17 MAYO 2020
6º DOM-PASCUA-A
Estas hojillas, que podéis bajaros, nacieron en la Parroquia de San Pablo (Fuentepiña, barriada obrera de Huelva) y la siguen varios grupos desde hace años en su reflexión semanal. Queremos ofrecerlas desde la sencillez y el compromiso de seguir a Jesús de Nazaret.
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EL ESPÍRITU DE LA VERDAD (Jn 14,15-21)
Hay en el evangelio de Juan una contraposición entre el espíritu de la verdad -del que aquí se habla- y el espíritu de la mentira -del que se habla en su primera carta- y entre el grupo de los discípulos -que lo han recibido- y el mundo -que es incapaz de conocerlo-. Jesús sigue despidiéndose de los suyos y preparándolos para la separación. Si el domingo pasado los animaba a superar el miedo con la fe, en éste los tranquiliza con la promesa de su vuelta: “No os voy a dejar desamparados: volveré a vosotros”. La condición es que demuestren su adhesión a él con el amor. Éste es el ciclo de la verdad: el amor ayuda a superar el miedo; esto produce sosiego y confianza frente al mundo; la confianza se expresa en el cumplimiento del mandato de Jesús y éste es, a su vez, garantía de la presencia del Espíritu. Las palabras de Jesús son un aviso a los discípulos para que no queden atrapados en el círculo de la mentira.
El mundo del que aquí se habla, no es la humanidad ni el entorno de la creación. Se trata, más bien, de esa entidad instalada en la mentira que es, por ello, enemiga de Dios y del hombre. En la simbología del Antiguo Testamento, es representada por la serpiente que, con engaño, hace que el hombre pierda la inmortalidad y atraiga sobre sí todos los males para escurrirse luego ella misma en la miseria y revolcarse en el polvo.
Hay una lucha -una guerra constante- entre el espíritu de Jesús y el espíritu del mundo, entre la verdad y la mentira, entre la luz y las tinieblas. La confrontación tiene lugar en el seno de la comunidad cristiana y en el corazón de cada ser humano. La vida viene a ser, en último termino, una opción por uno u otro bando. Quien opta por la verdad va poco a poco construyendo su vida sobre ella y, con el tiempo, se encontrará inmerso en un estanque de amor, lealtad, confianza, justicia... Quien opta por la mentira va poco a poco destruyendo todo aquello que le rodea, hasta destruirse a sí, porque se instala en la desconfianza, el temor, la ira, el egoísmo, la avaricia...
¿A qué responde esa opción? No es fácil la respuesta. Una vez más nos topamos de lleno con el misterio de la libertad, ese don tan sagrado y querido por Dios que no priva de él a los humanos, a pesar del riesgo que conlleva. Algunos quisieran sacrificarla en aras de la seguridad. Olvidan éstos que la negación de la libertad lleva inevitablemente al sacrificio de la verdad y, por tanto, del amor. Sin libertad nos vemos privados de los mejores dones. Sólo cabe educar para que seamos capaces de soportar la carga de ser libres. Mi pregunta y la de muchos -al ver a los más jóvenes- es si lo estamos haciendo bien o, por el contrario, hemos devaluado -desvirtuado- un don necesario e inevitable. Ser libre más que un derecho es un reto difícil de afrontar.
Hay una frase preciosa en la hojilla de esta semana: El Padre considera como hijo al que ama igual que Jesús; Jesús lo ve como hermano.
Un carmelita, autor de varios libros y misionero en la India durante muchos años, escribía, al comenzar uno de ellos, acerca de un viaje que hizo en tren por ese país. Contaba que los pasajeros hablaban de uno de los dioses hindús, y comentaban que no sabían cómo los miraba a ellos. El carmelita sí podía decir cómo nos mira Dios a nosotros: con amor.
Las palabras de Jesús en el evangelio dibujan con trazos bellísimos esa relación amorosa a la que se nos llama, a la que estamos destinados, nuestra vocación cristiana: El que me ama será amado por mi Padre, y yo también lo amaré y me manifestaré a él. Y es el amor a los demás, con un amor como el de Jesús, lo que hace verdadero nuestro amor a él, y el Padre, al contemplar entonces, en nosotros, la imagen del Hijo nos ama como a hijos.
Jesús nos asegura que pedirá al Padre, para nosotros, el don del Espíritu; y él, el Padre y el Espíritu están siempre con nosotros, no nos dejan solos en nuestro caminar diario, ponen su morada en nosotros. Toda una relación de intimidad amorosa, de coloquio ininterrumpido, aun sin palabras, que podemos vivir, en cada momento de nuestro día a día; habitados, no huecos ni vacíos, al decir de Santa Teresa, por una presencia fascinante, real, fuerte y luminosa.
Esta experiencia nos lleva y mueve a glorificar al Señor en nuestros corazones y a estar dispuestos a dar razón de nuestra esperanza a todo el que nos lo pida; a padecer incluso, si fuera necesario, haciendo el bien. A invitar a todos a ver las obras de Dios y a contar lo que él ha hecho por nosotros.
El Evangelio de hoy comienza y termina de la misma manera, “si me amáis, guardaréis mis mandamientos” “El que acepta mis mandamientos y los guarda ese me ama”.
Jesús nos habla de “mandamientos” en plural y Él nos dio un SOLO MANDAMIENTO, “”amaos los unos a los otros como yo os he amado””, ello varias veces en estos capítulos de la Cena y las enseñanzas que nos dio a lo largo de su vida pública, no fueron más que una preparación para llegar, al final de su estancia entre nosotros, a proclamar este Mandamiento del Amor que nos tiene que llevar a una entrega total, como fue la de Jesús, porque estos mandamientos, este mandamiento, para nosotros los cristianos no es una imposición, ni un mandato, ES UNA RESPUESTA DE AMOR, en obras, tuve sed, hambre, desnudo,……, pues con ello estamos dando a Dios en los hermanos, lo que Él nos dio y nos da cada día, sean nublados o soleados, pues nuestra confianza es, tiene que ser infinita en el Señor.
En medio de este principio y final, Jesús nos habla del otro defensor, el Espíritu de la verdad, Espíritu que conocemos, porque vive con nosotros y está con nosotros, realidad ésta que quizás no percibamos siempre, pues a veces el Espíritu es un olvidado en nuestra vida, a pesar de su presencia, presencia que tenemos que sentir, pues nuestra vida con Dios y los hermanos es obra suya.
Al decirnos que no nos deja huérfanos porque lo seguiremos viendo porque él está vivo, nos está dando a entender cuál es nuestra fe, creer en una persona viva que con su muerte venció a la muerte.
Jesús nos está dando en su discurso la vida intima que tiene con el Padre y Él y nos la da al estar con nosotros y nosotros con Él, es la participación de la humanidad, creyente, en la comunión con el Padre de todos y que Jesús nos enseña y nos enseñó al darnos la oración del Padre Nuestro, del Abba.
Pensemos en la grandeza de la Vida que nos da y procuremos conocerla bien, porque no podemos quedarnos con ella, tenemos una misión y para esa misión tenemos que “estad siempre prontos para dar razón de nuestra esperanza” como nos dice Pedro en su Carta de hoy.
Debemos de llenarnos del Amor de Dios, vivir la Vida que se nos da, que no es más que la Vida comunitaria del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo en nosotros.
Tomemos conciencia de ello en nuestro caminar y aclamemos al Señor Dios nuestro con toda la creación como hace el salmo
Meditemos sobre los dones y frutos del Espíritu Santo, que se recogen en Isaías 11,2, y Galatas 5, 22-23, respectivamente y en el Catecismo en el nº 1830
Termino con la Secuencia de la Eucaristía de Pentecostés, que debemos rezar con frecuencia, para que nos sintamos amados de Dios.
Ven Espíritu Divino,
manda tu luz desde el cielo,
Padre amoroso del pobre;
don en tus dones espléndido;
luz que penetra las almas;
fuente del mayor consuelo.
Ven, dulce huésped del alma,
descanso de nuestro esfuerzo,
tregua en el duro trabajo,
brisa en las horas de fuego,
gozo que enjuga las lágrimas
y reconforta en los duelos.
Entra hasta el fondo del alma,
divina luz y enriquécenos.
Mira el vacío del hombre
si Tú le faltas por dentro;
mira el poder del pecado
cuando no envías tu aliento.
Riega la tierra en sequía,
sana el corazón enfermo,
lava las manchas, infunde
calor de vida en el hielo,
doma el espíritu indómito,
guía al que tuerce el sendero.
Reparte tus Siete Dones
según la fe de tus siervos.
Por tu bondad y tu gracia
dale al esfuerzo su mérito;
salva al que busca salvarse
y danos tu gozo eterno.
Santa María, Madre de Dios y Madre nuestra, ayúdanos a vivir el Amor del Padre, que nos revelo el Hijo, con la fuerza del Espíritu Santo, AMEN ¡Aleluya!
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