14 DICIEMBRE 2014
DOMINGO 3º ADVIENTO-B
JUAN 1,6-8. 19-28: Juan, el
testigo de la luz
Estas hojillas, que podéis bajaros, nacieron en la Parroquia de San Pablo (Fuentepiña, barriada obrera de Huelva) y la siguen varios grupos desde hace años en su reflexión semanal. Queremos ofrecerlas desde la sencillez y el compromiso de seguir a Jesús de Nazaret.
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El Adviento es tiempo de esperanza atenta, vigilante y despierta; de conversión, con caminos que preparar y valles que elevar. Pero también es tiempo de alegría.
Los motivos son muchos. Isaías nos recuerda que somos ungidos y el Espíritu del Señor descansa sobre nosotros y nos envía con una misión muy concreta: somos portadores de la Buena Noticia para los que sufren. Lo nuestro es vendar heridas y corazones, proclamar amnistías a los cautivos y libertad a los prisioneros. Lo nuestro es hacer que todos experimenten la gracia del Señor. Estamos llamados a ser Jesús que sigue haciendo el bien al pasar.
Nuestra alegría puede llegar a ser gozo desbordante, como el del novio o la novia en el más feliz de sus días, porque se nos ha vestido de hijos y todo lo del Padre es nuestro.
¿Más motivos para la alegría? Dios, en mí, es grande, y salva. Hace obras grandes de misericordia y calma mi hambre y mi sed de justicia, de amor, de paz.
También Pablo exhorta a la alegría, la oración y la acción de gracias. Y a no apagar el espíritu, que puede manifestarse en otros hermanos y hermanas para bien de todos; a no despreciar los dones de los demás, sobre todo el de profecía, que poseen aquellos llamados a interpretar el momento presente a la luz de Dios y a empujar a los demás a cumplir su voluntad denunciando, con firmeza, lo que se opone a ella.
Hay muchos motivos para la alegría... Dios es fiel y cumple sus promesas, aunque no sepamos cuándo ni cómo. Mientras, estamos llamados a ser, con Juan y como él, testigos de la luz en este mundo en tinieblas y oscuridad. Conscientes de no ser nosotros la luz, siendo honestos, sinceros, yendo con la verdad por delante aunque nos acarree la muerte; y allanando caminos a los demás para que puedan encontrarse, ellos también, con la luz que alumbra nuestros corazones.
En la primera semana La Palabra nos proponía la vigilancia, estad alerta, vigilancia activa.
En la segunda se nos decía qué actividad teníamos que llevar a cabo, nuestra conversión día a día en las pequeñas y en las grandes cosas que nos impidan acercarnos a Dios, preparando el camino, allanando los senderos.
Esta semana la Palabra de Dios nos enseña la alegría, Domingo de Gaudete, al igual que en la Cuaresma el tercer Domingo se llama de Laetare, una y otra que significan alegría.
Toda esa espera, vigilancia, todo ese actuar en nuestra vida tiene que estar envuelto en un ambiente de alegría, como nos dice el Evangelio que se proclama el Miércoles de ceniza, (Mt 6,1-6-16-18“...cuando ores...., cuando des limosna...., CUANDO AYUNES, PERFÚMATE LA CABEZA, LÁVATE LA CARA....” , señales estas de inequívoca alegría.
Todo ello no es más que la alegría con la que todo cristiano tiene que vivir su vida, pues así nos lo decía Jesús “os digo esto para que llevéis dentro mi alegría y así, vuestra alegría, sea completa”.
Esta semana S. Pablo nos dice que “estad siempre alegres, y en la carta a los filipenses (4,4), “estad alegres, os lo repito, estad alegres”, por qué?, porque esa es la condición del cristiano, la alegría, y para muestra cuanto llevamos dicho y todo lo que nos dice la Exhortación del Papa Francisco, La Alegría del Evangelio.
Entonces porqué esas caras dentro y fuera de los templos, parece que estamos en permanente duelo, al igual que las celebraciones litúrgicas, celebraciones tristes, largas, pesadas que el propio Papa no exhorta a dejar.
Celebremos alegres nuestra participación en la construcción del Reino, hagámoslo como nos decía Jesús, que el Reinado de Dios se construye, vendrá sin grandes acontecimientos, sino de manera sencilla, haciéndonos niños, con ese abandono en Dios característico de los niños con sus padres.
Ese abandono nos exige una fe grande, una infinita confianza, como reza la oración del P. Foucauld, pero a la vez nos sentimos alegres al sentirnos en las manos de Dios, que esperamos débil y pequeño a la mirada humana y grande en nuestro corazón.
Estemos en vela, enderecemos nuestros senderos, pero alegres por sentirnos hijos de Dios, y cantemos con María nuestro Magnificat, al modo de ella, ensalzando cuantas cosas nos han sido regaladas, sin que hayamos hecho nada por merecerlas, de ahí nuestro inmenso agradecimiento, gracias Señor, como nos recuerda S. Pablo “Dad gracias en toda ocasión; esta es la voluntad de Dios en Cristo Jesús respecto de vosotros”: estar alegres y la gratitud.
María, Madre del Adviento y Madre nuestra, ayúdanos a gozar de esta dulce espera.
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