21 JULIO 2019
DOM 16-C
Estas hojillas, que podéis bajaros, nacieron en la Parroquia de San Pablo (Fuentepiña, barriada obrera de Huelva) y la siguen varios grupos desde hace años en su reflexión semanal. Queremos ofrecerlas desde la sencillez y el compromiso de seguir a Jesús de Nazaret.
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SERVIR Y ESCUCHAR (Lc 10,38-42)
La hospitalidad era un deber sagrado en la antigüedad. Así estaba escrito en la Biblia: “Cuando un emigrante se establezca con vosotros en vuestro país, no lo oprimiréis. Lo amarás como a ti mismo porque emigrantes fuisteis en Egipto” (Lv 19,33-34). El texto es antiguo, pero conserva toda su lozanía y es de plena actualidad. Nosotros fuimos en otro tiempo un pueblo de emigrantes. Hoy somos un pueblo que recibe emigrantes. Debido a ello empiezan a aparecer en algunas posturas o ideas que creíamos ajenas a nuestra cultura o pertenecientes a un tiempo ya pasado. Por desgracia, la hospitalidad, como tantos valores, ha caído y quedado reducida a un deber de cortesía que sólo obliga con los familiares más allegados y los amigos.
La estancia de Jesús en casa de Lázaro –al margen del sentido teológico del relato– es una lección de hospitalidad y de buenas maneras. Marta y María representan dos posturas ante el Maestro y dos actitudes ante el huésped –y el extranjero–: la escucha y el servicio.
Escuchar al huésped para conocer su mundo –el mundo del que viene y el mundo que encierra en su interior– es la primera característica de un buen anfitrión. En esa escucha atenta y abierta está el mejor medio para el enriquecimiento mutuo entre los individuos y los pueblos. El miedo, la desconfianza y el menosprecio constituyen su mayor impedimento. El complemento de la escucha es el servicio que no es sino la acogida activa, eficaz, comprometida. Lo contrario de la misma es el rechazo o el desinterés. Jesús defendió y predicó el valor de la hospitalidad y lo consideró un criterio para juzgar la rectitud de corazón humano: “Fuí extranjero y me recogisteis” (Mt 25,36).
Es sorprendente –aunque tiene su lógica– que, en unos aspectos, vayamos hacia la planetización de la vida y a la convergencia de intereses, mientras que, en otros, nos movemos, con paso apresurado, hacia el particularismo. Ahí está –por ejemplo– el proceso de unificación de Europa y el auge de los movimientos nacionalistas. Sociólogos y antropólogos tendrán que explicarnos por qué. El problema –según creo– es ver las cosas como oposición, porque esto lleva a la lucha y al enfrentamiento. La solución está en verlas como polos complementarios: sólo se puede construir la unidad desde la diversidad y el pluralismo. Sólo respetando las diferencias se puede construir un mundo solidario y unido. Lo contrario es totalitarismo.
Ante el fenómeno de la inmigración y el resurgir de los nacionalismos sería bueno aprender la lección que se nos da en casa de Marta y María. Necesitamos escucharnos tanto como ayudarnos. Si cada uno permanece encerrado en su castillo, con los cañones apuntando al castillo vecino, nunca viviremos en paz.
LA ACOGIDA
Este es el tema que nos trae a nuestra consideración y vida, la liturgia de esta semana.
Abrahán acoge a los enviados de Dios y Marta y María acoge a Jesús en su tienda y casa respectivamente.
Este deber sagrado del pueblo judío se lleva a cabo de forma diferente en los dos relatos, si bien en el de Abrahán es acogida con gusto el banquete que le preparan, en cambio Jesús, nada dice de la comida y sí del afán de Marta en la preparación, quizás olvidando un poco a Jesús, me atrevo a decir un poco, pues el banquete a fin y al cabo era para él, si bien Jesús le reprocha sus muchas cosas.
Sin embargo, podemos encontrar tres elementos comunes, la espontaneidad, la gratuidad y la acogida del otro.
La espontaneidad es visibles en los dos relatos, pues tanto Sara como Marta se disponen de inmediato en la preparación del agasajo del huésped, huésped que tenemos todos los días esperando nuestra disposición para con él, tanto el sagrario, en la oración, como en los hermanos y no debemos hacerles esperar, nuestra entrega tiene que ser, espontanea, nada de formulismo ritualista que a nada conducen, la verdad.
Respecto de la gratuidad, esta tiene que ser así, de verdad, no condicionada a ninguna contraprestación, sin cálculo oportunista, interesado, te doy para que tú me des. En nuestra Iglesia estamos muy acostumbrado a esto, a las novenas, promesa y mil rituales vacios de toda verdad evangélica, entre ella la gratuidad, “dadlo gratis, pues gratis lo habéis recibido”. Y no acabamos de entender que la gratuidad es una característica, una propiedad del amor, se ama porque se ama, y aprendemos a amar amando y el amor es pura gratuidad, decía un sacerdote que Dios no ese entiende con los interesados.
Tiene que ser, por último, la acogida del otro, del otro tal y como es, pues como nos dice S. Mateo en el llamado juicio de las naciones, ¿Cuándo te vimos……., cuando todo eso y más lo hicisteis con uno de estos pequeños, débiles, frágiles, menesterosos, ….. Dios nos viene con vestido del otro y tenemos que reconocerlo en ese otro, sea Ángel o Demonio, para que yo le abra las puertas de mi corazón y de mi misericordia, resolviéndoles problemas, angustias, soledades, en una palabra falta de cariño.
El salmista nos canta esas condiciones que debemos tener para hospedarnos en la casa del Señor y que yo me atrevo a resumir en la siguiente frase ”mirada limpia y mano tendida” y esas mismas pautas de vida tenemos que tener en la acogida de todos aquellos a los que nos acercamos y se acercan a nosotros a quienes tenemos que acoger “haciéndonos prójimos de ellos”.
Todo esto tenemos que hacer en la escucha y en el servicio y no caigamos en que una hermana fue la buena y la otra no, ambas son lo que Jesús quiere para nosotros, activos contemplativos o contemplativos activos, pues no hay ningún convento, monasterio de clausura, donde el servicio esté excluido en favor de la sola oración, todos trabajan y todos escuchan y hablan con el Señor, en el servicio y en la oración, cosa que no solo son para los especialmente llamados, si no que aquí todos estamos llamados a la oración y al servicio y a pesar de la llamada de atención, creo que Jesús reprendió el afán desmesurado de Marta en el servir, pero no por servir.
Santa María, Madre de Dios y Madre nuestra, ayúdanos a decir AMEN
Santa Teresa decía a sus hijas que, en cada una, tenían que andar Marta y María juntas. Y, como ellas, todo cristiano está llamado a eso: a ser un contemplativo en la acción.
Abrahán sabía permanecer a la entrada de la tienda descansando, pero para atender a unos huéspedes recién llegados era capaz de desplegar una febril actividad e implicar en sus afanes a Sara y los criados. Con ambas actitudes, contemplación y acción, consiguió su propósito: que el Señor no pasara de largo junto a su siervo.
No se puede ser activo en el servicio y la caridad sin ser contemplativo, ni buen contemplativo sin servir a los demás, como no hay moneda sin dos caras.
Quien anhela, como el salmista, hospedarse en la tienda del Señor sabe que ha de desvivirse por el bien de su prójimo, por los inocentes, y trabajar por la justicia, la paz y la misericordia.
Pablo, a quien ha sido desvelado el misterio de Cristo, despliega una increíble y audaz empresa evangelizadora y misionera para anunciarlo, amonestar, enseñar, y llega a alegrarse, por su amor a Cristo, de todos sus sufrimientos por aquellos a quienes se dirige.
Pero, ¿qué es primero: la acción o la contemplación? Creo que ninguna se entiende ni es plena sin la otra. Ninguna acción sin contemplación da fruto que permanezca, y cualquier contemplación sin acción es lastimosamente estéril.
Así que volvemos al principio: Marta y María juntas siempre, para escuchar la palabra del Señor y para servirle y atenderle siempre que necesite alojarse en nuestra casa. ¿Corazón dividido? No. Corazón unificado. Marta y María en una.
Esta semana le hemos oído al mismo Jesús que tenemos que llevar un yugo. También fue Él quien dijo que quien quiera ser el primero, sea el servidor de todos; una de las parábolas nos cuenta que el anfitrión del banquete echó de malas maneras a uno de los invitados por su falta de compostura mundana, una de las obras de Misericordia es enseñar al que no sabe y desde el Génesis nos quedó muy claro que hay comer el pan con el sudor de la frente.
¡¡¡ Pobre Marta !!!
Sufrió la muerte de su hermano sin el consuelo, en la agonía, del Amigo y hoy le reprocha que se ocupe de que todo esté listo para el banquete; Él que se oyó la reprensión de Judas cuando la pecadora le ungió los pies con perfume y se los secó con sus cabellos. Se podía haber utilizado ese dineral para los pobres…
Santa Teresa dijo que Dios también estaba entre los pucheros a otra Marta que quería oír más de cerca la Palabra del Señor.
Hay cosas que yo no comprendo y una de ellas es este reproche reiterado: Marta, Marta.
San Pablo dice que el cuerpo de Cristo está compuesto por muchos miembros y que no todos son la cabeza.
Recuerdo que en Filosofía del Derecho estudié que los actos han de ser estudiados, antes de juzgarse, bajo esto preceptos: Objeto, Fin y Circunstancias.
El Objeto era bueno, preparar todo para que el Señor estuviese a gusto porque las cosas de la casa no se hacen solas.
El Fin era bueno: que Jesús se sintiera bien en aquella casa.
Y las Circunstancias eran difíciles hasta el punto de que Marta no llegaba sola y tuvo que pedir ayuda a su hermana que estaba sentadita escuchando y despreocupada de que “primus vivere et deinde filosofare”: primero hacer las cosas de la Vida y luego filosofar.
Siento una compasión desgarradora por lo que Marta pudo sufrir en su corazón con aquel reproche nominal, reiterado, público y comparándola con la actitud de su hermana.
¡Qué más quisiéramos todos que ser Ángeles y no tener que preocuparnos de minucias como preparar la casa o la mesa … para otro!
No digo que el Señor no sepa hacer las cosas y mucho menos que yo sea más inteligente: lo que aseguro es que Marta, siendo amiga, se llevó dos chascos: la agonía y la muerte de su hermano sin la compañía de Cristo y este rapapolvo: ¡hombre, al menos, explícaselo privadamente y de forma que ella lo entienda y sienta aprecio por su esfuerzo!
Conozco muchas Martas: todos los trabajos anónimos, sin relumbre, carentes de reconocimiento pero que son imprescindibles para que algo sea digno no ya del agasajo de un hombre, sino de la Adoración de Dios: los consagrados, los que tallaron cada piedra de nuestras fastuosas Catedrales que hoy conmueven a la Piedad, los que rezan en silencio y no les llega el aliento a la garganta por la prisa, por la enfermedad, por la angustia o por la ignorancia.
… y a muchos pobres que quisieran dar limosna y no tienen ni para ellos mismos.
De lo que estoy seguro es que Marta no quiso ofender a Jesucristo en su propia casa; para todo lo demás, doctores tiene la Iglesia y no me cabe duda de que Jesús siempre sabe lo que hace:
Pero ese Marta, Marta, me duele porque la pobre no se estaba pintando las uñas ni peinándose para estar guapa ella, sino ocupándose, con el agua al cuello, de que el Invitado se sintiese agusto.
No. No lo entiendo. Estaré equivocado, hasta ahí sí llega mi humildad; pero lo repito: No. No lo entiendo.
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