4 NOVIEMBRE 2012
DOMINGO 31-B
MARCOS.
No estás lejos del reino de Dios.
Estas hojillas, que podéis bajaros, nacieron en la Parroquia de San Pablo (Fuentepiña, barriada obrera de Huelva) y la siguen varios grupos desde hace años en su reflexión semanal. Queremos ofrecerlas desde la sencillez y el compromiso de seguir a Jesús de Nazaret.
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4 comentarios:
DIOS Y EL PRÓJIMO
Los preceptos a que estaba sujeto el creyente judío en tiempos de Jesús eran muy numerosos -según la tradición sinagogal eran 613 mandamientos positivos, 365 prohibiciones y 248 prescripciones-. No sorprende, por ello, que algunos se preguntasen si era posible reducirlos todos a unos cuantos preceptos fundamentales y establecer una jerarquía de importancia entre los mismos. Frente a éstos estaba el grupo de quienes defendían que todos los preceptos tenían la misma importancia -“Que el mandamiento leve te sea tan querido como el mandamiento grave” decía un comentario al Deuteronomio.
La respuesta de Jesús no contiene nada nuevo, pues ambos preceptos estaban ya recogidos en el Antiguo Testamento. Lo sorprendente es la unión de los dos. A Jesús le preguntan por el primero y más importante y él responde con el primero y el segundo y, además, añade que ambos son semejantes. De esta manera viene a decir que sólo se puede amar a Dios amando al prójimo y sólo se puede amar al prójimo con el amor de Dios. Son dos amores que siempre han de ir unidos o, de lo contrario, quedan adulterados.
Es así como Jesús establece el fundamento de la ética cristiana: la vida religiosa, centrada en el amor a Dios, y la vida social, centrada en el amor al prójimo, constituyen un único fundamento y vienen a ser como las dos caras de una moneda: si falta una -cualquiera de ellas- es falsa. Los rabinos conocían estos preceptos, pero no los relacionaban. Incluso hacían inútil el precepto de amor al prójimo porque no consideraban prójimo a todo ser humano: el pagano, el pecador, el publicano... no era prójimo ni había obligación de amarlo como a uno mismo. En el pensamiento de Jesús el amor es uno solo y ha de ser total: ha de movilizar a toda la persona. Como el sol cuando sale -que ilumina por igual a todos los seres-, así ha de ser el hombre y la mujer que aman.
Pero no es esto lo habitual entre nosotros, sino que, al contrario, a veces tenemos la sensación de que una sombra de egoísmo y desamor estuviera apoderándose de muchos corazones: padres que denuncian a sus hijos por malos tratos, niños que crecen sin amor, ancianos abandonados por su familia; mujeres maltratadas, violencia en las calles... Es como si el ser humano estuviera perdiendo su esencia más profunda, su valor más noble y auténtico. Tal vez esto no sea más que el triste resultado de las doctrinas que décadas atrás algunos predicaron sin medir sus consecuencias. Y es que la negación Dios a la larga conduce a la negación del hombre como la negación del padre lleva tarde o temprano a la negación de los hermanos. Primero talamos los bosques y luego nos quejamos del desierto. Es de sabios rectificar. Pero está por ver que el hombre de hoy, que se siente orgulloso de ser científico y de conocer los secretos del universo, sea además un hombre sabio, conocedor de los secretos de su propio corazón.
Ante una multitud de mandatos, preceptos y normas un cuidadoso cumplidor de todos ellos necesariamente acaba preguntándose, con honestidad, cual es el más importante. Nosotros conocemos, desde hace tiempo, la respuesta de Jesús, pero seguimos tentados de privilegiar un mandamiento sobre el otro. Tranquilizamos así nuestra conciencia amando a Dios sin el prójimo o dedicándonos a éste de forma altruista pero sin Dios.
En el seguimiento a Jesús ambos amores son inseparables, y cada uno de ellos es la medida del otro. Solo puedo amar a Dios, a quien no veo, si amo a mi prójimo a quien veo. Solo si nace de raíz del amor a Dios puedo amar a mi prójimo, y el amor a éste es la garantía de autenticidad del que tengo a Dios.
Santa Teresita del Niño Jesús, contemplativa y patrona de las misiones, cuenta en su Historia de un alma, como descubrió que en sus primeros años de vida religiosa se dedicaba, principalmente, a amar a Dios. Y consideraba como la mayor gracia de su vida haber aprendido y entendido, al final de ella, lo que es la caridad, el amor al prójimo.
Quien vive una historia de amor con Jesús, ama, por pura inercia de ese amor, al prójimo, por pobre, pequeño y limitado que sea, porque Dios ama a través suyo. Y quien es capaz de vivir una historia de amor de amistad con sus semejantes, por pobre, pequeño y limitado que sea, sabe y puede vivir lo mismo con Dios.
Amar a Dios como al único Señor, con todo el corazón, con toda el alma, con toda la mente y con todo el ser, supone renunciar a todo aquello que vaya en el más mínimo detrimento de ese amor. Exige todo y lo mejor de nosotros mismos. Y amar al prójimo como a uno mismo vale más que todos los sacrificios que podamos ofrecer a Dios, pues implica también la mayor de las renuncias en la entrega de nosotros mismos con todo lo que somos y tenemos. Cosas del amor...
Si amamos a Dios es bueno decírselo, porque todo amado gusta de oírlo, y Él no es una excepción. Si alguno no sabe como hacerlo, o las palabras se le quedan cortas, puede tomarlas del salmista y orar con él:
Yo te amo, Señor, tú eres mi fortaleza, mi roca, mi alcázar, mi libertador, peña mía, refugio mío, escudo mío...
Y experimentará que cuando "invoco al Señor de mi alabanza quedo libre de mis enemigos"
En esta semana Jesús se anticipa a lo que nos diria ya al final de su vida, que lo importante es amar y Él nos dio la medida, "como yo os he amado".
S. Juan nos dice que quien quiere a Dios y no a su hermano, es un mentiroso.
Lo importante es amar, es darse, no dar; es entregarse, no que esta u otra institución( a la que estoy apuntado) arregle las cosas; lo importante es estar al lado de los que nos necesitan "¿cuando te vimos desnudo, en la carcel, enfermo, hambriento, extranjero o sediento?, cuando me vistéis en uno de estos pequeños"
Amar como Jesús, es amar a Dios y a los hermanos, o amar a Dios en los hermanos que es lo mismo aunque no sea igual.
Si amamos, todo vendrá rodando, todo vendrá solo como suele decirse, lo dificil es lo secillo, amar, acoger, darse, escuchar, atender, secillamente.....amar.
Vivimos un estilo de vida (Hechos 5,19)con una sola norma, amar, "os doy un mandamiento nuevo....., en eso conocerán que sois mis discipulos".
Que cada uno reflexione qué le pide Dios en su vida para llevar a cabo ese amor, pero NUNCA se limite a dar unas monedillas de nada, sino qué entraña ese amor que me lleve a un cambio, a una conversión.
S. Ignacio le decía a sus religiosos como norma "en todo, amar y servir".
Miremos cual es nuestro servicio.
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