CUARESMA-04-A

domingo, 23 de marzo de 2014
30 MARZO 2014
4º DOM-CUARESMA

JUAN 9,1-41. EL CIEGO DE NACIMIENTO

2 comentarios:

Paco Echevarría at: 23 marzo, 2014 08:08 dijo...

DE CIEGOS Y CEGUERAS (Jn 9,1-41)

El relato del ciego de nacimiento nos ofrece la oportunidad de reflexionar, una vez más, sobre las cegueras que padecemos los humanos. La primera es la de los discípulos de Jesús: ven la realidad a través de prejuicios, la interpretan a partir de presupuestos equivocados. Al ver la desgracia ajena, se preguntan qué pecado la ha ocasionado. Es como si el sufrimiento y el infortunio fuera siempre un castigo. Dado que Dios es justo, la responsabilidad tiene que ser necesariamente humana. Jesús rechaza ese planteamiento y viene a decir que no se puede salvar el honor de Dios a costa del honor del hombre. La desgracia es consecuencia de la limitación humana y, si se mira con ojos de fe, puede verse en él una ocasión de misericordia.

Luego está la ceguera del ciego: está atrapado en sus propias tinieblas interiores. Es la ceguera de la víctima y consiste en que se le impone algún tipo de mal o de maldad y se le impide ver la realidad con objetividad. En estos casos es necesaria una ayuda adecuada que arranque la venda de los ojos, cosa que no es posible sin comprometerse, sin mancharse los dedos de barro.

La tercera ceguera es la de los fariseos. Es la más terrible porque quien la padece no es consciente de ella. Son videntes ciegos que niegan la realidad cuando las cosas no se adecuan a su mentalidad o a sus intereses. Si se encuentran con el milagro, buscarán un diablo al que atribuírselo con tal de no revisar sus planteamientos. Y es que la ceguera de la mente es muy difícil de reconocer y de curar. Y lo que es peor: para justificarse ante sí mismos pretenden imponerla a los demás. Es la postura del fanático que siempre trasluce una radical inseguridad. Los hombres verdaderamente convencidos proponen su pensamiento, mientras que los que dudan de sus propias convicciones tratan de imponerlo. Por eso es tan descorazonadora la figura de un hombre insultando, despreciando o atacando a quien piensa, siente o vive de otra manera.

La cuarta ceguera es la de los familiares. No quieren complicaciones y, por eso, ante la evidencia evitan tomar postura. Es la ceguera que brota del miedo e impide el compromiso. Para estos ciegos vale más la propia seguridad y los propios intereses que la verdad por muy clara que ésta sea. Prefieren vivir instalados en su mediocridad ignorando que sólo la verdad libera del miedo.

Frente a estas cuatro cegueras está la luz que viene de lo alto y disipa las tinieblas que bloquean al hombre. Como el agua de la samaritana, esa luz se instala en el interior y da brillo a todo el ser. No pierdo la esperanza de que pronto amanezca un mundo libre de cegueras, con hombres de mente abierta, tolerante y respetuosa, donde las diferencias sean riqueza y no peligro y la diversidad, el único modo de ver la realidad completa.

Juan Antonio at: 26 marzo, 2014 19:53 dijo...

El relato evangélico de esta semana está lleno de una belleza interior que nos deja su interpelación, como todo el Evangelio, pero ésta de una forma especial, al menos en el contexto de la Cuaresma que estamos viviendo.
De nuevo contemplamos, como la semana pasada, un encuentro de Jesús, mejor dos encuentros de Jesús con los necesitados, los excluidos, los que necesitan la sanación del cuerpo y a la vez del alma y en estos encuentros, se produce la una y la otra: Jesús no deja las cosas a medio hacer, nos salva y nos restaura nuestra dignidad perdida, como este enfermo de ceguera que le hacía estar excluido de la sociedad.
En el primer encuentro, Jesús que va de camino, al pasar vio a un ciego, no se da nombre, ni de él ni de los padres, que luego entrarán en escena, costumbre del evangelista Juan, que sin embargo para los tiempos y las horas es preciso
Vio al ciego y se acerca y con independencia de la discusión que entablan los discípulos sobre la causa de la ceguera, que Jesús deja zanjada, se acerca al ciego, es al contrario de otras curaciones, aquí Jesús “va al ciego”, como la semana pasada fue a la samaritana, va al encuentro, como sale a nuestro encuentro cada día, en cada momento, en cada circunstancia, pues Dios, como nos dice el salmo 138, nos rodea por delante, por detrás, y me esconda donde me esconda, allí esta Dios con nosotros.
Nos pide muy pocas cosas, con el ciego que se lavara, con nosotros que hagamos la voluntad del Padre, esto es hacer el bien en cada momento, con nuestra familia, nuestros amigos, en una palabra con los próximos, hasta con los enemigos: para encontrarnos con Él solo tenemos que dejarnos llevar por lo que nos diga a través de los signos de los tiempos, de los aconteceres de cada momento, déjate llevar, ama y haz el bien, con Él hizo, “pasó haciendo el bien”
Luego viene la diatriba de los fariseos, los diálogos con el curado, la expulsión del templo y Jesús que se entera, lo busca, segundo encuentro, segunda curación, estaba expulsado y Jesús lo acoge con el dialogo que tiene con el ciego, ¿crees en el Mesías?, y Jesús que siempre había ocultado su condición, como a la samaritana, como a los sencillos, se la revela y ese hombre restaurado en su salud, lo adora postrándose a sus pies como Mesías, ha encontrado la salvación.
Hay que destacar un punto crucial en el relato, el ciego creyó en Jesús, se fio de Jesús cuando le dijo que fuera a lavarse a la piscina y el ciego sin preguntar, discutir, sin cuestionarse nada de lo que estaba pasando, va, se lava y queda curado: la confianza, esa confianza de la que S. Pablo nos habla en la 2ª carta a Timoteo (1,12), “Sé de quién me he fiado” que puede interpelarnos a nosotros hasta donde llega nuestra fe en Jesús, hasta donde nuestra cercanía con Él, hasta donde nuestra confianza, ¿le vemos en los excluidos como el ciego, los necesitados, los desarrapados de la vida,….?
Para encontrarnos con Jesús que sale a nuestro encuentro, solo tenemos que abrir nuestro corazón, abandonarnos, como el ciego, dejémonos embarrar, llenar de la gracia de Dios que nos abre los brazos y abierto los tuvo en la cruz, para ti y para mi, para seguir abrazándonos en nuestro torpe caminar.
Fiémonos del Señor, como nos dice el salmo, “aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, Tú vas conmigo”