23 JUNIO 2019
CORPUS-C
Estas hojillas, que podéis bajaros, nacieron en la Parroquia de San Pablo (Fuentepiña, barriada obrera de Huelva) y la siguen varios grupos desde hace años en su reflexión semanal. Queremos ofrecerlas desde la sencillez y el compromiso de seguir a Jesús de Nazaret.
Copyright © 2010 Escucha de la Palabra Design by Dzignine
Released by New Designer Finder
4 comentarios:
CUERPO Y SANGRE (Lc 9,11b-17)
Cuentan las Escrituras que Jesús, antes de subir al cielo, prometió su presencia hasta el fin de los tiempos. A partir de aquella hora sigue en medio de los hombres, pero los modos de su presencia han cambiado tanto que resulta difícil reconocerlo. Uno de esos modos es la Eucaristía. Cristo –la Palabra hecha carne– se hace alimento para completar así la unión iniciada en la Encarnación. No may manera mejor de expresar la unión y la transformación de aquello que se une.
Pero la revelación del misterio siempre es enseñanza y –en el caso de la Eucaristía– el milagro de los panes y los peces nos da la clave. Jesús de Nazaret, que ha alimentado el espíritu de la gente con su palabra, quiere ahora aligerar su cansancio y su debilidad con el pan. Alguien –cuyo nombre desconocemos– renuncia a lo suyo y, sin saber el alcance de su gesto, hace posible el milagro. Todos quedaron saciados y aún quedó para saciar a un pueblo –doce cestos, como doce tribus, fue lo que sobró–. El sentido del milagro es evidente: Dios –llevado por la compasión– multiplica la eficacia de la generosidad humana.
Tal vez sea por eso que celebremos el día de la caridad, el día de la exaltación del amor generoso, gratuito, desinteresado, del amor que da y no pide nada a cambio, como el sol, que da su luz sin que podamos darle nada por lo mucho que nos entrega. La Eucaristía es presencia misteriosa de Jesús en medio de su pueblo y, a la vez, profecía, voz de alerta que no cesa de recordar a los suyos que esa presencia es una invitación a amar del mismo modo que él amó –"como yo os he amado"–. Y, por si alguno no quería entender, lo dejó dicho de modo más abierto, con palabras que no se prestan a confusión ni equívocos: "Lo que hicisteis a uno de mis hermanos menores a mí me lo hicisteis".
El misterio de la Encarnación sigue presente: el Verbo se hizo primero hombre en Jesús de Nazaret para que pudiéramos escucharle; luego se hizo pan y vino en la Eucaristía para que pudiéramos ser uno con él; finalmente se ha hecho hombre en cada uno de sus hermanos más pequeños para que podamos amarle y servirle. Cuando dijo "Yo estaré con vosotros hasta el fin del mundo" se refería seguramente a esto y me da la impresión de que es más advertencia que consuelo.
En este día del Cuerpo y la Sangre de Cristo, debemos despertar las conciencias y ser capaces de ver –a través de la custodia levantada en alto– el sufrimiento humano con sus mil rostros. Adorar el misterio es adorar la presencia que contiene y esa presencia no puede desconectarse de la realidad humana que la sostiene.
Este Domingo celebramos la real presencia de Jesús en el Sacramento de la Eucaristía y, si no recuerdo mal, es la única procesión de la Iglesia y pido que me corrijan los entendidos.
Gracias al autor de la hoja por regalarnos ese contexto de González Faus, que no nos lleva más que a las fuentes, a los orígenes, tantas veces olvidados o manoseados por la rutina de no vivirlo en presente y de cuyo autor recuerdo un artículo publicado en esta festividad de hace unos años que levantó ampollas y en eso se quedó, porque nadie miró a los origines ni nadie se desprendió de tanto superfluo como derrochamos (en el culto y en lo que no lo es) y eso que lo avalaba el magisterio (S.R.S).
Pero mirando a las lecturas y a las enseñanzas que se nos ofrece, en esta festividad no tenemos más remedio que ser pan partido y compartido, tenemos que ofrecer nuestro pobre servicio para darnos a los demás en la palabra y en la acción que pueden ser muy simple una y otra, solamente hablar de lo que sabemos y hacemos y saber estar al lado del que sin decirte nada está necesitándote “no tenemos más que dos panes y cinco peces”, es decir ofrece tu totalidad, tu nada y junto a la nada de otros, haremos un montón de algo, eso es dar y compartir.
Vuelve a los orígenes, vuelve a partir y compartir y después pasea al Señor por la vida con tu vida, con mi vida, con mi amor y si no es así, es que no he entendido nada, como nos dice una sevillana sobre los que buscan solo la farándula en el Romería del Roció, “”…usted ha visto la fiesta, pero no ha vivido el Rocío”” , no ha vivido el encuentro con la Madre ni con el Hijo, es decir, te has quedado vacío.
Que en esta festividad vivamos la realidad de Jesús vivo y presente en su memorial, el Santísimo Sacramento, en su Palabra y en los hermanos, sobre todo en los más débiles y toma fuerzas ante el Sagrario, en el silencio de tu corazón, solo, Él y tú, tú y Él y como siempre la Madre, que no habló más que para exponer una necesidad.
Santa María Madre de Dios y Madre nuestra, ayúdanos a decir AMEN
Estoy de acuerdo con Juan Antonio en su agradecimiento y valoración del contexto que Juan nos propone en la hojilla con motivo de la solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo. Gracias, Juan. Nada mejor que un viaje al origen para celebrar con autenticidad, como Dios quiere, algo tan importante para nuestro camino cristiano.
Más aún que adorar el Santísimo Sacramento creo que es grato a Dios dejarnos configurar con su Hijo que se entrega por nosotros. O reconocer su rostro en el de los hermanos menos atractivos. Vivir con criterios y sentimientos como los de Jesús, fieles a su enseñanza y gestos a favor de todos y de todo lo que significa vida, esperanza, gracia y luz, fuerza y dignidad de hijos de Dios.
Claro que nos gusta en este día que la custodia recorra las calles de nuestros pueblos y ciudades entre el fervor de la gente, pero sin olvidar que no sirve de nada si no pasamos después, entre los nuestros, haciendo el bien, sirviendo y entregando la vida por ellos, perdonando y acompañando procesos de reconciliación; derramando, a nuestro paso por la vida, cariño, alegría, compasión y misericordia, que reflejen lo que nosotros recibimos, a diario y a manos llenas, de nuestro Padre.
¿Quieres celebrar y honrar a Jesús sacramentado? Hazle compañía en el sagrario y, sobre todo, entrega tu cuerpo y tu sangre, a chorros o gota a gota, por los demás, los que te quieren y los que no. Derrocha ternura y delicadeza en tu trato con quienes te relacionas y no hieras ni humilles jamás a nadie, sea cual sea su credo o ideología. Porque si no amas a tu prójimo, a quien ves, no podrás amar a Dios, a quien no ves. No honra ni celebra el Cuerpo y la Sangre de Cristo quien no le ve en el cuerpo y la sangre del que está a su lado en el camino de la vida.
Y sobre todo entra en la dinámica del compartir todo lo que tienes, poco o mucho, haciéndote uno de tantos, sin aires de perdonavidas o limosnero oficial, y sé permeable a las necesidades de todos. Que todas te afecten y te lleguen, y no te dejen descansar, hasta hacer lo posible y lo imposible por poner todo de tu parte para ser parte en la felicidad de quienes lo necesitan.
El Amor es lo único que se multiplica cuando se reparte.
Este Domingo celebramos el Cuerpo y la Sangre de Cristo y el Evangelio habla de la multiplicación de los panes y de los peces.
Cristo derramó su Sangre Preciosísima también por mí: un pobre pecador y no lo hizo una sola vez, lo hace en cada Consagración, se me da en cada Comunión.
¡¡¡ Dios mío ¡!! Yo no merezco que me quieras tanto.
Señor, te suplico con la cabeza baja y avergonzado que me muestres siempre el camino del corazón hacia mis hermanos y que me ayudes a ir a ellos a poner todo lo que tenga para que Tú lo bendigas y lo multipliques en su bien porque son muchas las necesidades que hay en el mundo.
Yo no merezco nada Señor; pero hay tanto sufrimiento, tanta soledad, tanta hambre de todo y principalmente de Ti…
Te miro abandonado en el Sagrario y se me rompe el alma.
¿Por qué soy así de desagradecido?
Publicar un comentario