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Estas hojillas, que podéis bajaros, nacieron en la Parroquia de San Pablo (Fuentepiña, barriada obrera de Huelva) y la siguen varios grupos desde hace años en su reflexión semanal. Queremos ofrecerlas desde la sencillez y el compromiso de seguir a Jesús de Nazaret.
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EL OLVIDO DE DIOS (Jn 1,1-18)
Como una pausa entre la Navidad y la Epifanía, este domingo nos sumerge en la contemplación del misterio de la Palabra hecha carne. El prólogo de Juan sirve de guía. Según el evangelista, la Palabra -que es la vida y la luz- viene al mundo -como un don, como una bendición- y los hombres responden a ella con la aceptación o con el rechazo. Los primeros llegan a ser hijos de Dios. Los segundos permanecen en la oscuridad. A pesar de esta doble postura, la Palabra se hizo carne y vivió en medio de los hombres.
Al mirar nuestro mundo y contemplar el olvido de Dios y hasta su rechazo por parte de algunos, es inevitable preguntarse qué le ocurre al hombre de nuestro tiempo para que prefiera ponerse de espaldas a la luz; qué encuentra en el olvido de Dios más ventajoso para él que la fe en un Dios que es amor, vida y luz. Se responde a esto, con demasiada ligereza, que el hombre es pecador, que es materialista, que se ha dejado seducir por los filósofos ateos... Pero la pregunta sigue sin responder. Porque no hablamos de un dios terrible o caprichoso, injusto, amenazante y celoso de la felicidad humana como lo entendían las mitologías más antiguas. Hablamos de un dios amigo de la vida, creador, padre, salvador, que es puro amor.
Tal vez la parábola del hijo pródigo sea la respuesta más cercana a la realidad. El joven vive feliz en la casa paterna, pero se cansa de ser hijo y, seducido por un espejismo de libertad, piensa que es hora de vivir a su aire. Al final de su aventura comprende que no es ni más libre ni más feliz. Tal vez sea ese el trasfondo del olvido de Dios en nuestra sociedad y en nuestro mundo. Seducidos por nuestra capacidad -hemos llegado a las estrellas y estamos a punto de llegar a las fuentes de la vida-, pensamos que Dios es una suposición innecesaria. Lo que es cierto como opción metodológica en el campo de la ciencia -no podemos explicar el rayo como una manifestación de la ira de Dios-, es un terrible error como postura existencial porque deja sin contenido el sentido de la vida. Si vivir es una pausa entre la nada y la nada ¿para qué vivir? Si ello es así, hay que dar la razón al Enuma Elis -la cosmogonía babilónica- cuando afirma que el ser humano fue creado por los dioses para ser desdichado.
Cuando el no creyente dice “¡Dios, no te necesito!”, Dios responde “Tampoco yo a ti, pero te amo”. Volver el corazón a Dios viene a ser lo mismo que ponerse de cara al amor. En el alba del milenio que estamos viviendo, es necesario repensar la postura ante Dios. La aventura del alejamiento -que para muchos no ha terminado- no ha conducido a un mundo más feliz y más humano, sino al contrario. Necesitamos a Dios, aunque él no nos necesite a nosotros.
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