DOM 18-C

sábado, 27 de julio de 2019

4 AGOSTO 2019
DOM 18-C

4 comentarios:

Paco Echevarría at: 27 julio, 2019 08:35 dijo...

LA AVARICIA (Lc 12,13-21)

Son siete las necesidades del ser humano y satisfacerlas de un modo adecuado viene a ser la tarea fundamental de la vida. Las tres primeras tienen que ver con el mundo material. Son la necesidad de bienes que garanticen nuestra supervivencia y nos den seguridad; la necesidad de gozar del don de la vida en medio de las dificultades; y la necesidad de realizar nuestros proyectos que nos proporciona confianza en nosotros mismos y eleva nuestra autoestima. La cuarta es la más humana: se trata de la necesidad de amar y ser amado. Cuando es rectamente satisfecha, nos introduce en el ámbito de las necesidades espirituales, que nos acercan al mundo de lo sobrenatu¬ral. Las tres últimas son: expresar nuestro mundo interior –ser creativos–, comprender la verdad de la existencia y alcanzar la sabiduría por la que comprendemos nuestro destino último y el sentido de la vida.

Las tres primeras son –como las restantes– necesidades fundamentales del ser humano, pero encierran un peligro: cualquiera de ellas puede atrapar el corazón e impedir el progreso del espíritu hacia estados superiores. Quien queda atrapado en la primera es víctima de la codicia. Su vida no tiene otro objetivo que acumular riquezas y bienes. Quien se deja dominar por la segunda cae en el hedonismo, en la búsqueda compulsiva del placer y se vuelve incapaz del sacrifico, la renuncia o el esfuerzo. El esclavo de la tercera tiene un desmedido afán de poder. Su objetivo es dominar el mundo. Lo paradójico de la vida es que, siendo tres necesidades, son tres posibilidades y, a la vez, tres riesgos, aunque, la más peligrosa es la primera.

Jesús dice, refiriéndose a ella, que es de necios acumular riquezas para uno mismo y no ser rico ante Dios y el autor de los Proverbios hace gala de equilibrio y sensatez cuando pide: "Señor, no me des riqueza ni pobreza, sólo lo necesario para vivir" (30,8).

La verdad es que resulta extraño este lenguaje en Occidente, dado que es un mundo atrapado en las tres primeras necesidades. Pero creo que ya es hora de empezar a hablar del callejón sin salida en el que estamos metidos. Porque ¿a dónde nos está llevando la idolatría del dinero, el afán de placeres y el ansia de poder? ¿Acaso a un mundo más humano y feliz? En el siglo pasado hemos creado la utopía del progreso y de las libertades y hemos caminado hacia ella, pero al final lo que encontra¬mos es un mundo de ricos muy ricos y pobres muy pobres, donde las libertades individuales son encadenadas por los violentos y los poderosos y las nuevas generacio¬nes, víctimas del vacío existencial, tratan de disfrutar a tope porque nadie les ha mostrado otra felicidad. Necesitamos desandar el camino y situarnos en el sendero adecuado. Quienes lo muestren serán los verdaderos bienhechores de la humanidad.

juan antonio at: 28 julio, 2019 17:58 dijo...

LOS BIENES
La postura de Jesús respecto de los bienes y nuestra actitud ante ellos, siempre fue muy clara y para ello solo tenemos que recordar la oración que nos enseñaba la semana pasada, el Padrenuestro, que en el principio de su segunda parte pedimos el pan nuestro de cada día, dánoslo hoy.
Con esa petición, Jesús nos estaba enseñando que pedíamos en plural (como nos decía la Hoja) lo necesario para vivir, era algo más que el alimento, era el modo de vida y lo que ella entraña, pero al igual que los judíos en el desierto no podían coger más que una ración de maná cada día, aquí estamos pidiendo, “nuestro pan de cada día”.
Pero no lo comprendemos, pues este cada día ¡cómo lo hemos olvidado! Y hemos pasado a llenar los graneros como el insensato de la parábola, a acaparar, a tener, a pelear, a matar, pues según dicen los entendidos, las guerras siempre han tenido un motivo económico.
Insensato, esta noche….., y es que hemos olvidado de qué barro estamos hechos, que somos como la flor silvestre, que sopla el viento y ya no existe; que como un padre el Señor se apiada de nosotros (sal. 103 13-16).
El pasaje que sigue al que comprende esta semana, y que no se proclama, no es más que estar en las manos de Dios “…por eso os digo no andéis preocupados….” Y nos viene a dar unas pautas para que comprendamos que el Padre, nuestro, el Padre Bueno, nos cuida, nos mima para que nosotros cuidemos y mimemos a los más frágiles de la comunidad humana.
No somos conscientes de cuál es nuestra relación con el dinero, de que somos administradores, no propietarios, “” un señor al salir de viaje repartió entre sus criados……según su capacidad” y como administradores olvidamos también la función social que tiene.
En las charlas a los novios siempre les hablo de esta cuestión, pues no en vano en el sacramento está el rito de las arras, señal de los bienes que se van a compartir y siempre le hacía un comentario sobre lo que la sabiduría popular dice al respecto de que el dinero debía de ser como el ajo o te lo come o lo siembra o se pudre dentro del año agrícola, cuestión que ya pocos contestaban, pues la ciudad ha llegado hasta los pueblos pequeños. (No sé si me repito, pero bueno es recordarlo)
Pidamos a nuestro Padre el pan necesario cada día, pongámonos en sus manos y seguro que sabrá darnos no solo el pan sino su Espíritu Santo para guie nuestra vida.
Santa María, Madre de Dios y Madre nuestra, ayúdanos a decir AMEN

Vicente at: 30 julio, 2019 13:58 dijo...


El Evangelio de este domingo enlaza muy bien con la hagiografía de la jornada: El Padre San Juan María Vianney: Santo Patrón de los sacerdotes.



No era un hombre de muchas luces mundanas pero tenía un corazón inflamado de Amor a Jesús. Le rechazaron varias veces en el seminario porque no aprobaba el latín y, cuando, muy tarde, se ordenó, le destinaron a un Pueblo llamado Ars: totalmente perdido en medio de ninguna parte, desconocido entonces, pobre y con gentes sin educación ni Fe. A sus primeras Misas no asistía nadie, vivía en una habitación con goteras, se alimentaba mal: pero cada día tocaba la campana con alegría y decía la Santa Misa como si el templo estuviese lleno. Ayudaba a todo el que podía acompañándole en su enfermedad o compartiendo sus paupérrimos alimentos. Un día entró un curioso en la Iglesia y quedó impresionado por el ardor de la Fe y la constancia de este buen sacerdote. La cosa llegó a oídos de todo el pueblo quien quedaba fascinado por la entrega a Dios de este antiguo soldado. Todos terminaron admirándole, incluso quien San Juan María llamaba “ el garras” quien, de noche, acudía a atormentarle, a golpearle hasta el punto que, el más valiente del lugar, viendo aquello, huyó con su escopeta cargada. Pero nuestro Santo no cejaba. En una época de hambruna oró con tal Fe que se llenó el granero y pudo dar de comer a muchos desgraciados. Tenía una enorme confianza en la Divina Providencia.



El Evangelio de hoy presenta al personaje contrario a San Juan María: un hombre inteligente, que cuando alcanzó la riqueza, sólo pensó en sí mismo. Nuestro Papa dice que nadie va al cementerio con el camión de la mudanza.



La Fe y el Amor contra todo desaliento, frente al egoísmo y afán por lo inmediato. Buen motivo de reflexión.



Rezo por vosotros y os encomiendo a la Divina Providencia. Que Dios os bendiga.

Maite at: 30 julio, 2019 17:32 dijo...


Para nosotros, que seguimos a Jesús y encontramos la dicha en vivir como él (y ahí está también nuestra lucha diaria) todo bien y el sumo bien, que diría San Francisco, está precisamente en él.

¿Has hecho tuya la experiencia de Qohelet? ¿Has escuchado la enseñanza de Jesús? Estás más cerca entonces de vivir, como apunta Pablo, resucitado con Cristo, es decir, en una vida nueva donde tus bienes auténticos son los de arriba y no lo que aquí, en nuestro mundo, se consideran como tales.

El hombre viejo, al que contempla con tristeza Qohelet, solo vive para sí y se afana por lo caduco y breve. En su vida no hay lugar para la solidaridad y el compartir, para la fraternidad.

El hombre nuevo de Pablo, que escucha y sigue la enseñanza de Jesús, vive una vida auténtica, en hermandad con todos los hombres, sus hermanos, que llegará a su plenitud cuando todo lo de aquí pase.

Hermosa oración, la del salmista, consciente del valor del tiempo: Mil años en tu presencia son un ayer que pasó; de lo que quiere: un corazón sensato; y que valora lo que de verdad merece la pena: la bondad y la misericordia del Señor, a quien pide, además, que haga prósperas las obras de sus manos.