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Estas hojillas, que podéis bajaros, nacieron en la Parroquia de San Pablo (Fuentepiña, barriada obrera de Huelva) y la siguen varios grupos desde hace años en su reflexión semanal. Queremos ofrecerlas desde la sencillez y el compromiso de seguir a Jesús de Nazaret.
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PORTADORES DE PAZ (Lc 10,1-12.17-20)
Dijo Pablo VI que la Iglesia existe para evangelizar y que la evangelización constituye su identidad más profunda. Esto significa que no tiene otra misión que la de anunciar el evangelio. Pero esto, como todo, está sujeto a la tentación de buscar la eficacia a cualquier precio. Jesús, cuando instruye a sus enviados, les dice cómo hay que realizar la tarea. Ante todo deben contar con que el medio es hostil: van como corderos en medio de lobos. El evangelio es ciertamente un mensaje hermoso y positivo, pero pensar que el mundo de hoy lo va a aceptar entusiasmado es una ingenuidad. El pensamiento y los valores que predominan en nuestro mundo son, en gran parte, contrarios al pensamiento y los valores propuestos por Jesucristo.
Sería un mal servicio disimular las exigencias para hacerlos más llevaderos.
La segunda exigencia del mensajero es la pobreza. No deben llevar ni siquiera lo indispensable: viandas para el camino, algo de dinero en la faja y unas sandalias de repuesto. La única riqueza de que disfrutan es el anuncio que han de hacer. Viene a decir con ello el Maestro que la riqueza de medios, con frecuencia, oculta el valor del mensaje. Es la tentación de trabajar por los intereses de Dios utilizando medios o métodos que a Dios no le van. No vale cualquier medio para conseguir el fin que se pretende por muy legítimo que sea.
Lo tercero que les advierte es que la tarea no debe ser demorada. El ritual del saludo oriental era muy complicado y exigía mucho tiempo. No deben pararse a saludar porque eso significaría retrasar demasiado el anuncio. La palabra debe ser anunciada ya. San Pablo dirá más tarde que hay que predicar a tiempo y a destiempo, con ocasión y sin ella. Viene a decir lo mismo. La Iglesia no puede esperar a que los vientos sean favorables para proclamar un mensaje que le ha sido encomendado para darlo y que no le pertenece.
Al llegar a un lugar han de entregar el mayor de los dones –la paz– y aceptar sin reticencias la hospitalidad que le ofrezcan. No deben cambiar de casa porque eso significaría que no les gusta lo que le ofrecen. Es cierto que el que trabaja por el evangelio necesita sustento y –como el obrero– merece un salario. Pero no está allí por el salario. Los medios económicos en la Iglesia son sólo medios. Nunca pueden ser un fin. Lo cual cuestiona no poco el uso que hacemos de ellos. Y deben, además, curar a los enfermos. El mensajero del evangelio tiene que ser sensible al sufrimiento humano si quiere poner su semilla en el corazón de los hombres.
Cuando reúnan estos requisitos, estarán en condiciones de anunciar que el Reino de Dios está cerca. Pero, aún así, pueden fracasar.
MUCHA MIES. POCOS OBREROS, PERO BUENOS.
¿Cómo traducir hoy las palabras de Jesús? ¿Cómo guardarlas sin menguar la exigencia? ¿Cómo creer que van dirigidas a nosotros, hombres y mujeres de a pie, en ciudades y pueblos, con un ritmo de vida que excluye la itinerancia?
En estas condiciones, y cada cual con su realidad, estamos llamados a ser obreros de la mies del Señor. Seguimos siendo pocos, y la mies mucha, así que la determinada determinación de Santa Teresa ha de mantenerse intacta. Como Pablo, la evangelización, el testimonio de la fe, se lleva a cabo a partir de una pasión ardiente, desde un corazón enamorado de la persona de Jesús y su proyecto de vida: el Reino. Por eso, la audacia, la alegría, el respeto al proponer, que no imponer, serán notas distintivas del anuncio.
Ponerse en camino supone mucho más que echar a andar. Conocemos el camino a seguir y adónde nos lleva: Jesús. Necesitamos salir de nosotros mismos, nuestras seguridades y apoyos, nuestra comodidad, adentrarnos en territorio inexplorado, con apertura de mente y corazón, dispuestos a acoger toda realidad y a todos, a escuchar los signos de los tiempos que señalan la presencia del Espíritu.
Somos gente austera que valoramos, como un tesoro, lo que tenemos; y luchamos para que la riqueza del mundo esté mejor repartida y llegue a todos. Nos comprometemos con la ética más elemental en el uso y disfrute de las cosas y cuidamos nuestra Casa Común, que no debe ser objeto de saqueo sino de una buena administración.
Somos gente de paz, de brazos abiertos, de palabras suaves, conciliadoras y reconciliadoras. Sanadores y cuidadores que pasamos por el camino aliviando a los demás de sus cargas, restañando heridas; restauradores de brechas y constructores de puentes. Libertadores de toda opresión, depresión y abuso, manipulación y maltrato de cualquier tipo. Un obrero del Señor es Jesús mismo que pasa.
Es cierto, la mies es mucha, incontable; y los obreros somos pocos, débiles y pequeños, frágiles y vulnerables. Pero queremos darlo todo, del todo y hasta el final.
SEGUIR A JESÚS… ¿QUÉ IMPLICA?
Cuando Jerusalén fue arrasada sus habitantes fueron deportados a Babilonia, Dios no los abandonó y el profeta los animaba y fortalecía con noticias de esperanza para que confiaran en el Señor.
Pasaron los años, se cumplieron sus mensajes y la religiosidad entró en la fase definitiva… ¡Seguir a Jesús!
Hacerlo, fue y sigue siendo, trabajar por el Reino de Dios, una decisión personal que empuja, a quienes lo hacen, a abandonar todo aquello que da seguridad en la vida.
Vino Jesús y, cuando consideró que la fase preparatoria había concluido, les propuso comenzar la evangelización y los envió de dos en dos.
Les aconsejaba sobre qué debían hacer y qué no, predicar siempre la verdad, dar testimonio con hechos, realizar curaciones y llevarles la paz.
Al regresar le comunicaban sus experiencias pero Él les recomendaba que fueran prudentes porque lo que realmente cuenta es que nuestras obras las ve y anota el Padre.
La evangelización nunca fue, ni es, responsabilidad de unos pocos sino de todos los que se sienten sus seguidores, escuchan su llamada y se entregan a esa labor silenciosa sabiendo que nunca tendrán lo que la sociedad desea: Comida, calzado, dinero, vivienda… Así, liberados de esas ataduras, lo harán confiados en que serán bien recibidos aunque saben que si evangelizar puede regalar solidaridad y apoyo también puede ocasionar rechazo y persecución.
Los discípulos de Jesús saludaban proclamando la “paz” en su verdadera dimensión: Compartiendo, curando a los enfermos, liberando a las personas de sus tormentos y transmitiendo la buena noticia… ¡La venida del “Reino de Dios” está próxima!
Pablo, como evangelizador, viajó sin descanso formando comunidades cristianas y orientándolos, lo hacía con radicalidad porque rechazaba la actitud de quienes buscaban el encumbramiento personal y les argumentaba que el único premio que debían buscar es el que se nos regaló con la entrega de Jesús en la cruz. También les proponía no perder el tiempo organizando su vida religiosa con preceptos que les hacían cumplir con lo que no es religión y pasar de largo ante lo que sí es esencial, cambiar de actitud y comportamiento… ¿Reflexionamos sobre los cumplimientos que en nuestros tiempos hacemos, siendo sólo tradiciones, y pisoteamos los que Jesús sí enseñó?
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