15 ABRIL 2018
3º PASCUA-B
Estas hojillas, que podéis bajaros, nacieron en la Parroquia de San Pablo (Fuentepiña, barriada obrera de Huelva) y la siguen varios grupos desde hace años en su reflexión semanal. Queremos ofrecerlas desde la sencillez y el compromiso de seguir a Jesús de Nazaret.
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EL PESO DE LA DUDA (Lc 24,35-48)
Según el testimonio de san Lucas, cuando Jesús se apareció a los suyos, les recriminó que, a pesar de los testimonios que habían oído, siguieran dudando. La verdad es que sorprendería lo contrario, porque no se topa uno todos los días con hechos inexplicables. La duda es la reacción del desconcierto producido por el desajuste entre la realidad y la lógica. No importa que esa realidad sea -como en su caso- una buena noticia, un hecho esperanzador. Y es que, en nosotros, pesa mucho la convicción de que las cosas tienen que ser como esperamos que sean y, si no es así, las descalificamos o las negamos. Es como decir: si no lo entiendo, no existe.
Pero, siendo la duda algo lógico, no tiene por qué ser un obstáculo en la búsqueda de la verdad. Más aún, creo que sólo el que duda está en el camino que lleva a su santuario. La historia está empedrada de los desastres a los que lleva el fanatismo de los que no albergan la más mínima duda en su interior. Por eso podemos decir: ¡Dichosos los que dudan porque ellos alcanzarán la verdad!
El problema se plantea cuando la duda baja de la mente al corazón, es decir, cuando deja de ser una postura mental, presupuesto necesario de la búsqueda, y se convierte en una actitud existencial. En este caso surge o el rechazo irracional, sin fundamento -el “nomegusta”-, o el escepticismo frío y distanciante que lo menosprecia todo acríticamente -el “sontonterías”-. En ambos casos se detiene el proceso. Como decían los latinos, la virtud está en el punto medio, es decir, en el equilibrio: ni creerlo todo sin análisis ni discernimiento -nos podrían tachar de cretinos-, ni negar todo lo que no se ajusta a nuestros modelos de pensamiento -porque nos tacharían de obcecados-.
En el mundo religioso la duda puede ser una incomodidad necesaria que nos evita lo primero o un lastre que nos lleva a lo segundo. Y, ni lo uno ni lo otro. Creer no significa aceptar lo absurdo como si la intensidad de la fe fuera directamente proporcional a la irracionalidad; tampoco consiste en aferrarse a un modo de ver las cosas sin admitir el diálogo o la reflexión sobre los retos que cada época ofrece como si la fe fuera más grande cuanto mayor sea la intransigencia.
Y lo mismo cabe decir en otras áreas de la vida. El equilibrio humano se alcanza cuando se mira a la derecha para corregir los errores de la izquierda y se mira a la izquierda para corregir lo errores de la derecha. Mirar sólo a la derecha satanizando todo lo de la izquierda o lo contrario es fanatismo, intransigencia, obcecación y pérdida del sentido de la realidad que, tarde o temprano, conduce a la radicalización y el hundimiento.
Jesús sabía de esto porque tenía un espíritu abierto y, por eso, podía mantener una conversación y hasta dejarse invitar por sus adversarios religiosos. Sólo teme a la duda el que teme a la verdad y sólo se muestra excesivamente seguro el que oculta su inseguridad.
Francisco Echevarría
PAZ, PAZ, PAZ A VOSTROS
Jesús nació en un periodo en que no hubo guerras en el mundo, nació en la paz de Augusto, que según los entendidos duró un periodo de unos veinte a veinte y cinco años y nada más, esto tomarlo como dicho por un profano en historia y según dicen, pero así lo escuché una vez, pues no podía ser de otra manera, al ser Jesucristo el Príncipe de la Paz, como lo anuncia Isaias 9,5.
Quitado ese periodo, el mundo no ha conocido más que guerras y más guerras, unas por unos motivos y otras hasta por motivos religiosos y nos basta ver hoy como se pone a Dios como excusa para una guerra, como excusa para el terrorismo, como excusa para dejar sin libertad a las personas, nos matamos e imploramos a nuestro Dios, ¿no parece una barbaridad?
Hay unos dichos de Jesús que siempre me han llamado la atención, en la ultima cena pidió que fuéramos uno; en la comida en que le ungieron los pies nos dijo que a los pobres siempre lo tendríamos con nosotros y cuando resucitó nos deseó la paz, siempre.
En el Evangelio de la semana pasada hasta tres veces dio la paz a los apóstoles y el de esta semana, continuación de la aparición a los discípulos de Emaus, empieza deseándoles la paz, “paz a vosotros”.
Me pregunto si hemos fracasado en esos dichos que he citado, la unidad, la erradicación de la pobreza y la paz o es que Jesucristo nos conocía bastante bien para saber que esos puntos serían conflictivos por nuestra resistencia en virtud de nuestra libertad, y los tres tienen en común el egoísmo y la libertad, el primero producto de nuestra debilidad y la segunda don de Dios al hombre, como podemos contemplar en el salmo número ocho.
Pero ¿qué es la paz? En una primera aproximación diríamos que es la ausencia de guerras, de conflictos, de muerte, Pero el significado más profundo y más fundamental de la paz, es "la armonía espiritual producida por una restauración de una persona con Dios", en definitiva por la conversión de cada uno por el encuentro con el Resucitado y este encuentro no se puede callar, no se puede tener escondido, tenemos que darlo conocer a todos, siendo testigos de Cristo y éste Resucitado, presente en nuestra vida y en la vida de todos los que nos rodean y quizás no vean y necesitan de un acompañante, como los de Emaus, que les explique las escrituras y le lleve a la fracción del pan.
Reina del Cielo, ¡Alegrate! ¡Aleluya! Y danos como a los discípulos de tu Hijo, la alegría de vivir la Resurrección y la vida, AMEN
Los discípulos que han visto a Jesús resucitado se buscan unos a otros para contar lo que les ha pasado y cómo han reconocido al Señor. No tienen explicaciones, ni razones convincentes, ni una sabiduría fruto del estudio o la reflexión. Tienen experiencia de un encuentro personal que ha hecho arder sus corazones y ha removido sus entrañas, que los ha llenado de paz y alegría, que ha transformado sus vidas para siempre. A partir de ahora son testigos. Creen que Jesús vive.
Para ellos fue más difícil que para nosotros, que hemos crecido en la fe con esa convicción. Ellos vieron a Jesús colgar de un madero, y según su Ley era un maldito.
Nosotros, que hemos heredado tantos conocimientos, hemos perdido, tal vez, el fuego, la pasión del encuentro con la Vida que transforma, que renueva y llena de gozo y paz. Esa Vida que hace de nosotros testigos y apóstoles con hechos y palabras que arrastran y empujan, que atraen y motivan.
También hoy, como entonces, el Señor abre nuestro entendimiento para comprender las Escrituras y contemplar, en el Crucificado, al que está vivo para siempre.
Vamos a juntarnos en comunidad y a compartir nuestra fe, nuestra experiencia del Dios vivo, lo que él ha hecho en nosotros, cómo transforma nuestras vidas y cómo nos empuja a la misión. Porque no podemos callar lo que hemos visto.
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