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Estas hojillas, que podéis bajaros, nacieron en la Parroquia de San Pablo (Fuentepiña, barriada obrera de Huelva) y la siguen varios grupos desde hace años en su reflexión semanal. Queremos ofrecerlas desde la sencillez y el compromiso de seguir a Jesús de Nazaret.
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PALABRAS DIFÍCILES (Lc 12,49-53)
Hay palabras de Jesús que resultan difíciles de aceptar y otras que son más bien difíciles de entender. Las de este pasaje son de las segundas, porque choca escucharle decir que ha venido a la tierra a traer fuego y a sembrar la división. No obstante, si las leemos en el contexto de su doctrina, las cosas empiezan a aclararse.
Dice él que ha venido a traer fuego a la tierra y está deseando que prenda y que todo arda. Para empezar hay que decir que el fuego ha sido siempre –dentro y fuera de la Biblia– un símbolo de Dios que actúa en el mundo para juzgar –el fuego del juicio destruye todo lo perverso e impuro– o para salvar –el fuego de la vida transforma e ilumina–. El Bautista dice de Jesús que trae un bautismo de agua y fuego y Jesús se refiere a sí mismo como la luz del mundo. En el Nuevo Testamento el fuego es el signo inequívoco del Espíritu. En este contexto el sentido de sus palabras es evidente: ha venido al mundo con la misión de purificarlo, de iluminarlo, de transformarlo, es decir, ha venido para que el mundo sea transformado por el fuego del Espíritu. Está definiendo su misión: hacer que en el mundo prenda el amor. A los discípulos les ha dicho en otro lugar: “vosotros sois la luz del mundo”, para indicar así que han heredado su tarea.
Luego habla de un bautismo que le angustia. No es difícil comprender el sentido de estas palabras si tenemos en cuenta que el bautismo es un símbolo de la muerte. Así lo entendió Pablo y, por eso, explica que el bautizado se sumerge con Cristo en la muerte para resucitar con él a una vida nueva (Rm 6). Jesús ha venido al mundo a traer el fuego del amor, pero antes ha de pasar por la prueba que mostrará al mundo la fuerza de la entrega. Entregar la vida es darse uno mismo, es la renuncia total, sin reservas. No hay amor más grande. Con estas palabras está señalando a sus discípulos el camino que han de recorrer para que el fuego prenda en el mundo.
Finalmente habla de división. Utiliza una expresión que aparece en el profeta Miqueas, cuando habla de las discordias y el infortunio que precederían al tiempo de la salvación. El profeta, después de decir que la división afecta a la misma familia, termina con un acto de fe y confianza en Dios: “Yo esperaré en el Señor, esperaré en Dios mi salvador y mi Dios me oirá” (Miq 7,7). Jesús sabe que su doctrina no encontrará los corazones dispuestos y será motivo de enfrentamiento y división entre los hombres. Será el momento de la opción: “o conmigo o contra mí” había dicho. Y es que no caben terceras vías cuando se trata del Evangelio. Jesús está hablando de las consecuencias que tendrá la opción por él. Su presencia en el mundo es un juicio en el que se revela lo que hay en los corazones. No es que quiera sembrar la división. Es que los hombres, cuando optan, se dividen.
Hoy la lectura del Evangelio puede ser un poco desconcertante, pero entiendo que está en la linea de las enseñanzas que Jesús nos viene dando semana tras semana en este largo caminar hacía Jerusalén, hacía la cruz.
“He venido a prender fuego en el mundo y ¡ojalá estuviera ya ardiendo! “
Una vez más Jesús nos viene a decir cual es su mensaje, que como nos dice la hoja no es más que purificar y hacer que entendamos lo bueno y lo que no lo es.
Viene Jesús a traernos la radicalidad del estilo de vida que nos da, no cabe duda de la rectitud del mismo, de que no caben medianías ni hoy sí mañana no, porque ese estilo de vida es tal que impregna toda la tierra y a los que la habitan, otra cosa es que se cumpla su deseo en el mundo, pues el hombre goza del gran regalo de la libertad para aceptarlo o no, adherirse a él o no, de hacer que la fe que se nos dio en el bautismo sea adulta o la rechacemos: ahí está la grandeza de la persona.
Aceptar ese estilo de vida es al modo de Jesús, no hay otro, amar hasta que duela, hasta la cruz: no hay mayor amor que dar la vida por los que se aman, nos dice Juan (15,13-17)
y Jesús en ese pasaje nos dice que somos sus amigos si hacemos lo que Él nos manda y lo único que nos mandó fue “”amarnos unos a otros como Él nos amó”” y todavía nos quejamos, decimos que es duro seguir el camino, que es duro la cruz, pero si todo es amor, ama y haz lo que quieras nos decía S. Agustín, ama, ama y seras feliz porque serás desprendido, misericordioso, atento, tu tesoro estará en los demás, porque el amor tiene vocación de salida y de permanencia, lo contrario será un remedo.
La segunda parte del evangelio es consecuencia de la primera, si hemos escogido el camino de Jesús, seguro que provocaremos división, y división no por el que sigue ese camino sino por los que no quieran seguirlo, entiendo y puedo estar equivocado, por el que se sienta o indiferente o decepcionado o enfrentado en su modo de actuar, en definitiva en la no aceptación de ese caminar con Jesús: esto fue y será siempre, de ahí la larga lista de mártires que se han dado y se dan en nuestra historia.
Recemos con el salmista:
“Señor date prisa en socorrerme,
Yo soy pobre y desgraciado,
pero el Señor se cuida de mí;
tú eres mi auxilio y mi liberación:
Dios mío, no tardes”
Es la oración de la confianza, la oración del que se siente débil y se pone en las manos del Señor y así nosotros, pongámonos en sus manos, sin decir otra cosa que,
“”aquí estoy, Señor, hágase en mí según tu voluntad””.
Santa María Madre de Dios y Madre nuestra, enséñanos a decir ¡AMEN!
A veces se nos olvida que seguimos a un hombre profundamente apasionado, alguien que deseaba prender fuego en la tierra y verla ya ardiendo. La pasión nace de un amor profundo y el amor, a su vez, alimenta la pasión. Y Jesús amaba así muchas cosas: al Padre, el reino, a sus discípulos, a los pobres, a los niños, a las mujeres… Un corazón así está lleno de nombres, que diría, tan bellamente, Casaldáliga. Nombres con una historia detrás, con rostros y miradas concretas, con voces distintas.
Como consagrada, me he preguntado muchas veces si alguien nos ve como mujeres apasionadas; porque, si no es así, damos una impresión muy triste. Un cristiano que no sugiere pasión, que no levanta llamaradas de fuego porque no lo lleva dentro, es solo un ligero esbozo de cristiano. Si no incendiamos, mal asunto; pero si vamos por ahí apagando fuegos de otros, fuegos buenos, fuegos de entusiasmos y vida, de espíritu y amor, somos unos criminales. Son los bomberos de vocación, que nunca apoyan las iniciativas de los demás para encender y apagan, con su negatividad, sus críticas y su falta de amor, en definitiva, cualquier conato de vitalidad y energía buena.
El autor de la Carta a los Hebreos es también alguien apasionado, con fuego en las entrañas, que exhorta a perseverar en la carrera, a pesar de todos los obstáculos, fijos los ojos en Jesús, hasta llegar a la meta. Nos llama a no cansarnos ni perder el ánimo, y un recuerdo importante que da una idea de hasta dónde hay que llegar en el esfuerzo: “Todavía no habéis llegado a la sangre en vuestra pelea contra el pecado”. Lenguaje y aspiraciones para gente apasionada de verdad por algo que merece la pena.
El Evangelio de este domingo, en estos momentos de verano y descanso, parece que viene a trastocar la paz que hay a mi alrededor. Al leerlo una y otra vez, desde la comodidad de mi sofá, o mientras disfruto de un amanecer en la playa o de la puesta de sol en la terraza, las palabras de Jesús me sacuden y hacen que me pregunte por esa “paz” en la que vivo, y si es la Paz que Dios quiere para mí y para todos nosotros.
Las lecturas de hoy chocan con esta realidad. Tener fe, sentir como propia la Buena Noticia del Evangelio debe llevarnos a un deseo ardiente de compartir lo que vamos descubriendo. No puede instalarnos en la comodidad, en la ceguera, ni en el silencio, ante tantas injusticias que hay a nuestro alrededor. Hacer esto (no hacer nada, evitar la confrontación) es pura violencia también.
Y este sentido entiendo las palabras de Jesús hoy: la construcción del Reino me debe mover a actuar sin miedo ante la injusticia, en la confianza de que Él me sostiene, pondrá palabras en mi boca y me guiará por el camino correcto. Y esto puede que nos cause tensión, conflictos o división con aquellos que están a nuestro alrededor. Pero no hacerlo, permanecer en la comodidad o indiferencia, es actuar como si Dios no existiera. Y esto es algo que, desde una relación de Amor, duele sólo de pensarlo, reconocerlo y escribirlo.
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