14 JULIO 2013
DOM-15C
Estas hojillas, que podéis bajaros, nacieron en la Parroquia de San Pablo (Fuentepiña, barriada obrera de Huelva) y la siguen varios grupos desde hace años en su reflexión semanal. Queremos ofrecerlas desde la sencillez y el compromiso de seguir a Jesús de Nazaret.
Copyright © 2010 Escucha de la Palabra Design by Dzignine
Released by New Designer Finder
3 comentarios:
ANTE EL PRÓJIMO CAÍDO (Lc 10,25-37)
Es frecuente que san Lucas ponga como ejemplo a personas ajenas al mundo judío. La parábola del buen samaritano es un ejemplo de ello. La ocasión es el examen al que someten a Jesús para comprobar la ortodoxia de su doctrina. El contexto es que, para el mundo judío, el concepto de prójimo era muy restringido. Estaba escrito que hay que amar al prójimo, pero no estaba claro quién es verdaderamente prójimo. Los pecadores, los paganos, los que desconocían la ley no eran considerados tales por los rabinos de la época.
La parábola del samaritano solidario explica el pensamiento de Jesús en términos muy precisos a la vez que da la vuelta a la cuestión: El rabino le pregunta ¿quién es mi prójimo? Y Jesús, tras la parábola, pregunta ¿quién se comportó como prójimo del herido? Es decir: ¿quién atendió la necesidad de aquel hombre? Porque el problema no es quién está cerca de mí, sino al lado de quién estoy yo. Eres prójimo del todo el que necesita tu ayuda. Por eso el evangelista dice un hombre –no un judío o un gentil– bajaba de Jerusalén. Lo que constituye a un hombre en prójimo de otro es la conciencia del otro y el conocimiento de su problema. No se puede encerrar la proximidad entre las vallas de la raza, del sexo, del grupo social, político o religioso, de la nación o cualquier otro prejuicio. Soy prójimo de todo ser humano –de cada ser humano– que me necesita.
El sacerdote y el levita –dos personajes vinculados a la religión– dieron un rodeo, se alejaron, para no tocar a un moribundo que, según las normas establecidas, era alguien impuro. Para ellos era más importante la observancia de las normas que la necesidad ajena. Era un sistema religioso que tergiversaba el sentido profundo de una religión que, en sus orígenes, había sido profundamente solidaria. El samaritano, por el contrario, muestra no ser un hombre muy religioso –habría hecho lo mismo que los anteriores–, pero aparece como un ser humano, es decir, con sentimientos humanos. Por eso no pasa de largo.
La parábola de Jesús es de gran actualidad hoy día y se muestra como un juicio de condenación para unos y de justificación para otros. Porque ocurre que vivimos en la aldea global, es decir, en un mundo en el que las distancias son nulas debido a los medios de comunicación y transporte. Esto, que podría significar espíritu abierto, a muchos les lleva a encerrarse en su mundo para defenderse de influencias extrañas. De ahí el auge de los nacionalismos y de los fundamentalismos. Hay quienes se pasan al extremo contrario y menosprecian lo propio seducidos por la fragancia de lo extraño. Entre ambos extremos están los que comprenden el carácter relativo de su modo de entender la vida y las cosas y se hacen permeables a otras culturas y pensamien¬to, sin por ello perder su identidad.
La parábola del buen samaritano –que primero se ocupa del herido y luego continúa con sus asuntos– es una propuesta de equilibrio para nuestro mundo. Ni asaltar al otro, ni ignorarlo, sino acercarse a él porque en el encuentro está el enriquecimiento mutuo.
Lucas nos habla de un letrado que se dirige a Jesús "para ponerlo a prueba". Por eso Él contesta con otra pregunta y le remite a la Ley que conoce tan bien. El letrado contesta correctamente lo que está escrito en ella y ante la exhortación de Jesús a practicar lo que sabe, "queriendo aparecer como justo", pregunta de nuevo: ¿y quién es mi prójimo?
En aquel entonces, para un israelita piadoso, prójimo era el de su raza y fe. Para nosotros, que seguimos a Jesús y sabemos que entre los hijos de Dios no hay judío ni gentil, esclavo ni libre, hombre ni mujer, la pregunta carece de sentido y la figura del prójimo se perfila con toda claridad ante nuestros ojos: todos los demás son nuestros prójimos. ¿No es verdad?
Jesús contesta al letrado con una parábola sugerente y expresiva en que aparecen varios personajes cuidadosamente seleccionados con toda intención. El primero es un hombre que sigue una ruta conocida y sufre la brutal agresión de unos bandidos sin escrúpulos. En medio del camino le abandonan a su suerte,que solo puede ser la muerte, si no aparece antes quien le pueda socorrer.
Conocí a un religioso que, explicando este pasaje, decía que el sacerdote y el levita que pasaron por ahí venían de una convención sobre los derechos humanos. Esta interpretación es fiel a la intención de Jesús, tejida de ironía, paradoja y audacia, al escoger dos personajes caracterizados por su relación estrecha con el culto divino y su conocimiento de la Ley de Dios. Ambos tienen la misma reacción al pasar junto al moribundo: dan un rodeo y pasan de largo. Cumplen así la Ley que prohíbe tocar un cadáver y dan por muerto al que todavía no lo está, salvan su conciencia (además nadie les ve) pero no han sentido lástima.
Para socorrer al moribundo Jesús escoge al personaje más sorprendente: un despreciable y despreciado samaritano, alguien que no pertenece al pueblo elegido y es pagano. Jesús se detiene en los gestos del que conocemos como buen samaritano y apunta, de entrada, que "le dio lástima". Después le atendió sin reparar en medios, con entrega, generosidad y dedicación. Cuando hace por él todo lo que está en su mano lo deja al cuidado de un posadero y aún se compromete a volver a verle.
El letrado es certero en definir al prójimo del herido de la parábola: es el que practicó la misericordia con él. Nosotros hemos aprendido que todo herido en nuestro camino es prójimo y qué misericordia practicar con él: dejarnos llevar por la compasión, acercarnos y lavar, ungir y vendar heridas, poner a su disposición todo lo que somos y tenemos para su bien.
Otras veces somos nosotros ese herido abandonado en el camino, ignorado por otros caminantes, y experimentamos el socorro amoroso y compasivo de Jesús, el Buen Samaritano, que nos devuelve la vida y la salud. Y después de lavar y vendar nuestras heridas, de velar por nuestra recuperación, nos dice: anda, haz tú lo mismo.
El Evangelio de hoy es un aldabonazo para nuestra conciencia acomodada a la rutina y a la molicie.
Quisiera resaltar la frase del versículo 36, ¿Cuál de estos tres se hizo prójimo del que cayó en manos de los bandidos?
Muchos creemos que nuestro prójimo es el próximo, el que tenemos más cerca, el que nos roza cada día, el familiar, el vecino, el compañero de trabajo, ese que está cerca de nosotros.
Resulta que Jesús nos dice que no, que esos serán los próximos, pero los prójimos somos nosotros, nosotros que tenemos que ir al necesitado, abandonado, sediento, hambriento, enfermo, encarcelado, los que están en la calle, los que no tienen agua ni luz en sus casas, los que no pueden pagar alquiler ni comprarle libros a sus hijos, los que no pueden pagar las hipotecas y estarán en la calle.
Los prójimos somos nosotros que tenemos que tener misericordia, compasión, acompañamiento, entrega, acogida y ayuda en las mil y una formas que podamos, pero de lo que no hay duda es QUE TENEMOS QUE IR: ”se conmovió, se acercó a él, le vendó las heridas, lo montó en su cabalgadura y lo llevó a la posada”.
Con cuantos hermanos necesitados nos encontramos cada día, ¿nos acordamos de dirigirle la palabra?, ¿le preguntamos si han comido? ¿dónde duermen? ¿si tienen algo para calzarse o vestir? ¿y su familia?
Pasamos por delante de inmigrantes y cuando acuden a nosotros, sea a pie o vayamos en coche, levantamos la mano en señal de que no queremos nada y seguimos adelante ¿nos hemos preguntado qué pensaríamos nosotros si ese mismo gesto de indiferencia nos lo hicieran a nosotros?
¿Cuál DE ESTOS TRES SE HIZO PROJIMO? He ahí nuestra tarea.
Publicar un comentario