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Estas hojillas, que podéis bajaros, nacieron en la Parroquia de San Pablo (Fuentepiña, barriada obrera de Huelva) y la siguen varios grupos desde hace años en su reflexión semanal. Queremos ofrecerlas desde la sencillez y el compromiso de seguir a Jesús de Nazaret.
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O CONMIGO O CONTRA MÍ (Jn 6,60-69)
Las exigencias propuestas por Jesús anteriormente -la entrega, el amor, como única vía para alcanzar la vida- suponía renunciar a la ilusión que en muchos se había despertado con ocasión del milagro del pan -que él era el Mesías Rey-. Jesús desmontó esa idea y ahora la niega definitivamente diciendo que el camino de la vida pasa por la muerte y la renuncia -"Si el grano de trigo no muere queda infecundo"- y no por el éxito. A la desilusión de antes se unen las excesivas exigencias de ahora. Muchos no están dispuestos a pasar por ahí y le abandonan. Los Doce son testigos de la desafección de la gente y es posible que algunos empezaran a dudar. Jesús les obliga a definirse y Pedro, en nombre de todos ellos, confiesa que lo consideran el Ungido, el Mesías, y que aceptan sus exigencias como único camino de salvación. Fue éste un momento importante en la vida de Jesús. Significó la pérdida del apoyo popular. Desde entonces, en su viaje a Jerusalén -en su camino hacia la cruz-, se dedicó de modo preferente y casi exclusivo a ampliar sus enseñanzas a los Doce, porque ellos sí estaban dispuestos a seguirle. Pero había uno -así lo advierte Jesús en los versículos siguientes- que le iba a traicionar. Judas le entregaría más tarde. No tuvo el valor de abandonarlo y luego le hizo el peor de los daños: traicionar la confianza, vender al amigo.
Al final del discurso del pan de vida aparecen tres posturas ante Jesús: la de aquellos que creen en sus propias ilusiones y esperan que él cumpla sus expectativas, pero no quieren oír exigencias ni renuncias; la de quienes aceptan con todas las consecuencias el misterio de su persona y de su enseñanza; y la de quienes lo aceptan externamente, pero no le hacen sitio en su corazón. Éstos últimos, a la larga, son sus peores enemigos. A los primeros Jesús les dice que no busquen la carne -el mundo perecedero-, sino el espíritu -la vida eterna-, cosa que sólo se comprende desde la fe en Dios; a los segundos, les advierte que esa fe es un don, una suerte, un signo de predilección -"He sido yo quien os ha elegido"-; a los últimos les puntualiza que son ellos -y no él- los que se han situado en la posición del enemigo. Por eso cuando le bese en Getsemaní dirá a Judas: "¡Amigo! ¿Con un beso me entregas?".
Jesucristo es una piedra de escándalo -un motivo de discusión- porque necesaria¬mente hay que tomar postura ante él: o se prescinde de él o se le acepta o se le ataca. La decisión depende de la visión que uno tenga de la realidad: quienes sólo miran lo material -la carne- no pueden entender su mensaje de vida eterna; para quienes aceptan también un mundo sobrenatural -el espíritu- su mensaje y su persona representa la realización de los deseos humanos más profundos; quienes pretenden utilizarlo al servicio de sus propios intereses sólo encontrarán desengaño.
FRANCISCO ECHEVARRIA
A Jesús le abandonaron muchos pues no asumían sus palabras y lo que nos quería transmitir con ellas que no era otra cosa que la vida intima del Padre y del Hijo en el Espíritu, en Vida plena con el hombre, con la humanidad.
Todo el capitulo hemos escuchado lo que Jesús dice de sí mismo, pan bajado del cielo, verdadera comida su carne y verdadera bebida su sangre que nos da la vida eterna, a quien el Padre nos lleva.
Hoy es la gran deserción, pero la gran afirmación, “las palabras que os he dicho son Espíritu y Vida, pero aún así hay quienes no creen”, cosa que admite dándole a la persona ejercer el gran don de la libertad.
Vivimos en una sociedad completamente secularizada, incrédula, y a veces los que nos decimos cristianos, seguidores de Jesús, tenemos un seguimiento descafeinado, plano, sin grandes exigencias, “cumplir” y el seguimiento de Jesús es radical, como nos decía el evangelio de ayer hablándonos de la riqueza, dejar padre, madre…, pero como antes decía, Jesús siempre cuenta con el hombre, con la humanidad, no se impone, se propone y la persona elige: ¿también vosotros queréis iros?
Jesús se ha definido, nos ha dicho quien es, como vamos a Él, qué es para nosotros, Espíritu y Vida, Dios y Hombre, en plenitud.
La respuesta de Pedro tiene que ser la nuestra, aunque la duda nos zarandee, pues tenemos que agarrarnos a nuestra fe y dar un sí, como María, rotundo y feliz, porque nos sentimos hijos de un mismo Padre, porque consideramos a todos hermanos y desde este planteamiento hacer visible la realidad invisible de Dios, en definitiva ser sacramento de Dios entre los hombres, pues eso es un sacramento, signo visible de una realidad invisible: nuestra vida, nuestro testimonio, nuestro esfuerzo por ser coherente y darnos como Jesús, pues si el grano no muere….., da poco fruto: tenemos, tengo que gastarme en el día a día y hacer posible el Reino desde ya y luego lo terminaremos en el gozo del Padre.
Santa María, Madre de Dios y Madre nuestra, ayúdanos a dar el si a tu Hijo, siguiendo tu ejemplo de vida, AMEN
A muchos de los discípulos que, en un principio, seguían a Jesús, sus palabras les resultan duras, y se sienten escandalizados. De hecho, muchos se echan atrás y dejan de seguirle. Los más cercanos, los Doce, se enfrentan entonces a la pregunta más dura del Maestro: “¿También vosotros queréis marcharos?”.
Tal vez la vida misma nos ponga, más de una vez, en esa tesitura de tener que optar, una vez más, y reafirmarnos, con más madurez y compromiso, en el seguimiento de Jesús. Si no es así, es de temer que nuestro cristianismo se haya descafeinado y haya perdido la pasión del primer amor, esa sensibilidad y delicadeza, ese sexto sentido que percibe que el amor está perdiendo fuelle.
Si las palabras de Jesús dejan de cuestionar, de quebrar nuestro yo menos auténtico, de limar nuestro egoísmo, de asustarnos un poco y tambalear nuestro modo cotidiano de vivir; si no nos enfrentan, desde hace tiempo, con nuestra propia realidad, es posible que hayamos dejado de ser discípulos para convertirnos en personas religiosas con una piedad encomiable que solo sirven a su propia comodidad y seguridad.
Las palabras de vida eterna de Jesús no dan descanso ni tregua en el servicio a los demás. Nunca nos dejan en paz, nos desinstalan y empujan, nos alientan e inquietan.
Dejarse mover por el Espíritu, que es quien da vida, implica renunciar a uno mismo y caminar en verdad, solo de cara a Dios. Y partirse y repartirse como Jesús, entregando la vida como él.
Un estilo de vida según el evangelio exige vivir en frontera, siempre en camino, en búsqueda, en discernimiento y aprendizaje, asumiendo la duda y la oscuridad, el pecado propio y ajeno, la reconciliación y el perdón, la misericordia. Por eso hemos de elegir, más de una vez, a quién queremos servir.
Vivir en el Espíritu nos llevará, además, a gustar y ver qué bueno es el Señor, con un canto de bendición y alabanza en los labios y el corazón.
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