10 AGOSTO 2014
DOMINGO 19-A
Mt 14,22-33. Mándame ir hacia ti andando sobre el agua.
Estas hojillas, que podéis bajaros, nacieron en la Parroquia de San Pablo (Fuentepiña, barriada obrera de Huelva) y la siguen varios grupos desde hace años en su reflexión semanal. Queremos ofrecerlas desde la sencillez y el compromiso de seguir a Jesús de Nazaret.
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CAMINAR SOBRE LAS AGUAS (Mt 14,22-33)
No cabe hacer una lectura del pasaje evangélico que hoy leemos quedándonos en lo maravilloso o extraordinario de lo que se narra: Jesús, en medio de la noche y con un viento amenazador, camina sobre las aguas e invita a Pedro a hacer lo mismo. El evangelio no es el relato de las epopeyas de un héroe, sino anuncio, buena noticia. Si no fuera así, Mateo habría ignorado el hecho.
Para comprender el alcance del mismo hay que observar los detalles que el evangelista suministra al lector: están en medio del mar, las aguas están revueltas, tienen el viento en contra y es de noche. Agua, viento y tinieblas son los elementos que definen el caos. Se trata del peligro supremo, de la gran prueba. Mateo piensa en una Iglesia que sufre la persecución cuando su Señor está ausente. En ese momento, él aparece caminando sobre el caos, sobre las aguas. El mar no le puede engullir porque él pertenece a otro mundo, a otra realidad. Cuando le ven, aumenta su temor porque a la situación se añade una amenaza sobrenatural -creen que es un fantasma-. Las palabras de Jesús son palabras de consuelo y estímulo: “¡Ánimo! ¡No temáis: soy yo!”. Cuando llega la prueba, la Iglesia -los creyentes- ha de saber oír y ver a su señor en medio del caos que le envuelve o estará perdida.
En la segunda parte del relato, Pedro interviene con la osadía que le caracterizaba, sólo que esta vez muestra la confianza de la Iglesia en la palabra de su Señor. Apoyado en ella, caminó como Jesús sobre la tormenta, pero el miedo le hizo dudar y empezó a hundirse. Jesús lo agarró con fuerza poniendo así remedio a su cobardía. El evangelista está exponiendo las etapas de un proceso espiritual: cuando, en medio de la tentación y la prueba, se descubre a Jesús, el corazón siente la necesidad profunda de acercarse a él y, con él, compartir el triunfo sobre el caos y la muerte. Eso es posible, pero el riesgo sigue presente y el miedo es mal consejero. En esos momentos no se puede dudar. La verdadera prueba de la fe no ocurre cuando estamos sumidos en el peligro, sino cuando estamos saliendo de él, pues es en ese momento cuando uno duda de que sea verdad lo que está ocurriendo. Voces -interiores y exteriores- se alzan contra la convicción de aquellos que tienen la osadía de caminar sobre las aguas fiándose de la palabra de Jesús.
El final del relato es una confesión de fe de todo el grupo, no sólo de Pedro. Lo que han visto y lo que han vivido les ha confirmado en la opción hecha. Aquel a quien siguen no es una ilusión, una creación de sus deseos insatisfechos ni el símbolo de sus ilusiones, sino el Hijo de Dios, capaz de caminar sobre las aguas y hacer que sus seguidores caminen con él. Como decíamos al principio, no se trata del relato de un prodigio para despertar admiración, sino de una invitación a creer en medio de la oscuridad.
En el Evangelio de esta semana no sólo contemplamos el hecho extraordinario de Jesús sobre las aguas y Pedro también, sino que el pasaje encierra mucho más interrogantes y ello desde el inicio.
Así Jesús apremia a sus discípulos que se adelanten en barca a la otra orilla y El ¿cómo pensaba ir a la otra orilla?, andando, distancia larga según la introducción de la hoja, o ya anticipaba el hecho milagroso de un desplazamiento maravilloso?
Otro punto es la oración: “después de despedir a la gente subió al monte a solas a orar” : Jesús nos está enseñando que la oración es fundamental, es algo importante en la vida del seguidor de Jesús, pues así como Él tenía necesidad de esa comunicación con el Padre o de esa contemplación, como la santa de Ávila decía “estaba me yo allí con El”, es decir en presencia de Dios sin hacer ni decir cosa alguna, en una comunicación de gestos, podíamos decir, es la comunicación intima de la contemplación, difícil, para los que estamos acostumbrados a una oración de decir, de hablar, de mucho pedir, cosas que están bien, pero tenemos que dejar el corazón abierto y luego amar actuando.
Un punto de coincidencia en este pasaje, es que tanto Jesús como Pedro andaban sobre las aguas, Jesús nos está dando unas condiciones de igualdad, de ser como El, de ser su imagen, como nos decía Pablo hace dos semanas, pero para ello tenemos que tener esa confianza grande, esa fe, esa entrega total, infinita, pues es el único reproche a Pedro, ¿por qué has dudado? ¡qué poca fe!
La fe que se nos dio en el bautismo, la fe que debemos cuidar, la fe que debemos formar con el conocimiento de Dios en ese rostro que Jesús nos dio en los Evangelios, y si desde pequeño se nos enseñó en esta fe con las palabras, oraciones propias de la edad, con el crecimiento debemos ir haciendo más sería nuestra formación, para que lleguemos a una aceptación de Dios plenamente como acto humano, en los encuentros que cada día nos ofrece Dios y que nuestra ceguera y preocupaciones no nos dejan ver.
Cuantas veces lo dicen los Evangelios, “si tuvierais fe como un grano de mostaza.......moveríais montaña” y no nos lo hemos creído aun, no lo hemos asimilado, sencillamente porque no tenemos esa poca fe que nos pide Jesús, no tenemos esa atención, como Elías, al paso del Señor y lo esperamos en tantas cosas y olvidamos las cosas sencillas, las personas sencillas, los hechos sencillos, nuestra vida del día a día, monótona y quizás gris para algunos, pero no para Dios.
No dudemos de que el Señor, como nos dice el salmista “nos dará la lluvia y nuestra tierra (nosotros) daremos su fruto”
Hoy tendríamos que pedir, Señor creo, pero aumenta mi fe
María, Madre de todos los hombres, ayúdanos a decir AMEN
En el bellísimo relato del libro de los Reyes se nos cuenta cómo descubrió Elías al Señor en una brisa suave, apenas un susurro. Dios no estaba en el viento huracanado, ni en el terremoto, ni en el fuego.
El evangelio nos muestra que Jesús puede hacerse presente en medio de la tempestad. De madrugada, cuando aún domina la oscuridad que pinta fantasmas a nuestro alrededor; con viento contrario que zarandea nuestra barca sin piedad. Cuando todo parece perdido y estamos a punto de zozobrar, Jesús está ahí.
Qué difícil es reconocerle entonces, por eso dice: ánimo, soy yo, no tengáis miedo. Porque si alguien domina la oscuridad, el viento contrario y la furia del oleaje, es Él. Con Él a bordo renacen la calma y la paz, los vientos se aplacan, el día levanta y la tormenta escampa.
No son las olas ni la fuerza del viento lo que nos impide andar sobre las aguas revueltas. Es el miedo, que paraliza y nubla la vista, es la falta de confianza lo que nos hunde en el abismo y nos pone a merced de los elementos.
También Elías, el gran profeta de Yavé, el defensor a ultranza de su gloria, que se ufanaba de vivir en su presencia, después de degollar a un montón de falsos profetas de Baal, sintió pavor ante las amenazas de una mujer, Jezabel, y emprendió la huida.
Cuando nos descentramos de nosotros mismos y dejamos de creernos el ombligo del mundo; cuando dejamos de confiar sólo en nuestras propias fuerzas, podemos descubrir a Dios en medio de una suave brisa, o en medio de la tempestad y la confusión. Jesús mismo extiende su mano para agarrar fuerte la nuestra, vacilante, y nos deja seguros en tierra firme.
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