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Estas hojillas, que podéis bajaros, nacieron en la Parroquia de San Pablo (Fuentepiña, barriada obrera de Huelva) y la siguen varios grupos desde hace años en su reflexión semanal. Queremos ofrecerlas desde la sencillez y el compromiso de seguir a Jesús de Nazaret.
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CUERPO Y SANGRE (Lc 9,11b-17)
Cuentan las Escrituras que Jesús, antes de subir al cielo, prometió su presencia hasta el fin de los tiempos. A partir de aquella hora sigue en medio de los hombres, pero los modos de su presencia han cambiado tanto que resulta difícil reconocerlo. Uno de esos modos es la Eucaristía. Cristo –la Palabra hecha carne– se hace alimento para completar así la unión iniciada en la Encarnación. No hay manera mejor de expresar la unión y la transformación de aquello que se une.
Pero la revelación del misterio siempre es enseñanza y –en el caso de la Eucaristía– el milagro de los panes y los peces nos da la clave. Jesús de Nazaret, que ha alimentado el espíritu de la gente con su palabra, quiere ahora aligerar su cansancio y su debilidad con el pan. Alguien –cuyo nombre desconocemos– renuncia a lo suyo y, sin saber el alcance de su gesto, hace posible el milagro. Todos quedaron saciados y aún quedó para saciar a un pueblo –doce cestos, como doce tribus, fue lo que sobró–. El sentido del milagro es evidente: Dios –llevado por la compasión– multiplica la eficacia de la generosidad humana.
Tal vez sea por eso que celebremos el día de la caridad, el día de la exaltación del amor generoso, gratuito, desinteresado, del amor que da y no pide nada a cambio, como el sol, que da su luz sin que podamos darle nada por lo mucho que nos entrega. La Eucaristía es presencia misteriosa de Jesús en medio de su pueblo y, a la vez, profecía, voz de alerta que no cesa de recordar a los suyos que esa presencia es una invitación a amar del mismo modo que él amó –"como yo os he amado"–. Y, por si alguno no quería entender, lo dejó dicho de modo más abierto, con palabras que no se prestan a confusión ni equívocos: "Lo que hicisteis a uno de mis hermanos menores a mí me lo hicisteis".
El misterio de la Encarnación sigue presente: el Verbo se hizo primero hombre en Jesús de Nazaret para que pudiéramos escucharle; luego se hizo pan y vino en la Eucaristía para que pudiéramos ser uno con él; finalmente se ha hecho hombre en cada uno de sus hermanos más pequeños para que podamos amarle y servirle. Cuando dijo "Yo estaré con vosotros hasta el fin del mundo" se refería seguramente a esto y me da la impresión de que es más advertencia que consuelo.
En este día del Cuerpo y la Sangre de Cristo, debemos despertar las conciencias y ser capaces de ver –a través de la custodia levantada en alto– el sufrimiento humano con sus mil rostros. Adorar el misterio es adorar la presencia que contiene y esa presencia no puede desconectarse de la realidad humana que la sostiene.
Francisco Echevarría
CORPUS CHRISTI C 22
Celebramos en esta solemnidad, la real presencia de Cristo en la Eucaristía, presencia no solo única entre nosotros, pues está la Palabra, los hermanos, nuestras asambleas grandes o pequeñas “donde estén dos o tres reunidos...”
Pero hoy tenemos un intimo sentimiento de su presencia en medio de nosotros, en nosotros, hoy y cuantas veces celebramos “el sacramento de nuestra fe”.
Es un misterio más que nos dejó el propio Jesús, “cuantas veces coméis de este pan y bebéis de este cáliz, proclamáis la muerte del Señor”.
En esta celebración resumimos toda la vida de Jesús, desde la Encarnación hasta la Ascensión, su Vida, sus gestos su palabra, que hemos ido viviendo y seguiremos viviendo hasta el nuevo Adviento, donde empezaremos un nuevo caminar, un nuevo intento de conocer al Señor, porque los hombres, las pobres personas que somos, por nuestra fragilidad, necesitamos vivirlo siempre hasta alcanzar la plenitud de los tiempos.
Este Domingo paseamos a Cristo hecho Pan de Vida, por nuestras calles para que todos sintamos su presencia, para que reparemos en los próximos, para que le digamos quienes lo necesitan más porque la tremenda realidad de la vida ha hecho estragos en ellos, quizás con nuestra cooperación, y con todo ello aprendamos a reparar, con nuestra disposición y entrega total, la dignidad perdida.
No miremos el oro y plata de los pasos de custodia o esas simples custodia en manos de sacerdotes, vivamos la vida entregada y la sangre derramada hasta el extremo en ese, aparente, trozo de pan que se da y se comparte, dándonos y amando hasta que duela.
Nuestras Eucaristías, pueden resultar demasiado encorsetadas en aras de salvar la unidad, pero tenemos que vivirla, ni oírla ni asistir, sino celebrar y para ello
--Escuchemos las lecturas para que nuestro conocimiento del Señor sea completo
--Recemos por las necesidades de la Comunidad y en ella demos gracias a Dios Padre.
--Levantando nuestros corazones, demos gracias a Dios y alabemoslo con el canto del Santo-
--hecho el memorial con el pan y el vino – Cuerpo y Sangre de Cristo- todas sus oraciones tiene su porqué,
--por la unión de todos los que participamos del cuerpo y de la sangre de Cristo: momento de hacer presente a todos los hermanos separados para que seamos uno, que quizás no lo vivamos con esa intención.
--por los fieles vivos, al pedir por la Iglesia, el Papa, nuestro Obispo….
--por los fieles difuntos
--Por nosotros y con María y todos los santos
--La oración del Padrenuestro que inicia el rito de la comunión, tiene que ser oración de “comunión”, de unión entre los presentes y ausentes, pues no podemos rezar sin estar unidos, tenemos que dejar nuestras rencillas, egoísmos, soberbia…., pues no podemos rezar y tener presente cuestiones con los hermanos, pues romperíamos o haríamos vacía nuestra comunión.
Lo que nació en las primeras comunidades como Cena del Señor, hoy, creo, no sería posible llevar a cabo, por el número y la diversidad de participantes y por la falta de costumbre y ahora que todo lo entendemos el participar en algo tan sencillo como la oración de los fieles, haciéndola más viva al surgir las peticiones desde los bancos y de la realidad misma de los presentes y ausentes, se nos hace imposible por la vergüenza, por el que dirán, si pido por esto o lo otro, quien es ese, esa…… Sí somos así a pesar de que recemos el Padrenuestro
Nos falta costumbre de vivir nuestra Cena del Señor como algo tan Vivo como el Señor mismo.
Santa María, Madre de Dios y Madre nuestra enseñanos a decir ¡AMEN!
Se agradece, y mucho, el contexto de la hojilla de esta semana. Porque nuestras eucaristías alimentan la fe de mucha gente, qué duda cabe; pero se han alejado mucho, demasiado, de la Eucaristía de Jesús, de las eucaristías de los primeros cristianos, y no llegan ya a los que vienen detrás. Cada vez menos, por cierto.
No podemos quedarnos anclados en la tradición recibida por Pablo, ni fosilizar el pan y el vino. Este domingo el evangelio de Lucas recrea nuestra contemplación con la escena de la multiplicación de los panes y los peces. Nos sienta, con Jesús, sus discípulos y gente, mucha gente, a una gran mesa común: la de todos, la de los que necesitan escuchar una palabra sobre el reino de Dios y sanación de tantas heridas; un Maestro y un pastor, un buen samaritano y un generoso sembrador.
Y vemos que el día ya declina. Ha pasado tan deprisa… Nadie ha traído provisiones. Y cunde la preocupación entre los discípulos, que acuden a Jesús. Y su respuesta, a la propuesta lógica de ellos, es la que todos conocemos: Dadles vosotros de comer.
Y se compartió todo lo que había, ni más ni menos, entre todos. Hubo compartir, partir y repartir; oración y bendición. Todos comieron hasta la saciedad y aún sobró. Se dice que a Dios nadie le gana en generosidad… Pero a nosotros, cuando estamos en plan, tampoco. Eso sí, necesitamos empaparnos de evangelio, de gente y de algún que otro máster en servicio comunitario y universal. De esta manera, el viento del Espíritu nos empujará de cola.
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