4 ENERO 2014
2º DOMINGO DE NAVIDAD
JUAN 1, 1-18: La
Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros
Estas hojillas, que podéis bajaros, nacieron en la Parroquia de San Pablo (Fuentepiña, barriada obrera de Huelva) y la siguen varios grupos desde hace años en su reflexión semanal. Queremos ofrecerlas desde la sencillez y el compromiso de seguir a Jesús de Nazaret.
Copyright © 2010 Escucha de la Palabra Design by Dzignine
Released by New Designer Finder
3 comentarios:
EL OLVIDO DE DIOS (Jn 1,1-18)
Como una pausa entre la Navidad y la Epifanía, este domingo nos sumerge en la contemplación del misterio de la Palabra hecha carne. El prólogo de Juan sirve de guía. Según el evangelista, la Palabra –que es la vida y la luz– viene al mundo como un don, como una bendición, y los hombres responden a ella, unos con la aceptación, otros con el rechazo. Los primeros llegan a ser hijos de Dios. Los segundos permanecen en la oscuridad.
Al mirar a nuestro mundo y contemplar el olvido de Dios y hasta su rechazo por parte de algunos, es inevitable preguntarse qué le ocurre al hombre de nuestro tiempo para que prefiera ponerse de espaldas a la luz; qué encuentra en el olvido de Dios más ventajoso para sí que la fe en un Dios que es amor, vida y luz. Se suele responder a esto –creo que con demasiada ligereza– que el hombre es pecador, que es materialista, que se ha dejado seducir por los filósofos ateos... Pero la pregunta sigue sin responder. Porque no hablamos de un dios terrible o caprichoso, injusto, amenazante y celoso de la felicidad humana como lo entendían las mitologías más antiguas. Hablamos de un Dios amigo de la vida, creador, padre, salvador, puro amor.
Tal vez la parábola del hijo pródigo sea la respuesta más cercana a la realidad. El joven vive feliz en la casa paterna, pero se cansa de ser hijo y, seducido por un espejismo de libertad, piensa que es hora de vivir a su aire. Al final de su aventura comprende que no es ni más libre ni más feliz. Posiblemente sea ese el trasfondo del olvido de Dios en nuestra sociedad y en nuestro mundo. Seducidos por nuestra capacidad –hemos llegado a las estrellas y estamos llegando a las fuentes de la vida–, pensamos que Dios es un supuesto innecesario. Lo que es cierto como opción metodológica en el campo de las ciencias –no podemos, por ejemplo, explicar el rayo como una manifestación de la ira divina–, es un terrible error como postura existencial porque deja sin contenido el sentido de la vida. Si vivir es una pausa entre la nada y la nada ¿para qué vivir? Si ello es así, hay que dar la razón al Enuma Elis –la cosmogonía babilónica– cuando afirma que el ser humano fue creado por los dioses para ser desdichado.
Cuando el no creyente dice: “¡Dios: no te necesito!”, Dios responde: “Tampoco yo a ti, pero te amo”. Volver el corazón a Dios viene a ser lo mismo que ponerse de cara al amor. Todavía en el alba del tercer milenio, necesitamos repensar la postura ante Dios. La aventura del alejamiento –que para muchos no ha terminado– no ha conducido a un mundo más feliz y humano, sino al contrario. Necesitamos a Dios, aunque él no nos necesite a nosotros. El fenómeno de la increencia nos ha hecho revisar muchas cosas a los creyentes. Ahora les toca a los no creyentes revisar sus planteamientos y superar sus propios dogmatismos. Unos y otros necesitamos comprender que la verdadera sabiduría es la que brota de la duda y que las certezas son más semilla de fanatismo de que verdad. Es cierto que, si Dios no existe, la fe de la creyentes no lo va a hacer existir. Pero también es cierto lo contrario: si existe, negar su existencia no lo va a hacer desaparecer. Por eso, a los seres humanos, sólo nos queda la búsqueda y el esfuerzo por alcanzar algo de la Verdad. Posiblemente un día comprendamos que estamos más cerca de lo que creemos: los no creyentes nos pueden ayudar a precisar lo que afirmamos; los creyentes, por nuestra parte, podemos ayudar a los no creyentes a precisar lo que niegan.
Contemplamos estos días a Dios hecho niño en Belén, que nace y crece en el seno de la familia de Nazaret. Y hoy, San Juan, quiere penetrar más en el misterio, desde el principio, y lo hace como puede, que es de una forma maravillosa.
Dios está en el origen de todo, es vida y luz, y así se manifiesta. Pero cabe la posibilidad de rechazarle, huyendo así de la vida y la luz, negando todo lo que se refiere a ellas o atacándolas de frente. Sin embargo, incluso en la tiniebla, la luz no deja de brillar. Es más fuerte.
Quienes reciben la luz y viven según ella y desde ella, son hijos de Dios, con una filiación superior a la que tiene su origen en la carne y la sangre, en el amor humano.
San Juan nos recuerda también que la Ley tuvo su momento, pero Jesucristo trae la gracia y la verdad. Él nos muestra al Padre, el verdadero rostro de Dios.
Nosotros no somos teólogos, y nuestras mentes y lenguas son pobres y pequeñas, torpes para adentrarse en el misterio de Dios, penetrarlo y expresarlo. Pero podemos contemplar en la oración el prólogo del evangelio de Juan, y adorar, porque no estamos solos. El Espíritu de Dios, que mora en nosotros, nos alimenta con la Palabra, y nos llena de vida y de luz, de Jesucristo. Nos hace hijos de Dios.
En sus cartas Juan seguirá guiando a quien quiere ser discípulo de Jesús y caminar en pos de Él. Se trata de guardar el mandamiento del amor. No hay otro camino. Y es la forma de recorrerlo en la luz, de acoger la vida y optar por ella, la gracia y la verdad con todas las consecuencias.
Hoy la Palabra de Dios nos trae a la Palabra misma como protagonista de la presencia de Dios en nosotros, entre nosotros y S. Pablo nos trae, lo que algún autor llamó el Magnificat de los cristianos referido a Jesucristo, en cuya persona fuimos elegido, antes de crear el mundo, para que fuésemos santos e irreprochable ante él por el amor.
Hoy tendríamos que tener la humildad necesaria para ponernos en adoración permanente ante el Niño que vino a darnos a conocer a Dios, “acampó entre nosotros”, sigue entre nosotros pero lo hemos, lo he conocido, lo quiero conocer, haciendo vida su palabra, sus enseñanzas, que se nos da día a día en la proclamación de la Palabra en la Eucaristía.
Dios nos habla de muchas maneras, Dios nos da a conocer su voluntad de mil formas a través de nuestra vida, pero ¿La conocemos?
“Vino a los suyos y los suyos no le recibieron, pero a los que lo recibieron le dio poder para ser hijos de Dios”, es decir que deja al hombre que sea hombre, que use de la libertad que le había dado, deja al hombre rehusarlo, rechazarlo, pero a los que lo aceptan los hace hijos de Dios, ahí está la grandeza de nuestra fe, esa fe que nos hace buscar respuestas a las grandes preguntas del hombre/mujer en este mundo y que solo puede dar Dios, porque estamos hecho “a su semejanza” y por ello, es Dios el que es y era, el que puede satisfacer nuestras preguntas, nuestras ansias de trascendencia.
“Al mundo vino y en el mundo estaba y el mundo no le conoció”, a pesar de que derramó “gracias tras gracias”, nos todos los días con toda clase de “dones espirituales y celestiales” y qué insensibles somos a su acción y presencia entre nosotros.
Hace unos días celebrábamos a María, Madre de Dios, y durante estos días se nos ha dicho como guardaba ella todos los acontecimientos en su corazón, como los vivía intensamente, con la humildad de la pobre de Dios, humildad que proclamamos con el rezo de su himno, el Magnificat, que en el Movimiento de los Equipos de Nuestra Señora, rezamos cada día en pareja, en todo el Mundo, pidámosle hoy que nos esforcemos en conocer a su Hijo, en definitiva en conocer a Dios revelado en y por Jesús con la fuerza del Espíritu Santo.
Glorifica al Señor, Jerusalén alaba a tu Dios.
Publicar un comentario