DOMINGO 27-B

sábado, 29 de septiembre de 2012

7 OCTUBRE 2012
DOMINGO 27-B

MARCOS 10,2-16. Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre.

4 comentarios:

Paco Echevarría at: 29 septiembre, 2012 21:26 dijo...

EL MIEDO AL COMPROMISO (Mc 10,2-16)

La pregunta que formulan los fariseos a Jesús es la que muchos católicos se hacen hoy día ante el aumento de divorcios y separaciones matrimonia¬les, si bien en la actualidad el problema se plantea en un contexto social y cultural bien distinto. En la Ley de Moisés estaba previsto y consentido el divorcio (Dt 24,1-4). Pero la situación era injusta porque sólo el esposo tenía la iniciativa y los derechos. La mujer era un sujeto pasivo. Además, algunos interpretaban el texto del Dt en sentido tan amplio que bastaba que se le quemara a la mujer la comida para divorciarse de ella y dejarla en la calle -en la sociedad patriarcal a la mujer sólo se le reconocen tres funciones: satisfacer los deseos del varón, darle hijos y hacerle de criada-. Una mujer abandonada sólo podía sobrevivir si se unía a otro hombre. El divorcio evitaba que fuera acusada de adulterio ya que éste se castigaba con la lapidación.

Cuando aquellos hombres plantean a Jesús el problema, él ve inmediatamente la injusticia de la situación, contraria al designio de Dios que no creó un señor y una criada, sino dos seres humanos llamados a ser uno. En su pensamiento el gran valor de la existencia es la unidad que tiene como fundamento el amor. El matrimonio es la expresión más profunda y comprometida de la unidad entre dos seres humanos. Sólo desde aquí podemos conectar con su pensamiento.

Hoy la situación es bien distinta. La defensa de la ruptura matrimonial tiene como telón de fondo el miedo al compromiso y un concepto del amor en el que prevalece la sensación sobre la emoción. Creo que, en occidente, el problema no es tanto el divorcio cuanto la incapacidad para comprometerse. Muchos prefieren juntarse sin pasar ni por el juzgado ni por la iglesia porque -según dicen- para estar juntos no necesitan bendiciones ni aprobaciones de nadie y, si la cosa no funciona, es más fácil separarse. El problema -la pregunta- es si puede haber felicidad sin amor y amor sin compromiso.

Evitar el compromiso significa aceptar resignadamen¬te que no existe el amor auténtico -ese que encuentra la felicidad en el bien del otro y se manifiesta en la renuncia y la ternura-. Y dar eso por supuesto es claudicar ante la mediocridad y superficialidad de la cultura de la apariencia y de la provisionalidad. Sólo es feliz el que bebe de la fuente que mana en su interior -el agua de los pozos sólo quita la sed un instante-. No es la posesión de lo que está fuera, sino la expresión -la donación- de lo que hay en el interior lo que llena el corazón humano y nos hace felices. Si el matrimonio se entiende como posesión y dominio, no es extraño que tarde o temprano se deshaga -por cansancio-. Pero, si se entiende como encuentro, como plenitud de uno en el otro, la cosa dura para siempre porque perder al otro es perder algo de sí mismo.

Francisco Echevarría

Maite at: 02 octubre, 2012 14:33 dijo...

No suelo comentar las palabras de Jesús sobre el divorcio a menos que me lo pidan. Sí me las han citado alguna vez intentando moverme a corregir a mis padres y a hacerles ver lo "pecaminoso" de su conducta. Ellos están divorciados después de treinta años de matrimonio y mi madre se volvió a casar.

Asumo pues que soy hija de adúltera, pero nunca me he sentido llamada ni capacitada a juzgar, y mucho menos condenar, a mis propios padres. Hay un mandamiento de la ley de Dios que me obliga a honrarlos, y lo que el Señor pone en mi corazón es acogerlos y amarlos, procurando así restañar, de alguna manera, desde mi condición de hija, tantas heridas abiertas que no pueden curar.

Creo que el Señor no puede querer para ellos el infierno en que se había convertido su convivencia y confío en que Él, que nos mostró el corazón del Padre en la parábola del hijo pródigo, que llama a sí a los que están cansados y agobiados, será quien los juzgue según su misericordia y su amor por ellos, mucho mayor que el mío.

No sé si todos, pero desde luego muchos divorciados, están entre los pequeños y débiles que necesitan del abrazo de Jesús. No es fácil para ellos acercarse a Él o a la Iglesia con todo un proyecto de vida roto y una historia personal hecha jirones.

El reino de los cielos es de los niños y de los que son como ellos. De quienes saben y aceptan que no pueden merecerlo ni ganarlo por muchos esfuerzos que hagan. De los que están abiertos y dispuestos a recibirlo como un regalo de quien más los ama.

J.A. at: 07 octubre, 2012 20:12 dijo...

El pasaje evangélico trae a la consideración de todos la concepción del matrimonio cristiano y católico.
Sobre este pasaje el Papa Juan Pablo II desde 1979 a 1984, dio unas catequesis en las audiencias de los miércoles, interrumpidas por el atentado sufrido en la Plaza de S. Pedro y otras celebraciones litúrgicas, que explican exhaustivamente , lo que llamo, la teología del matrimonio.
Pero no reflexiono sobre estas catequesis sino que las dejo citadas a los efectos de que puedan ser conocidas.
Quiero referirme a que hay que tener muy presente el valor, la importancia, lo grande y esencial que es conocer en toda su extensión el sacramento del matrimonio, cuya preparación se resuelve con unos cursillos de cinco o más días o incluso con menos días, cuando la exigencia del compromiso que con el sacramento del matrimonio se contrae, es tan grande.
Decía alguien que para ser médico, abogado ingeniero…., se exigía además de unos estudios previos (primaria, secundaria, bachillerato, cou, selectividad…) una preparación especifica en la Universidad de cinco o más años y al matrimonio vamos con unos escasos días dedicados a una somera reflexión , cuando este sacramento nos va a cambiar por entero en un compromiso sin igual en la Iglesia, porque es para siempre.
Tan grande es el compromiso que en el pasaje correlativo de S. Mateo (19,10) hay un párrafo después de la explicación de Jesús sobre la comisión de adulterio por parte de la mujer o del hombre en el que los “discípulos le dicen: si esta es la condición de marido con la mujer, más vale no casarse. Y Jesús les dice: no todos pueden con esa solución, sino solos los que reciben tal don”.
Efectivamente se refiere Jesús al celibato ¿pero porqué no entender ese don a los que se casan?
Y lo digo porque en el matrimonio sacramento no entra equivocarse, no entran las debilidades ni las fragilidades ni las debilidades humanas, has contraído matrimonio y es para siempre y un compromiso tan grande tiene una breve preparación especifica, es decir una carrera universitaria muy pequeña, de días; sí, tenemos la primaria, secundaria, bachillerato…., pero carrera especifica, no.
Y todo esto me lleva a considerar el dolor de las separaciones y por otra el dolor también del encuentro con otra persona que llenen esas vidas rotas, pues unos y otros no se consideran integrados en la comunidad del Pueblo de Dios, mejor dicho están lejos, podíamos decir, pues no pueden participar de los sacramentos.
Hoy debemos tener presente, por una parte una exigencia seria en la preparación al matrimonio y por otra una integración de esas personas separadas, divorciadas, en parejas o casadas civilmente y que quieren, desean y ansían vivir su cristianismo, su unión con Cristo y la comunidad del Pueblo de Dios.
Si proclamamos que Dios es amor, a esas personas también les tiene que alcanzar ese amor en su totalidad, no de paños calientes, no de sí pero no, amor en su totalidad.

J.A. at: 07 octubre, 2012 20:12 dijo...

El pasaje evangélico trae a la consideración de todos la concepción del matrimonio cristiano y católico.
Sobre este pasaje el Papa Juan Pablo II desde 1979 a 1984, dio unas catequesis en las audiencias de los miércoles, interrumpidas por el atentado sufrido en la Plaza de S. Pedro y otras celebraciones litúrgicas, que explican exhaustivamente , lo que llamo, la teología del matrimonio.
Pero no reflexiono sobre estas catequesis sino que las dejo citadas a los efectos de que puedan ser conocidas.
Quiero referirme a que hay que tener muy presente el valor, la importancia, lo grande y esencial que es conocer en toda su extensión el sacramento del matrimonio, cuya preparación se resuelve con unos cursillos de cinco o más días o incluso con menos días, cuando la exigencia del compromiso que con el sacramento del matrimonio se contrae, es tan grande.
Decía alguien que para ser médico, abogado ingeniero…., se exigía además de unos estudios previos (primaria, secundaria, bachillerato, cou, selectividad…) una preparación especifica en la Universidad de cinco o más años y al matrimonio vamos con unos escasos días dedicados a una somera reflexión , cuando este sacramento nos va a cambiar por entero en un compromiso sin igual en la Iglesia, porque es para siempre.
Tan grande es el compromiso que en el pasaje correlativo de S. Mateo (19,10) hay un párrafo después de la explicación de Jesús sobre la comisión de adulterio por parte de la mujer o del hombre en el que los “discípulos le dicen: si esta es la condición de marido con la mujer, más vale no casarse. Y Jesús les dice: no todos pueden con esa solución, sino solos los que reciben tal don”.
Efectivamente se refiere Jesús al celibato ¿pero porqué no entender ese don a los que se casan?
Y lo digo porque en el matrimonio sacramento no entra equivocarse, no entran las debilidades ni las fragilidades ni las debilidades humanas, has contraído matrimonio y es para siempre y un compromiso tan grande tiene una breve preparación especifica, es decir una carrera universitaria muy pequeña, de días; sí, tenemos la primaria, secundaria, bachillerato…., pero carrera especifica, no.
Y todo esto me lleva a considerar el dolor de las separaciones y por otra el dolor también del encuentro con otra persona que llenen esas vidas rotas, pues unos y otros no se consideran integrados en la comunidad del Pueblo de Dios, mejor dicho están lejos, podíamos decir, pues no pueden participar de los sacramentos.
Hoy debemos tener presente, por una parte una exigencia seria en la preparación al matrimonio y por otra una integración de esas personas separadas, divorciadas, en parejas o casadas civilmente y que quieren, desean y ansían vivir su cristianismo, su unión con Cristo y la comunidad del Pueblo de Dios.
Si proclamamos que Dios es amor, a esas personas también les tiene que alcanzar ese amor en su totalidad, no de paños calientes, no de sí pero no, amor en su totalidad.