DOM-2ºC

lunes, 11 de enero de 2016
17 ENERO 2016

2º DOM-C

3 comentarios:

Paco Echevarría at: 11 enero, 2016 20:16 dijo...

EL ESPÍRITU Y LA LEY (Jn 2,1-12)

Siete son los milagros que narra Juan en su evangelio, siete signos que ilustran la obra del mesías. El primero de ellos ocurrió en una boda y consistió en convertir el agua en vino. Pobre sería nuestra comprensión del relato si todo se redujera a ver a Jesús como alguien que remedia la imprevisión de unos novios. El evangelista advierte que es un signo. Por tanto, sólo comprendiendo su significado podemos alcanzar su valor.

Se trata de una boda. El matrimonio fue uno de los símbolos preferidos por los profetas para hablar de las relaciones de Dios con su pueblo. Pablo recurre a él para hablar de las relaciones de Cristo con la Iglesia. Allí está la madre de Jesús, a la que él llama mujer, como a la samaritana y a la Magdalena tras la resurrección. Las tres representan al pueblo de Dios -a la esposa- en tres situaciones diferentes: María es el pueblo fiel que hace posible la venida del mesías y le urge a cumplir su misión sin tardanza; la samaritana es el pueblo infiel, idólatra; la Magdalena representa al nuevo pueblo, al que nace de la resurrección. Se acaba el vino -símbolo del amor en el Cantar de los Cantares-, pero sobra el agua de las purificaciones. El Mesías dice que aún no ha llegado el momento, pero el resto fiel no puede esperar más. Son seis las tinajas -no siete, que indicaría plenitud, sino seis, es decir, imperfección-. Son de piedra -cosa rara en una casa normal-, como las tablas de la Ley entregadas a Moisés. El mayordomo reconoce que, en contra de la lógica y de la costumbre, lo mejor se ha dejado parta el final.

Desde estas claves podemos entender mejor el texto de Juan. No habla él de vino y fiesta, sino de algo más profundo. La antigua alianza -centrada en el cumplimiento de la Ley, incompleta, porque sólo purifica como el agua: por fuera-, gracias al Mesías, es sustituida por la nueva -que transforma al hombre interiormente y le da una vida nueva, centrada en el amor. Son dos modos de entender la religión y la vida misma: uno centrado en el cumplimiento de la ley -que hace al hombre merecedor de premios y castigos-; otro centrado en el amor que le hace hijo de Dios y hermano de los hombres. El primero pone la fuerza del ser humano en algo exterior y, a la larga -como les ocurrió a los fariseos-, endurece el corazón; el segundo recibe su energía de algo interior y hace el corazón más humano. La sociedad -y también la Iglesia- tiene que preguntarse si es una suerte vivir en el mundo como un ser humano o, por el contrario, constituye una desgracia. Jesús de Nazaret cambió el agua en vino, abrió una nueva senda a la humanidad y es triste ver que, cuando estamos estrenando el tercer milenio de su presencia, muchos sigan creyendo que el camino de la ley es mejor que el del amor. El hombre nuevo y el nuevo orden sólo verán la luz si recuperamos nuestro verdadero centro, que está en el interior de nosotros mismos. La luz que viene de fuera es probable que nos ciegue. Sólo ilumina la que irradia desde el corazón.

Francisco Echevarría

Maite at: 12 enero, 2016 21:15 dijo...

Con María pedimos a Jesús el vino bueno, el vino del amor y la misericordia, y el fin de las tinajas viejas con agua estancada que ya no purifica, ni limpia, ni da vida.

Pedimos ser signo, allí donde estamos, del amor de Dios por todos; de su justicia y salvación, de su ternura. Y vivir el asombro de quienes experimentan cada día las maravillas de Dios.

Pedimos el vino de la diversidad en el servicio que nos lleva a formar comunidades de fe fraternas y solidarias, donde cada uno es un don para los demás.

Y escuchamos a María, que nos pide hacer lo que él diga, para que todo el vino bueno se derrame por doquier y demos testimonio del gozo y la alegría de haber sido liberados por Jesús.

juan antonio at: 15 enero, 2016 19:16 dijo...

El Evangelio de esta semana, la presencia de Jesús, su madre y sus discípulos en una boda, nos da pie para hablar del matrimonio, prioridad hoy en la Iglesia, que ha dedicado dos Sínodos, y estamos pendientes de la Exhortación Apostólica que el Papa Francisco dé recogiendo la doctrina de los mismos.
Se le está dando mucha importancia al matrimonio, a la familia, a qué es una familia, un matrimonio, se ha hablado mucho de los divorciados vueltos a casar y los sacramentos, de los procedimientos matrimoniales, es decir que el matrimonio está en el candelero, podíamos decir que está de moda, entre comillas, ya se entiende.
Todos esperan la Exhortación del Papa con gran expectación y de ellas se está haciendo depender Directorios, Temario, y un sinfín de actividades pastorales que debe de ir en consonancia con lo debatido en los Sínodos y en lo que nos diga el Papa.
Pero mientras tanto, las personas se casan y se casan por la Iglesia y mi preocupación, no solo es la celebración del matrimonio por o en la Iglesia, sino con que preparación van, qué formación se lleva, pues el Directorio de la Conferencia Episcopal habla de la preparación remota, próxima y la inmediata que son los Cursillos Prematrimoniales que en muchos casos se reducen a dos días o menos, para un sacramento que nos une para toda la vida, sino no concurren causas que lo invaliden.
Me preocupa esta exigua preparación, me preocupa la diversidad de forma, temario y tiempo que las parroquias deciden libremente.
La riqueza del matrimonio cristiano merece un tiempo más pausado, para una formación de lo que de verdad el Sacramento ofrece a los contrayentes y todo ello con una exposición clara, valiente, sin temores, al contrario, con la alegría de que se va a realizar el proyecto soñado.
Todo ello sin olvidar un posterior acompañamiento, un estar y darse para solventar los claroscuros que se presentan en la vida, nos quedaremos sin vino y necesitamos esa ayuda de María y esa cercanía de Jesús.
Pienso que la misericordia del Señor nos acompañará siempre y su perdón y el perdón de los cónyuges entre sí, por el amor, harán posible una permanente convivencia.
María, Madre del Amor Hermoso, ruega por nosotros, AMEN