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Estas hojillas, que podéis bajaros, nacieron en la Parroquia de San Pablo (Fuentepiña, barriada obrera de Huelva) y la siguen varios grupos desde hace años en su reflexión semanal. Queremos ofrecerlas desde la sencillez y el compromiso de seguir a Jesús de Nazaret.
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La pasión de Jesús, su proyecto es el reino de Dios. Por eso, quienes le seguimos hacemos nuestra esa pasión y ese proyecto.
Escuchar su palabra en el Evangelio siempre nos hace conscientes de ese reino: qué es y cómo se construye; porque es tarea nuestra, de los cristianos, hacerlo realidad, caminar hacia él, dedicarle nuestras fuerzas y energía, hasta el último aliento, como Jesús.
Es probable que, a pesar de leer y escuchar repetidas veces los evangelios, olvidemos a menudo las enseñanzas y el mensaje de Jesús. Él fue un hábil artesano de las palabras, y engarzaba imágenes que dibujaban un fiel retrato de lo que quería expresar. Chocaba y choca, eso sí, con la dureza de nuestro corazón, con nuestros oídos cerrados y nuestros ojos que no quieren ver.
Porque el reino demanda nuestra colaboración, pero no depende de nosotros su crecimiento. Y olvidamos a menudo, en nuestros sesudos programas evangelizadores, que su siembra es extremadamente humilde: a partir de la semilla más pequeña, y su crecimiento es paulatino.
San Pablo nos recuerda que “caminamos en fe, no en visión”. Y eso hace arduo nuestro camino. No es fácil confiar sin ver, esperar sin saber si recogeremos los frutos. Pero tal es nuestra condición. Nos cuesta no aplicar criterios empresariales, capitalistas, de inversión y ganancias, en todo lo que llevamos a cabo. No acabamos de dar crédito a las palabras de Jesús. El reino se construye dando la vida por él, como Jesús. Renunciando a todo protagonismo o liderazgo en el empeño.
Solo somos una pequeña semilla, la más pequeña.
Podemos optar por enterrarnos en la amargura, las falsas expectativas o el culto desmedido al yo; o en la acción de gracias a Dios proclamando “por la mañana su misericordia y de noche su fidelidad”. Eso nos asegura crecer “como una palmera, como un cedro del Líbano plantado en la casa del Señor”, que “en la vejez seguirá dando fruto”.
Después de todo nuestro Dios “humilla al árbol elevado y exalta al humilde, hace secarse el árbol verde y florecer al seco”.
Hoy podríamos titular la reflexión, “”déjate llevar””, pues tanto en la primera como en el Evangelio nos trae parábolas donde el Reino de Dios se compara con una o dos semillas, una que crece, duerma o esté despierto el labrador, la semilla crece y en la segunda una semilla pequeña, se hace cobijo de las aves, y esto, como nos lo dice los textos, por la gracia de la tierra, sin intervención humana hasta el momento de la recolección, por eso “”déjate llevar””.
Ser tierra que acoge, ser tierra que madura la semilla, ser tierra que aguanta ese crecer del tallo y la espiga, dejándonos llevar de la generosidad de Dios Padre Bueno en quien””siempre tenemos confianza”” como nos dice Pablo.
“Déjate llevar” y como dice Teilhard de Chardin en esa magnífica oración, “adora y confía”, déjate llevar y ponte en las manos del Padre, como reza la oración del P. Foucauld, con infinita confianza, sencillamente porque es tu Padre.
“Déjate llevar”, porque ¿a dónde vas a ir, si el Hijo tiene Palabra de vida eterna?.
“Déjate llevar” porque la fuerza del Espíritu te conduce al Padre y al Hijo en Comunión de Amor.
Déjate llevar, sé buena tierra y despreocúpate de otra cosa, pues “caminamos guiados por la fe”, por el encuentro con el Resucitado y un día darás frutos y otro día acogerá en tu vida a los desheredados de la tierra y harás Vida esas Bienaventuranzas que se proclamaban hace unos días.
En esa confianza tenemos que gozar del rezo del salmista, ¡Qué bueno es darte gracias, Señor! Por la sencilla razón, ¿qué somos para atribuirnos algo en esta vida?
Da gracias desde la mañana a la noche, siempre tendrás mil motivos para ello, porque por la mañana te abre la creación, en salud o menos salud, en fortaleza o en debilidad y por la noche te concede el descanso, merecido o no, pero te sostiene en sus brazos, ”cuidándote como la niña de sus ojos y bajo las sombras de sus alas.
Gracias Señor, por todo y por todos, gracias y siempre gracias.
Santa María, Madre de Dios y Madre nuestra, llévanos a tu Hijo y haz que nos dejemos llevar guiados por la fe y confianza, ¡AMEN!
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