietaba a muchos. Incluso entre los cristianos había quienes pensaban que el fin estaba tan cerca que no merecía la pena ni trabajar. En este discurso, Jesús no trata de satisfacer la curiosidad malsana de los que gustan barajar fechas y vaticinar eventos. Se limita a decir que no es importante saber cuándo terminará todo, sino estar preparado cuando llegue el momento.
En la palestina del siglo I las familias practicaban el matrimonio patrilocal, consistente en que la novia era trasladada a la casa que el novio le había preparado. El momento más importante era cuando éste, acompañado de sus parientes, iba al domicilio de su prometida para trasladarla. Mientras tanto los invitados esperaban el regreso de la comitiva. Luego era consumado el matrimonio y se enseñaba la sábana manchada de sangre, para demostrar la integridad física de la esposa; tras lo cual empezaba la fiesta. La parábola habla de diez doncellas que se quedan dormidas mientras el novio está fuera. Cuando éste vuelve, la mitad de ellas encuentra que sus lámparas se han apagado; mientras van por aceite, llega la comitiva y se cierran las puertas. Su desidia les priva de participar en las fiestas.
El sentido del texto es evidente: el aceite, lo que mantiene encendida la lámpara, es el Evangelio, que unas lo gastan inútilmente pues se quedan dormidas durante la espera -cuando llega el momento de la verdad, no tienen nada que ilumine sus vidas-, mientras que otras, más precavidas, han guardado lo necesario y pueden entrar en la fiesta. Todas han recibido lo mismo, pero mientras unas, entregadas a sus sueños y fantasías, dejan que se pierda, otras, más realistas, saber hacer de él el uso adecuado.
Estamos -como en la parábola de los talentos- ante una oportunidad que unos aprecian y otros ignoran. Para Jesús sólo los primeros son sensatos; los otros son unos necios porque es necedad grande dejar que la mente se nuble y los sentidos se emboten cuando se tiene un tesoro que guardar. El Evangelio es ese tesoro. Pero no hay que engañarse: no es el poseerlo lo que garantiza la salvación, sino el vivirlo, es decir: dejar que ilumine la propia existencia y le dé sentido.
La parábola se completa con el pasaje que cierra el discurso -el que narra el juicio final-. El juez sólo reconoce en ese momento a aquellos que antes le han reconocido a él tras los harapos, la enfermedad y la marginación. El evangelio ilumina cuando los hombres son capaces de ver a Dios en el hermano pobre, sufriente o humillado. Eso es ser sabio. Lo otro es necedad. El problema es que esa lección se aprende cuando es demasiado tarde.
Con la parábola de las vírgenes necias y las sensatas Jesús quiere explicar, una vez más, como es el Reino de los cielos. Y la enseñanza fundamental, en esta ocasión, es que tenemos una responsabilidad personal e ineludible si queremos formar parte de él.
No se trata de elegir entre ser una virgen necia o una sensata, ni de empeñarse o proponerse mantener la lámpara encendida y las alcuzas llenas de aceite cueste lo que cueste. Todo lo que se refiere al Reino es siempre cuestión de amor.
Un corazón enamorado se duerme tranquilo y en paz cuando la espera se prolonga y le rinde el cansancio. Pero percibe la primera señal de la llegada del esposo, que siempre llegará de forma intempestiva y a hora inadecuada, y se despierta. Y toda hora será buena para él, que sabe de velas y desvelos en su espera, y va llenando su alcuza de aceite, aunque nada indique que el esposo está cerca.
Sabe que la hora llegará y que hace falta que su amor le encuentre despierto y con la lámpara encendida. Porque entonces mirará a sus ojos abiertos y anhelantes, y reconocerá a quien ha velado su llegada atisbando cada día el horizonte. A quien ha hecho acopio de aceite guardándolo con mimo y con cuidado. A quien ha aguardado, ha rezado, se ha dormido y despertado, se ha cansado, ha luchado, ha vivido y ha gozado, pero nunca ha dejado de esperarle y amar; de desearle más que a nada y a nadie en el mundo, y en todo tiempo y lugar guardaba su aceite para él. Para estar preparado a su llegada.
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