14 JULIO 2019
DOM 15-C
Estas hojillas, que podéis bajaros, nacieron en la Parroquia de San Pablo (Fuentepiña, barriada obrera de Huelva) y la siguen varios grupos desde hace años en su reflexión semanal. Queremos ofrecerlas desde la sencillez y el compromiso de seguir a Jesús de Nazaret.
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ANTE EL PRÓJIMO CAÍDO (Lc 10,25-37)
Es frecuente que san Lucas ponga como ejemplo a personas ajenas al mundo judío. La parábola del buen samaritano es un ejemplo de ello. La ocasión es el examen al que someten a Jesús para comprobar la ortodoxia de su doctrina. El contexto es que, para el mundo judío, el concepto de prójimo era muy restringido. Estaba escrito que hay que amar al prójimo, pero no estaba claro quién es verdaderamente prójimo. Los pecadores, los paganos, los que desconocían la ley no eran considerados tales por los rabinos de la época.
La parábola del samaritano solidario explica el pensamiento de Jesús en términos muy precisos a la vez que da la vuelta a la cuestión: El rabino le pregunta ¿quién es mi prójimo? Y Jesús, tras la parábola, pregunta ¿quién se comportó como prójimo del herido? Es decir: ¿quién atendió la necesidad de aquel hombre? Porque el problema no es quién está cerca de mí, sino al lado de quién estoy yo. Eres prójimo del todo el que necesita tu ayuda. Por eso el evangelista dice un hombre –no un judío o un gentil– bajaba de Jerusalén. Lo que constituye a un hombre en prójimo de otro es la conciencia del otro y el conocimiento de su problema. No se puede encerrar la proximidad entre las vallas de la raza, del sexo, del grupo social, político o religioso, de la nación o cualquier otro prejuicio. Soy prójimo de todo ser humano –de cada ser humano– que me necesita.
El sacerdote y el levita –dos personajes vinculados a la religión– dieron un rodeo, se alejaron, para no tocar a un moribundo que, según las normas establecidas, era alguien impuro. Para ellos era más importante la observancia de las normas que la necesidad ajena. Era un sistema religioso que tergiversaba el sentido profundo de una religión que, en sus orígenes, había sido profundamente solidaria. El samaritano, por el contrario, muestra no ser un hombre muy religioso –habría hecho lo mismo que los anteriores–, pero aparece como un ser humano, es decir, con sentimientos humanos. Por eso no pasa de largo.
La parábola de Jesús es de gran actualidad hoy día y se muestra como un juicio de condenación para unos y de justificación para otros. Porque ocurre que vivimos en la aldea global, es decir, en un mundo en el que las distancias son nulas debido a los medios de comunicación y transporte. Esto, que podría significar espíritu abierto, a muchos les lleva a encerrarse en su mundo para defenderse de influencias extrañas. De ahí el auge de los nacionalismos y de los fundamentalismos. Hay quienes se pasan al extremo contrario y menosprecian lo propio seducidos por la fragancia de lo extraño. Entre ambos extremos están los que comprenden el carácter relativo de su modo de entender la vida y las cosas y se hacen permeables a otras culturas y pensamien¬to, sin por ello perder su identidad.
La parábola del buen samaritano –que primero se ocupa del herido y luego continúa con sus asuntos– es una propuesta de equilibrio para nuestro mundo. Ni asaltar al otro, ni ignorarlo, sino acercarse a él porque en el encuentro está el enriquecimiento mutuo.
Humildes buscad al Señor y revivirá vuestro corazón, nos dice el salmista, y las restantes lecturas nos pone en camino de esa búsqueda, haciendo el Camino de Jesús, imagen del Dios invisible como nos dice S. Pablo, y que nos lo hizo visible en los que por las debilidades y fragilidades de la vida, perdieron su dignidad, dignidad que Dios nos dio en la creación al hacernos a su imagen y semejanza.
En el Evangelio el “listo del jurista” como nos dice el autor de la Hoja, pone a prueba a Jesús y como “listo” da una respuesta correcta, pero no se queda conforme y pregunta ¿quién es mi prójimo?
Jesús narra la parábola del buen samaritano y le cambia el sentido de la pregunta del jurista al final de la misma, pues Jesús no le dice quien es el prójimo, sino pregunta cuál de los tres personajes se hizo prójimo del asaltado.
Cosa bastante diferente, pues según el jurista el asaltado también fue prójimo del sacerdote y del levita, pero Jesús va más allá, no es el que pasa, el que nos roza en el autobús, en el ascensor, en lugares públicos, no, sino que prójimo para Jesús son aquellos de los que yo me hago prójimo, y me hago prójimo dejando lo mío para atender lo suyo, me hago prójimo, tomándolo y asistiéndole, “se acerca, cura y venda las heridas, lo monta en su propia cabalgadura quedándose sin ella, lo lleva a la posada…y lo cuida ahora y a la vuelta.
¿Cuántas veces hemos leído esta parábola, cuantas veces hechos escuchado homilías sobre la misma, cuantas veces nos han hecho reflexionar sobre ella?, posiblemente cientos de veces, pero cuantas las hemos hecho carne de nuestra carne practicando la misericordia, poniendo a disposición de los débiles, frágiles y excluidos nuestra persona y bienes, en el tiempo y modo que podamos, personal y materialmente, y repetimos, Dios no nos pide cosas imposibles.
Sería conveniente, hiciéramos balance de nuestra misericordia al hacernos prójimo de los que nos necesitan.
Santa María, Madre de Dios y Madre mía, ayúdanos a decir AMEN
Imagina que eres un discípulo apasionado de Jesús, un auténtico fan suyo. Y alguien te pregunta qué quieres ser en la vida. Puede que la mejor respuesta sea esta: yo quiero ser samaritano. ¿Por qué? A lo mejor porque un buen día te encontraste tirado y herido al borde del camino, Jesús pasó por allí e hizo contigo el papel de buen samaritano. A lo mejor porque también, en muchos momentos de tu vida, la Iglesia, tu madre, ha sido una buena samaritana para ti (ese es mi deseo, y no que hayas encontrado en ella solamente al sacerdote y al levita de la parábola, o peor aún, a los bandidos)
Según el libro del Deuteronomio esto es bastante fácil: cumplir este mandamiento de ir y hacer tú lo mismo que el buen samaritano. Lo llevas en el corazón. Sí, esto de practicar la misericordia, ni excede las fuerzas ni es inalcanzable. Menos mal.
Nuestro salmista sí ha experimentado en carne propia el ser un pobre malherido, y parece que eso le ha hecho humilde, es decir conocedor de su propia pobreza e indigencia, de su necesidad de ayuda y salvación.
Si además interiorizas que Cristo Jesús, imagen de Dios invisible, es primogénito de toda criatura porque así lo dispuso Dios, su Padre, necesariamente lo verás en todos; y de modo especial en los más pequeños, pobres y heridos, en todos los caídos en las cunetas de la vida, en todos los golpeados y escarnecidos.
Ser un buen samaritano es un buen programa de vida. Una buena manera de dejársela por ahí curando heridas y recogiendo heridos. Para eso no necesitas grandes conocimientos ni cualidades, grandes medios e infraestructuras. Solo misericordia en las entrañas. Y si no tienes ni cabalgadura, ni denarios, ni aceite y vino siquiera, ni una posada cerca donde llevar al herido, tienes tus brazos y tus labios para abrazar y besar. Verás cómo curas.
En el Evangelio de este domingo es un hombre inteligente y formado quien pregunta a Cristo. Nuestra soberbia intelectual siempre pasa por alto ese detalle por miedo a vernos reflejados en el espejo y decimos que la parábola del buen samaritano es una enseñanza para las gentes sencillas, para que los tontos entiendan quién es el prójimo.
Una de las tentaciones favoritas del enemigo, por su eficacia letal, para quienes creemos tener algo de sal en la mollera y principalmente en el corazón, es ofrecernos la posibilidad de hacer una obra de caridad de segunda que desvíe nuestra atención y engañe nuestra conciencia con una excusa que nos haga despistar hasta el olvido la atención del problema importante.
La parábola del buen samaritano, se dice desde el principio, es para gente inteligente, para que no se engañe desviándose del camino: hay que coger el toro por los cuernos, hay que ponerse en primera línea de fuego y además hay que mirar el futuro con avidez de dar en la diana con auténtica puntería y previsión: ”toma estos dos denarios y si hace falta más, yo te los daré al regreso”. No basta con curar la herida y marcharse satisfecho por bien hecho porque el problema continúa y Jesús lo que nos dice es que nada está terminado hasta que todo está terminado
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